Ahora que he encontrado un escritor de renombre que coincide conmigo en que la literatura no es eso de contar historias, me pregunto si la literatura necesita Lectores. Lectores y críticos. Y tiendo a pensar que no. Como si fuera un juego de la niñez, que se juega solo, el oficio de escribir se consuma en sí mismo. Acaso es parecido a los que hacen juegos y malabares con una pelota de fútbol. No se necesita nada más que las ganas de hacerlo. Los espectadores suelen ser una molestia. Un condicionante. Una distracción.

Lamentablemente para que el oficio se vuelva social y permita obtener algún rédito, los lectores son necesarios. Para lograr lectores hay que publicar, y para ello necesitamos un editor y un crítico, lo más “especializado” posible, y con bastante prestigio. Toda esa cadena es independiente del oficio de escribir, solitario, gozoso y plenamente masturbatorio. Se aprende a disfrutar de ello. Se aprende con el tiempo a tener la templanza necesaria como para seguir el propio instinto, sea donde sea que te lleve.

Todo esto que se escribe fácilmente en dos párrafos implica una disciplina para no dejarse llevar por la distracción. Nada nos frena, nada nos dirige, nada nos condiciona. Los otros, sean quienes sean, no existen. Es solo en ese caso que una crítica positiva nos anima, nos reconforta. Si escribimos para los demás, no hay crítica buena que nos alcance. Y las malas nos destruyen. Es así nomas.

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