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La Chica del USB (Segunda Parte)






III
Había pasado un par de semanas y Marcelo se desplazaba por la avenida Riva Agüero en un desvencijado vehículo. Regresaba de la casa de su amigo Óscar, luego de haber pasado unas horas ensayando canciones que nunca tocarían en público. Mientras miraba por la ventana empuñando las correas de su mochila vio desplazarse de espaldas una chica con un short blanco, el cabello café brilloso y unas zapatillas de lona plomas. Se sobre paró en el asiento y la vio virar en la esquina. Llevaba en las manos un pequeño paquete.

Corrió empujando a los pasajeros, llegó hasta la puerta y exigió bajar. El vehículo avanzó un par de cuadras más, hasta el paradero oficial y lo dejó salir. Bajó corriendo y se enrumbó hasta la callecita, caminó unos metros y apareció en el parquecito Wiracocha. Ahora más que nunca estaba convencido que aquella niña vivía por allí. Recorrió la plazuela, esperó largos minutos y al no encontrar a nadie entró a una tiendecilla de abarrotes. Adentro era un poco oscuro. Un foco incandescente alumbraba con una tenue luz el mostrador de madera, unos sacos de arroz apilados al lado izquierdo y unas canastillas de verduras al lado derecho. Caminó hasta el mostrador y pidió una gaseosa a una señora que reposaba tranquila en una silla al pie de un aparador. Destapó la botella y Marcelo trató de ingeniárselas para buscarle la conversación y tratar de obtener alguna información. Cuando se disponía hablar apareció atravesando el umbral de la puertecilla que daba a la trastienda, aquella jovencita de la foto del USB.

IV

Marcelo no pudo evitar mirarla. La observó tan fijamente que la sintió incomodarse. Ella bajó los ojos buscó algo debajo del mostrador y mientras hojeaba un cuaderno que combinaba números y dibujos en los marcos, Marcelo aún absorto desató el nudo que le apretaba la garganta y rozando apenas su mano le preguntó “¿Reina?”. Sus palabras más sonaron a un quejido que a una pregunta. Ella levantó la mirada y clavó sus ojos pardos en los de Marcelo. Su expresión se debatía entre el asombro  y el miedo. Marcelo volvió a preguntar “¿Eres Reina?”. Ella volteó donde la señora que volvía a reposar sobre la silla con un tejido de palitos en las manos. “no escucha bien jovencito” interrumpió mientras cruzaba los palitos con una lana roja que dibujaba los puntos sobre el tejido. “Se está quedando sorda” agregó. Reina bajó la mirada, se le enrojecieron las mejillas como si hubiera entendido cada palabra, se soltó de su mano, lanzó un sonido agudo que Marcelo no supo interpretar y regresó rauda tras la puertecilla que daba a la trastienda. ¿De dónde la conoces tú a Reina, muchacho? Preguntó la señora apoltronada en la silla. Marcelo pensó en segundos lo que iba a decir “Encontré en una computadora algo escrito por ella” respondió. “mmm esa chica, tanto que le gustaba leer y escribir y empezó a perder el sentido del oído. Igual fue su padre, se quedó sordo desde pequeño, eso es hereditario, no deberían tener hijos, todos salen malogrados y no sirven para nada”. Las palabras le quemaron en el pecho, como si le hubiera salpicado agua caliente. No sabía si era por la forma de expresarse de la señora o por saber que aquella chica que buscaba no era del todo como la había imaginado.

...






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