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MILLONARIOS (SEGUNDA PARTE)

Mi Abuelo inmediatamente descendió de su camioneta y mirando su reloj se percató de lo tarde que era. Carazas achinaba cada vez más mirada, intentado reconocer por lo menos a un transeúnte.

Los minutos pasaron y el sol empezó a esconderse entre las montañas.

-Carazas tendremos que buscar un grifo, para echar gasolina a la camioneta.

-Que quieres buscar un vino para echarnos una borrachera, Juancito, tu no cambias, caramba, primero creo que debemos salir de aquí, porque este barrio no lo conozco, y ya me está dando miedo si por aquí vivirán los que nos trataron de expropiar la camioneta hace unos instantes.

Mi abuelo ayudó a su amigo Carazas a descender de la camioneta y dándole su bastón, empezaron la larga travesía.

-Carazas ya hemos caminado ocho cuadras, tanto así que ya no veo mi camioneta desde aquí, por otro lado te diré que estamos por buen camino, ya que estamos por suerte aún en la dirección correcta para llegar al tesoro enterrado que te dejara tu padre como herencia.

-Juancito, mi padre no ha fallecido, así que no lo llames herencia, mi padre lo único que ha hecho es obsequiarme este tesorillo para sacarme de un par de deudas que mantengo con la Caja Municipal.

-Ya, está, cierra el pico y camina, que ya tengo mucho frio.

Los dos avanzaron descendieron por una enorme calle que rodea el aeropuerto y se dirigieron hasta llegar a la última cuadra. Cuando la noche los sorprendió se acercaban a un poste de luz o a una tienda luminosa para observar el Mapa.

Pasaron seis horas y las piernas empezaron a flaquearles, el cansancio y el sueño los empezaron a rendir.

En casa mi madre llamaba a todas sus amigas para investigar sobre el posible paradero de mi abuelo, mi abuela se dirigía a su capilla para prender su segunda vela y empezar con su tercera tanda de oraciones a los doce santos de su predilección, encomendando a mi abuelo. “San Ezequiel ayuda a ese viejo a regresar con vida a casa, seguramente su amigo lo ha echado a perder en alguna cantina o con algunas mujeres perdidas, pero tú, con tu grandiosa sabiduría ayúdalo a encontrar el camino de regreso”.

Mi abuelo y el señor Carazas, por fin llegaron al lugar señalado en el mapa. Subieron una larga cuesta, cuyo camino era de pura piedra, uno que otro carro subía junto a ellos.

-Caramba esta es la casona del Marqués de Don Hidalgo Fernando Mar del Plata y Godoy de las Tres Cruces de Oro, caballero Hidalgo de Cataluña, como dijera mi abuelo aquí este excelentísimo señor vivía rodeado de sus mujeres. Dijo impresionado Carazas.

-¿Mujeres?, pero viejo del demonio quien te ha contado tamaña historia.

-Cómo que quien, mi señor padre, ya te lo dije, hoy en el desayuno.

Cuando ingresaron un par de guardianes los miraron burlonamente. “Mira estos ancianos vienen a gozar por última vez de una puta, ja, ja, ja”.

Cuando ingresaron vieron pasadizos por todas partes, numerosos dormitorios con luces rojas y mujeres semidesnudas apoyadas en cada puerta, mientras numerosos jóvenes y adultos se les acercaban desesperados a preguntarles cuanto cobraban.

-¿Juancito, me parece que por aquí ya estuvimos antes?, caramba, me parece que aún quedan algunas mujeres del “Caballero Hidalgo Fernando Mar del Plata y Godoy”, a ver fíjate el mapa. Le ordenó a mi abuelo.

Mi abuelo pudo distinguir en el mapa, efectivamente las habitaciones y dentro de una de ellas estaba marcada con una cruz.

-Este mapa tiene algo raro, si fuera tan antiguo como demonios va a tener la escritura de la ciudad moderna, esto es una trampa carajo.

En eso el señor Carazas le arrebató el mapa de las manos y se perdió entre el tumulto de la gente.

-Juancito, ja, ja, ja, si no te voy a conocer, me quieres quitar mi tesoro, pero no te lo permitiré, seguro estoy que estamos muy cerca.

Mi abuelo intentó seguirlo, pero fue inútil. Los jóvenes impacientes por ingresar al cuarto de alguna prostituta no lo dejaban avanzar. “Abuelo espera tu turno, no seas impaciente”, le dijo uno, a lo que respondió otro “Déjalo pasar al abuelo, no te das cuenta que lleva prisa, la parca ya lo viene persiguiendo”, todos reían.

Carazas haciendo un último esfuerzo visual, intentó dar con el aspa en el mapa, pero fue inútil. Entendió que tendría que recurrir a un extraño para que le ayudara.

-¡Joven!, ¡joven! me puede ayudar. Rogó a un joven que pasaba por su lado.

-Claro caballero, ¿qué desea?

-Deseo que me guie y me lleve donde está el aspa en el mapa, si lo hace le daré su propina. Le dijo picaronamente Carazas.

Otro joven más se les aproximó. “Oye mira, estos ancianos se las saben todas, hasta marcan el cuarto de la puta más buena y le ponen el nombre de* tesoro*”, los dos rieron desenfrenadamente.





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