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Trump, Castro y Vargas Llosa

CIUDAD DE MÉXICO — Cuando una mujer le preguntó a Norman Manea cómo era posible que un tipo como Donald Trump ganara las elecciones en Estados Unidos, el escritor rumano no vaciló; encaró la interrogante con humor, y respondió: “Creo en el derecho universal a la estupidez”.

El público que escuchaba al Premio FIL 2016 soltó una carcajada, mientras él completaba la respuesta: “ganó porque en todos lados hay todo tipo de personas… Lo bueno es que Estados Unidos es un país pragmático, y con McDonald Trump no les va a ir bien, no van a agradar sus payasadas”.

Norman Manea (Suceava, 1936) experimentó el destierro a los cinco años de edad. Expulsado por el nazismo, vivió en un campo de concentración en Ucrania por ser de origen judío. Cuatro décadas después, en los 80, la dictadura comunista lo obligó a exiliarse nuevamente.

Es, en palabras de Enrique Krauze, uno de los muy pocos escritores que dejaron testimonio de dos grandes horrores de siglo XX: El nazismo y el comunismo.

Un autor que vivió el exterminio, el destierro, el exilio y la censura, con obras escritas desde 1969 y decenas de premios otorgados en todo el mundo, encontró en Guadalajara un remanso de paz, que aprovechó para hacer un elogio a la lectura.

“Creo que nuestro encuentro espiritual honra la heroica fidelidad a los valores de la lectura como el más duradero amigo de los solitarios del mundo, un apoyo fiel en tiempos difíciles, una fuente de energía y coraje, de vitalidad intelectual y pura, y simplemente de vitalidad”, dijo al recibir el premio FIL en Lenguas Romances.

Un ambiente de libertad que le permitió, incluso, atreverse a romper el aparente consenso latinoamericano y cuestionar al régimen de Fidel Castro en Cuba, una isla que, incomprensiblemente para él, “vivió demasiados años de infelicidad y desgracia”.

En el 30 aniversario de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el ascenso de Donald Trump y el deceso de Fidel Castro enmarcaron la búsqueda de una nueva identidad para la literatura latinoamericana.

La amenaza Trump

“El muro de Donald Trump hará que la expresión América Latina adquiera un nuevo significado”. A esa conclusión llega el escritor peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) en una mesa a la que ocho escritores —reconocidos con el Premio Alfaguara en los últimos 20 años— han sido convocados para responder a la pregunta: “¿Existe Latinoamérica?”.

Horas antes, el director fundador del diario El País, Juan Luis Cebrián, había llamado a Trump “payaso delirante”.

Y Enrique Krauze había pedido, a la clase política y sociedad mexicanas, unirse para hacer frente al “psicópata racista”.

Trump se hacía presente en todas las mesas, foros, presentaciones y debates. Trump, como producto de Facebook, como amenaza global, como prueba de la crisis de la democracia. Trump, como el nuevo villano favorito de los latinoamericanos.

“Frente al muro, la literatura latinoamericana”, proclama, emocionado, el poeta Julio Trujillo, director de Alfaguara México, ante ocho de sus 20 escritores premiados.

En la misma mesa, el nicaragüense Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) reivindica el lenguaje como arma frente los sueños aislacionistas del presidente electo.

“No hay muro que pueda detener nuestra lengua”, asegura.

Laura Restrepo (Bogotá, 1950) argumenta que América Latina deberá redefinirse a partir de lo que representa la victoria del republicano: la encarnación de un jinete del Apocalipsis que anticipa el final de la civilización.

Además, la autora y activista política -defensora de la Revolución en los años 80- pide considerar, en la búsqueda de una nueva identidad regional, la muerte de Fidel Castro, ocurrida como antesala de la inauguración de la FIL.

El fantasma de Fidel

La partida del líder de la Revolución, coinciden varios de los asistentes a la feria, simboliza el final de una era. Su deceso, y lo que queda en Cuba tras su deceso, acredita que la utopía comunista no fue lo que se esperaba cuando los jóvenes de varios países latinoamericanos empuñaron las armas emulando al Ché Guevara.

En los stands de la Feria, las editoriales desempolvan las biografías de Fidel Castro, los libros sobre El Ché y hasta las obras completas de Marx y Engels. Libros que estaban en cajas vuelven a los aparadores y suben de precio, o se rematan como si fueran, más que lecturas, souvenirs de un acontecimiento histórico: la primera FIL sin Fidel.

Y todos hablan del sueño revolucionario, que también inspiró y congregó a los escritores del Boom latinoamericano de los años 60 y 70.

Dos días después de la muerte de Castro, apenas preparaban su homenaje en La Habana, pero su fantasma ya recorría la Expo Guadalajara. Si alguien aún tenía dudas de que el siglo XX se hubiera terminado, ahí estaban las portadas de todos los diarios, con la muerte de Castro como prueba fehaciente de que ya corre la segunda década del siglo XXI.

El último superviviente

En el marco de la FIL de Guadalajara, el escritor peruano Mario Vargas Llosa recordó el legado de Fidel Castro en Latinoamérica. EMILIO DE LA CRUZ/REFORM

A un paso distinto al de Trump y Fidel, el peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) también recorre los pasillos de la Feria del Libro.

Es lunes y el nobel de literatura ha cumplido ya una larga agenda de homenajes, conversaciones, conferencias, firmas de libros, entrevistas y la presentación de su nueva novela, Cinco esquinas.

Vargas Llosa es la gran figura de la FIL 2016. Acaba de cumplir 80 años, pero camina erguido, sonriente, con una vitalidad envidiable.

Él también ha hablado de Trump, a quien califica como “un demagogo inculto, nacionalista y populista”, y de Fidel Castro, “el dictador más longevo de la historia latinoamericana”.

Vargas Llosa asegura que a Fidel “no lo absolverá la historia”, y que a Trump sólo podrán controlarlo el Congreso, la Suprema Corte y la prensa norteamericana.

Pero parece que al escritor no le interesa ser recordado en la edición 30 de la FIL por sus definiciones de Trump o Castro, sino como el último superviviente del Boom latinoamericano, pasando la estafeta a las nuevas generaciones.

Copartícipe de aquel movimiento literario —con Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre otros— Vargas Llosa anticipa su despedida.

“Soy el último superviviente. Creo que a mí me toca el triste privilegio de apagar la luz y cerrar la puerta”, dice entre resignado y divertido.

Pero antes de partir, el nobel se sienta frente a cinco escritores de nuevas generaciones, que hablarán sobre la trascendencia de su obra.

La cabeza blanca de Vargas Llosa destaca en medio del público, en primera fila, justo debajo de una mesa en la que los conferencistas son Carlos Franz (Ginebra, 1959, de nacionalidad chilena), Xavier Velasco (México, 1964), Juan Bonilla (Cádiz, 1966), Jeremías Gamboa (Lima, 1975) y Santiago Roncagliolo (Lima, 1975).

Los cinco hablan de cómo leyeron las novelas de Vargas Llosa, algunos en la plenitud del Boom y otros en los años 80. Las anécdotas van desde la vivencia de un joven Carlos Franz que leyó La ciudad y los perros (1962) en los días más duros de la dictadura de Augusto Pinochet; hasta el viaje sui géneris de Xavier Velasco a Canudas, Brasil, en busca del territorio en el que se desarrolla La guerra del fin el mundo (1981).

Jeremías Gamboa relata la extraña vida de los peruanos, que todos los días recorren los escenarios de las novelas universales de Vargas Llosa.

El español Juan Bonilla recuerda que irse a una feria del libro para conocer al escritor le implicó pasar su primera noche fuera de casa, “sin lograr siquiera el anhelado autógrafo”.

Los escritores que narran esas anécdotas representan a los herederos del último superviviente del Boom. Y coinciden en que leerlo puede resultar tan inspirador como inhibitorio. Todos quisieran ser como Vargas Llosa, pero todos saben que nunca serán Vargas Llosa.

El peruano ha aprovechado esta FIL para despedirse. Y la nueva literatura latinoamericana se queda ahí, debatiendo en Guadalajara su nueva identidad en medio de una enorme diversidad, y asediada por los fantasmas de Fidel Castro y Donald Trump. Entre la nostalgia revolucionaria del siglo XX y los malos augurios del siglo XXI, quizás la buena noticia es que, al cerrar la puerta, Vargas Llosa decidió no apagar la luz.



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