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El circuito psicosemiótico de la subjetividad contemporánea: reflexiones en torno al sentido y la extimidad en la sociedad de consumo

The psychosemiotic circuit of contemporary subjectivity: reflections about the meaning and the extimacy in consumer society

En este texto se plantea la idea de que el individuo de la sociedad contemporánea busca ligar las energías y las pulsiones de su libido, no propiamente con representaciones-objeto sino con experiencias y sensaciones líquidas y fugaces como las que ofrece hoy día el mercado, ello con la finalidad interna de escapar al ámbito omnipresente de la significación. En torno a ello, se plantea igualmente la idea de que el ascenso agencial de los actuales Dispositivos digitales permite la búsqueda de aquella ligazón de aquellas energías y del goce perdido mediante la dispersión del sentido (en otras palabras, hoy día el sentido se dispersa o se comparte con los distintos dispositivos y tecnologías que aparecen cada día). De ahí que en los entramados psicosociales de la actualidad, en cierta forma la Subjetividad del individuo se ha vuelto más importante que cualquier otra cosa, más importante incluso que el Estado o la cultura en sí misma. Una subjetividad que, cabe decir, se desliza en forma de “extimidad”, tal y como entiende dicho concepto Jaques Alain-Miller, a través una intrincada red agencial que da forma a la matriz subjetividad/sociedad.

Palabras clave: extimidad, red agencial, tecnología, circuito psicosemiótico de subjetividad, goce.

Key words: extimacy, agency network, technology, psychosemiotic circuit of subjectivity, jouissance.

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Introducción:

Cabe anotar que con Sigmund Freud (2002) el inconsciente dejo de ser una mera palabra que describía la falta de consciencia para pasar a ser, desde un punto de vista histórico y analítico, un sistema psíquico y dinámico interior del individuo. Un gran avance teórico, sin duda, pero eso sí, puede que a raíz de los fenómenos actuales resulte preciso hablar igualmente de un sistema dinámico intersubjetivo que, tal como se apuntará más adelante, a causa de un circuito psicosemiótico muy específico en el cual se inscribe hoy por hoy, ha devenido en la época contemporánea en un sistema que comparte su agencia con muchos dispositivos (esto es, un sistema interagencial).

Pero vayamos por pasos, por lo que hay que decir que a este respecto, bien nos dice el psicoanalista francés Jacques-Alain Miller que el descubrimiento teórico del inconsciente, en sí mismo, “exige una topología que permita situar, de acuerdo con los datos de la experiencia, lo que fluctúa con los nombres interior y exterior” (Miller, 2010: 18). Con una determinada dirección teórica que de una u otra forma se desprende de allí, Laura Suárez González de Araújo (2009) afirma que la dimensión de extimidad del inconsciente (de la cual ya hablaremos más adelante), más allá de su registro íntimo, o de su estructura psíquica interna, puede jugar un rol determinante en la comprensión del lazo social y en la configuración del sistema de significaciones imaginarias sociales, ello en virtud del propio calado público y relacional de dicha dimensión humana (es decir, la dimensión de lo extimo). La extimidad, por tanto, vista como la intimidad exteriorizada del individuo (Tello, 2013), o como una presencia tajante y contundente dentro de las fauces de lo simbólico del registro lacaniano de lo real, el cual tiene su razón de ser en aquellos indómitos parajes donde no es posible aprehender la significación (Lacan, 1974-1975), puede dar cuenta de un complejo y relacional circuito en el cual se encuentra en continuo deslizamiento tanto la dimensión interna como externa de la psique de la persona.

Por otra parte, y para dar cuenta del hecho de por qué hablamos de “interagencial”, cabe anotar que desde su reconocida teoría sociológica del Actor Red, Bruno Latour (2008) nos dice que no se debe limitar de antemano y bajo ningel tipo de seres que pueblan el intrincado circuito de lo social puesto que los factores que lo componen poseen una naturaleza heterogénea. De modo tal que la actuación social no siempre se realiza bajo una plena conciencia psíquica y humana de la misma, y en esa medida, una gran gama de dispositivos (como el Internet) pueden tener vínculos actantes o una agencia determinada dentro de un determinado marco de sucesión de asociaciones (Latour, 2008). Partiendo de allí, la hipótesis teórica planteada en este texto estriba en el hecho de que la extimidad contemporánea se desliza por los senderos agenciales de una gran variedad de aparatos y dispositivos digitales que son actuantes dentro de un circuito psicosemiótico en concreto.

Aparatos y dispositivos organizados bajo la forma de semióticas asignificantes (para emplear un término guattariano) que de cuando en cuando activan los elementos presubjetivos y preindividuales de la persona, como los afectos o las emociones (Guattari, 2004)), y que hoy por hoy se hallan supeditados a las semióticas neoliberales del capital (Lazzarato, 2014). Cabe añadir que la posible razón por la cual los individuos dejan actuar aquellas semióticas asignificantes dentro de su ser, es decir, por qué dejan que ciertos aparatos o dispositivos como el dinero intervengan en sus sentires y afectos, tiene que ver con el hecho de que a través de la agencialidad difusa de los dispositivos contemporáneos, la persona puede dispersar en parte el sentido o el imperio de lo simbólico para permitirle de esa forma la entrada al goce (el polo opuesto del deseo lacaniano), entendido este último como abolición de toda demanda del ser más allá del lenguaje que lo cohíbe. Para argumentar teóricamente dicha hipótesis, en estas líneas se procederá a relacionar el registro maquínico de la producción semiótica de capital de Félix Guattari (1993, 2004), la cual habla de una sujeción social a través de las semióticas del capital, con la teoría del Actor Red de Bruno Latour (2008) y el concepto de extimidad tal y como este es retomado y trabajado por Jacques-Alain Miller (2010) en sus seminarios psicoanalíticos.

El ascenso de la subjetividad y el ascenso agencial de la técnica

Comencemos por decir que, en general, toda la época moderna trajo consigo tres características de cambio sumamente interesantes: 1) el ascenso agencial de la tecnología dentro de las gramáticas de lo social; 2) el ascenso de la colonialidad por sobre imaginarios y formas de vida, y, 3) el ascenso de la subjetividad humana por sobre otras dimensiones con las cuales inició incluso la misma época moderna como por el ejemplo el Estado Nación. En torno al ascenso contemporáneo de las matrices técnicas y más específicamente de la tecnología, lo primero que cabe traer a colación, para introducir dicho tema, es el término de tecnologismo, acuñado por Héctor Schmucler (1996, citado por Boito y Seveso, 2016) para hacer alusión a aquella forma de pensar según la cual la técnica está destinada a autoafirmarse acríticamente y a erigirse en sentido común totalizador, auspiciando con ello un destino humano que se realizaría a través de ella. En torno a ello cabe traer a colación el hecho de que tanto la técnica como la tecnología tienen un papel clave y neurálgico en las sociedades de hoy día. Más aún si tenemos en cuenta que como dispositivos que sirven a la acción humana y se conjugan con sus distintos vectores, poseen una estructura agencial propia. Para profundizar en dicho aspecto de la agencia interconectada, recordemos junto con Bruno Latour (2008) que el ser humano nunca está solo al llevar a cabo un curso de acción, de hecho, la acción es “un nodo, un nudo y un conglomerado de muchos conjuntos sorprendentes de agencias” (Latour, 2008: 70). De esa forma, un actor es aquello que muchos otros hacen actuar, como por ejemplo una página Web, o una red social en concreto. Es decir, un actor “no es la fuente de una acción sino el blanco móvil de una enorme cantidad de entidades que convergen hacia él” (Latour, 2008: 73).

Y es que en términos psicoanalíticos, bien podemos decir que con los objetos sucede algo muy similar a lo que Jacques Lacan (1953) en su discurso Sobre la función y el campo del habla, nos dice que sucede con el lenguaje y la palabra, esto es, que el lenguaje es una estructura abstracta mientras que la palabra es un acto que genera sentido a medida que el sujeto habla. Un acto que permite, además, en sus cadenas de significación, que el sujeto adquiera una identidad propia en un proceso que en la clínica psicoanalítica suele ser dialéctico. Es decir, los dispositivos tecnológicos actuales pueden llegar también a producir actos al moverse a través de la significación. Pero por si fuera poco, Daniel Cabrera (2011) sostiene que la tecnología también posee una dimensión imaginaria tensada entre la promesa anunciada socialmente y la eficacia experimentada de forma individual y subjetiva (Boito y Seveso, 2015). Es decir, la tecnología, o más exactamente los dispositivos de la misma, como por ejemplo un teléfono móvil o un Laptop, han ganado una gran agencia en las últimas décadas, aunque lastimosamente en la misma medida en que las agencias vivas o biológicas (como las humanas pero principalmente las no humanas, ya que vivimos bajo unos esquemeas especistas bastante exacerbados), la han ido perdiendo al quedar cada vez más subordinadas bajo el imperio omnímodo de la técnica. Tanto así que hoy en día ya se habla de biocapital, de bancos de células, de cordones umbilicales, de tejido placentario, ente otras lugares cuyas gramáticas del capital tienden a privatizar la vida (Galindo y Silveira, 2014), así como de experimentos en animales no humanos para mejorar la misma fecundación humana (Balzano, 2016), o para hacerlos comestibles en la menor cantidad de tiempo posible. Todo ello, y todos los adelantos de la biotecnología, por ejemplo, vendrían a ser desde este punto de vista una clara muestra de la ascensión o de la creciente importancia de la técnica y la tecnología sobre los mismos regímenes de la vida.

Sin embargo, no olvidemos que los vectores agenciales que se desprenden de los distintos dispositivos tecnológicos, existen en la misma medida en la cual existe el único ser que de acuerdo con Lacan (1958) padece y sufre el significante, o las palabras que se hallan reprimidas tras su yo falseador, o, más bien, el único ser que padece las cadenas significantes, ya que ningún significante existe por sí solo, y siempre se requiere siquiera un par significante (Lacan, 2005; Marín, 2007). El único ser que padece la angustia. Pues bien, si el primer gran cambio en las últimas décadas dentro de las matrices del proyecto moderno que mencionamos en este texto tiene que ver con el ascenso agencial de la tecnología dentro de las gramáticas de lo social, el segundo cambio que respecta al ascenso de la subjetividad humana por sobre otras dimensiones con las cuales inició incluso la misma época moderna (como el Estado), confluye con el primero en el hecho de que la subjetividad humana se ha elevado como categoría de primer nivel por sobre otros aspectos de lo humano, gracias a la cooperación de la misma agencia que brindan los dispositivos digitales contemporáneos. En torno a lo que se refiere al curso mismo de la subjetividad en la historia actual, Higinio Marín (2007) nos dice lo siguiente:

Nuestra época es pensable como aquella en la que el protagonismo en la configuración de lo humano se ha trasladado desde el sistema sociocultural y las formas objetivas de la racionalidad y de la libertad al sujeto y a las formas subjetivas de la racionalidad y la libertad, lo que en el fondo significa que la libertad se ha hecho y proclamado tan o más principal que la racionalidad, porque esta tiene –se ejerce desde- la forma de la finitud físico-biográfica y sociocultural de los sujetos (Marín, 2007: 329).

La ontología misma de la historia contemporánea, por tanto, ha experimentado un tránsito desde la res cogitans a la res digitan, puesto que el “digitalismo de la industria electrónica con su matemática binaria ha impulsado la posibilidad de crear y recrear la materia informacional del mundo, su res extensa, en redes infinitas, aunque no exentas de limitaciones” (Ayesterán, 2010), de forma tal que la subjetividad humana ha encontrado un túnel en el cual sumergirse no solo en el claroscuro de unas aguas intersubjetivas, sino interagenciales. Como resultado de ello la subjetividad se enarbola cada vez más sobre el sistema sociocultural el cual, cabe decir, cada vez se ve más y más reducido al mercado (Marín, 2007). Algo que hasta el momento ha sido tolerable por “el descubrimiento y ensanchamiento máximo de la idea de subjetividad, de libertad y racionalidad en la que nos movemos” (Marín, 2007: 329). Entre tanto, las nuevas relaciones ontológicas con los dispositivos digitales van alterando nuestra percepción y nuestras relaciones con el mundo y el ancho universo del significante. De forma tal que Webs, blogs, agregadores, entornos colaborativos, wikis, foros, entre otros muchos entornos, “son las herramientas de las nuevas redes tecnológicas y sociales, donde el conocimiento es combinado y recombinado en una sucesión de avatares y participaciones virtuales” (Ayesterán, 2010: 260).

Bien nos dice Freud (2002) que “merced a la existencia de fijaciones puede la libido escapar a las circunstancias creadas por el conflicto” (Freud, 2002: 308), de forma tal que en los dispositivos digitales la subjetividad humana también encuentra un espacio de escape mientras se conecta virtualmente con otras personas e interagencialmente con los mismos dispositivos. El mismo cuerpo humano, cabe decir, queda subsumido a la categoría de dispositivo interagencial, tal y como lo es el mismo teléfono móvil que permite tomar una o varias selfis. Ello precisamente a razón de que como nos recuerda José Enrique Finol (2015), el cuerpo es la primera forma social de semiotización del mundo, es decir, el cuerpo está siempre significando, y en una sociedad donde la agencia de la técnica o de toda clase de dispositivos e implementos (como los rascacielos o el mismo hormigón de las ciudades), se encumbra sobre la misma agencia de muchas entidades biológicas, a la par que la subjetividad humana también se encumbra y avala dicho proceso, la máxima relacional imperante que se desvela es la de “muéstrate a ti mismo” (Remondino, 2012). Ello en lugar de la máxima de “ayuda a los demás”, o “procura no deshumanizar discursivamente, ahora que la significaciones viajan como nunca antes, a nadie” (Guerrero, 2014). El espacio multidimensional y semiótico de la corpósfera humana, por tanto, deviene en un elemento para mostrar, y en esa medida hace parte de la subjetividad que se conecta interagencialmente. Sin embargo, la subjetividad quiere expresar mucho más que el mero cuerpo, y es precisamente por ello que es necesario hablar de extimidad.

Para finalizar este apartado, cabe decir que la primordialidad de la subjetividad contemporánea, producto ella de la excesiva individualización de la persona occidental, puede que hoy día nos haya llevado a un estado de cosas en el cual la subjetividad es mucho más importante no sólo que la racionalidad en sí misma sino que la misma ética que se supone nos da razón de ser dentro de nuestras estructuras internas. Al respecto, se podría citar un gran número de personas que han muerto tratando de tomarse una selfi temeraria, pero es mucho más notable dicho aspecto en el mismo hecho de que los futuros individuos que experimentarán una simbiosis interagencial, adquieran aparatos y dispositivos que tendrán un tiempo de vida corto, puesto que ello advendrá luego en detrimento del medio ambiente. De modo que la subjetividad, lastimosamente, y en un sentido general, se halla por encima hoy de la ética ontológica misma de ser consumidores responsables y reflexivos (Guerrero, 2012).

Pero, ¿por qué motivo la subjetividad se encumbra tanto a la par que lo hace la agencia de los dispositivos digitales? En torno a ello, la idea que se expondrá en el siguiente apartado, responde a la cuestión del goce lacaniano. Puesto que el goce hace parte de una ontología que se ha perdido cuando el ser entró en los linderos significantes y performativos del lenguaje, razón por la cual la subjetividad que se conecta interagencialmente en un circuito psicosemiótico desea recuperar la esencia de dicho goce. Anhela, de hecho, traerlo de vuelta para que la noche se haga eterna y el tiempo se llene de relámpagos de insondable psiquismo y de insondable subjetividad interconectada.

El goce que escarba en el circuito de la subjetividad interagencial y las semióticas de los regímenes de valor

Para Meissner (1996) y Glen O Gabbard (2002), “el self evoluciona como el resultado de interacciones con objetos significativos en el ambiente y con los correspondientes objetos internos” (Gabbard, 2002: 41). La extimidad, como aquella exteriorización de lo interno, por medios hoy digitales como Facebook, u otras redes sociales, por tanto, es una buena muestra de la forma en la que el sí mismo, al conectarse interagencialmente, da muestra de que el inconsciente, como se mencionaba en la introducción de este ensayo, no sólo es un sistema psíquico interno, sino un sistema intersubjetivo e interagencial. En cuanto al aspecto intersubjetivo, hay que llamar la atención en el hecho de que en el circuito psicosemiótico que es mediado por la agencialidad de una gran cantidad de actantes, como los llama Latour (2008), la subjetividad se desliza, en general, de forma no compenetrada sino simultánea. Para dar cuenta de dicho aspecto, bien podemos citar lo que Erich Fromm (1978) dice al respecto de la sexualidad. Esto es que:

La naturaleza inventó, por decirlo así, el prototipo (o quizá el símbolo) del placer compartido en el acto sexual), pero empíricamente el acto sexual no necesariamente es un placer que se comparte; los amantes con frecuencia son tan narcisistas, están tan interesados en sí mismos, y son tan posesivos que sólo se puede hablar de un placer simultaneo, pero no compartido (Fromm, 1978: 130).

Si partimos de lo anterior, a modo de comparación, bien podremos decir que la búsqueda del goce perdido a través de elementos digitales, cuya agencia está determinada por los vectores y la sucesión de la agencia de los organismos psíquicos vivos (animales y personas), es una búsqueda narcisista y por ello mismo es que deviene simultánea. Pero más allá de ello, las matrices por las cuales se opera molecularmente, en términos guattarianos, en las características preindividuales de la persona, para que su subjetividad advenga a la superficie de la significación como algo simultaneo, tiene que ver con el hecho mismo de que las semióticas del capital, de acuerdo con Guattari (1992; 2004), se hallan divididas en un registro de representación y organización significante, como la lengua, y en un registro maquínico de elementos asignificantes, como el dinero, o para este caso, un teléfono móvil, elementos, estos últimos, que actúan sobre dichas características preindividuales, como las emociones y los afectos (Lazzarato, 2014). Recordemos que para Félix Guattari (1992, 2004), el capitalismo es mucho más que un sistema de circulación y producción, puesto que es un sistema semiótico, y en esa medida bien podemos decir que sus lógicas maquínicas están dispuestas hoy en día para operar sobre la subjetividad.

De forma tal que bien podemos hablar de un circuito psicosemiótico de la subjetividad simultánea, mediante el cual los aparatos y otros elementos maquínicos asignificantes, pero adscritos a las semióticas del capital, actúan sobre nuestras emociones ya que dentro del mismo circuito mencionado dichos aparatos poseen hoy en día una gran cantidad de agencialidad. Una agencialidad dotada por el mismo encumbramiento de la subjetividad contemporánea por sobre otros aspectos de la dimensionalidad humana como la misma cultura en la cual se halla inscrito e incorporado, desde luego, el mismo entramado subjetivo de la persona. El quid de ello tiene su razón de ser en el goce perdido. Recordemos, junto con Lacan (1982), que en sus comienzos el individuo que nace es puro goce,  pero en el estadio del espejo, una etapa de la vida que se sitúa entre los primeros seis y dieciocho meses de edad, el lactante se percibe a sí mismo a través de imágenes identificatorias, ello, cabe decir, dentro del registro lacaniano de lo imaginario (Lacan, 1971). Sin embargo, luego hace su aparición el ancho y complejo universo de las cadenas significantes, es decir, el lenguaje, y en ese momento, el lactante abandona el registro de lo imaginario para entrar en el registro lacaniano de lo simbólico (Pinto, 2012). En dicho proceso el goce se pierde, puesto que “una de las primeras condiciones para la producción simbólica del sujeto es la restricción respecto del ejercicio de la sexualidad” (Pinto, 2012: 3), y con ello de gran parte de las pulsiones eróticas y creadoras que reposan en el individuo. El elemento paradigmático en torno a ello, es el incesto:

El incesto como idea evoca la posibilidad de tener acceso a una articulación inmediata con la naturaleza, no mediada por la simbolización. Refiere, asimismo y concomitantemente, a la no existencia de límites en la realización pulsional. Es la fantasía de retornar al origen, de ser el padre de uno mismo, lo cual expresa cabalmente el anhelo de un acceso sin mediaciones a lo Real (Pinto, 2012: 3).

De acuerdo con Freud, el horror social hacia al incesto existe precisamente porque se le desea, porque el individuo, en esa misma vía, nos dice Lacan (2005), ha entrado al universo de lo simbólico el cual genera vínculos identitarios para prohibirlo. Sin embargo, el goce original que ha sido desterrado se aproxima, se asoma, vuelve una y otra vez en virtud del significante, vuelve en el sinsentido del chiste que se goza, pero que al ser explicado ya no se goza, sino que solamente provoca placer, puesto que este último, es decir, el placer, pertenece cabalmente al reino del sentido (Braustein, 2006). El goce, por tanto, hace alusión a una totalidad perdida. No es el deseo llano. Tampoco es el placer. Es un deseo que ha trascendido los marcos de la necesidad y que solo puede hacerse reconocer alienándose en el significante, o más bien en las cadenas de significación (Braustein, 2006), y en esa medida bien se puede afirmar que la agencialidad difusa de los actuales dispositivos digitales, dispersa el sentido para permitir en mayor o menor grado el regreso o siquiera la aproximación de la totalidad perdida, es decir, del goce.

El individuo psicometafísico contemporáneo es un individuo inclinado a consumir experiencias y sensaciones. De hecho, de acuerdo con Bauman (2003), en el mundo actual se consume mucho más la experiencia o la sensación que brinda un producto determinado, que el producto en sí mismo. De forma tal que somos viajeros de experiencias y sensaciones. Experiencias y sensaciones a las cuales nos acercamos pero que en cuestión de un abrir y cerrar de ojos olvidamos, dentro del mismo fluir líquido de lo social de hoy, para ir a por otras. En dicho universo líquido, elementos agenciales como el Internet, nos dice David Ramírez Plascencia (2016), deviene en un protolugar en el cual las personas han depositado sus anhelos de libertad y progreso. Es decir, entornos como el Internet son subjetivados, circulan en ellos emociones e informaciones diversas. Nos dice, al respecto de ello, Ignacio Ayestarán (2009), que “el espíritu absoluto de Hegel se ha convertido en Google, pero esta vez dentro de un ecosistema más fragmentario, móvil y descentralizado” (Ayesterán, 2010: 260). Un sistema líquido, y que entre más intersubjetivo y más interagencial, es decir, entre más aumente la conexión en red, más líquido se tornará.

Es así como a mayor liquidez más permite el sistema, o el circuito psicometafísico de la subjetividad simultanea del individuo que es mediado por los medios digitales de hoy, disipar el sentido, el hondo y profundo mar de la significación, y darle paso a las sensaciones a través de una simbiosis interagencial. Más permite darle paso a la extimidad, un concepto lacaniano que, como se dijo en líneas anteriores, es ampliamente trabajado por Jacques-Alian Miller (2010). Un término que “rompe el binario interior/exterior y designa un centro exterior a lo simbólico, lo que conlleva la producción de un hiato en el seno de la identidad consigo mismo, vacío que la identificación no llegará a colmar” (Tello, 2013). Es decir, lo éxtimo es un objeto exterior que es sujeto para el self (para mí mismo), y ese objeto bien puede llegar a ser el mismo vector agencial de los actuales dispositivos digitales los cuales hacen parte de lo social debido a un efecto de sucesión de asociaciones (o por lo menos esa es la hipótesis que se presenta en este texto). A modo de ejemplo, la obsesión por estar la mayor cantidad de horas posibles del día conectado a Facebook o jugando videojuegos, no tanto por una persona o algo en particular sino por la sensación en sí misma (algo similar a lo que sucede con el mercado, recuérdese, se consume mucho más la experiencia o la sensación que el producto, y ello está vinculado, desde luego, al encumbramiento contemporáneo de la subjetividad humana), es una forma de dispersar el sentido en búsqueda del goce primigenio.

El individuo contemporáneo, o, más bien, el homo hipertecnologizado, tal y como lo llama Alberto Rafael León Ramos (2016), anhela una simbiosis agencial e intersubjetiva que le permita dispersar el sentido para aproximarse al goce perdido, para ir a terrenos que le permitan cambiar de régimen semiótico lo cual le permitiría, a su vez, instalarse en emplazamientos y cartografías más allá de la ley social, o por lo menos más allá de las semióticas de los regímenes de valor. Dicho anhelo de simbiosis y de dispersión de sentido puede hundir sus raíces en el hecho mismo de que el mundo contemporáneo está sobresaturado de significación. Es decir, hoy día existe un exceso de marcas, un exceso de referentes, un exceso de sensaciones, un exceso de mensajes publicitarios (Guerrero, 2016), un exceso de cadenas de significación que imponen regímenes en virtud del hecho de que, tal y como señala el sociólogo francés Luc Boltanski (2000), la justicia no impera en todas las situaciones de la vida ordinaria, por ello la vida social se sostiene a través de distintos modos o regímenes de acción. Tenemos por ejemplo los regímenes de la justicia, del amor (o del ágape), de la rutina y de la violencia. Regímenes a través de los cuales nos movemos en un circuito psicosemiótico líquido, pero que, a su vez, actúan en nosotros a través del registro guattariano de lo maquínico.

El régimen del amor, por ejemplo, es el de la paz y la cooperación social, mientras que el régimen de la justicia atañe al ámbito en el que “las personas se aferran a los principios de equivalencia para criticar o justificar el orden de magnitudes existente entre los seres presentes en una situación dada” (Guerrero y Ramírez, 2011). A través de la hibridación interagencial alguien puede pasar al régimen de la justicia para ir a una página Web de noticias, y criticar con dureza a un político o a una personalidad pública que le parezca a dicho individuo que ha atentado contra la moral. Sin embargo, por el hecho mismo de que la realidad humana es hoy día mediada por un gran “aluvión de aparatos, bienes y servicios, cacharros inteligentes, etc., que son en su mayoría proporcionados por la ciencia y la tecnología” (León, 2016), el registro maquínico que activa los elementos presubjetivos y preindividuales genera una servidumbre maquínica en cuanto orienta los afectos, los deseos, las emociones y las percepciones. Es decir, a mayor vinculación intersubjetiva e interagencial, más estará el inconsciente humano expuesto a toda clase de elementos asignificantes que inciden en su forma de actuar, de ahí que no sea raro que alguien desee tener las mismas facciones de los personajes que circulan como portada de los medios digitales, o que se desee tener el último gadget digital que salió al mercado.

El homo hipertecnologizado y ciborgizado busca sensaciones que le permitan escapar del imperio del símbolo, cada vez más extendido y omnímodo. Busca sensaciones  que le permitan dispersar el reloj superficial del sentido. Busca mostrarse a sí mismo mientras enlaza su ser interno con un ser externo. Busca que su mirada se aferre a un sueño, a una ilusión, a otros parajes distintos de la existencia, mientras la tecnología y los distintos dispositivos digitales ascienden en agencia por sobre las mismas gramáticas y las matrices de la vida. Se podría decir, por tanto, que la inteligencia artificial ya existe, que se sirve de nuestra subjetividad, y que esta es enteramente agencial e inconsciente, pero con dinámicas propias. Su nombre contemporáneo bien podría ser: capitalismo neoliberal.

A modo de conclusión:

La primera conclusión atañe al hecho de que el inconsciente no solo puede llegar a ser visto como un sistema psíquico del interior humano. Por una parte, la misma noción de extimidad, basada en la idea de que los individuos pueden exteriorizar lo interno, de forma tal que lo más íntimo de la persona llegue a ser lo más externo, vincula tanto lo interno como lo externo. El inconsciente humano, así visto, deviene en una entidad intersubjetiva. Sin embargo, si tomamos en cuenta la teoría del Actor Red de Bruno Latour (2008), el inconsciente también puede ser visto como un sistema interagencial, más aún en un mundo hipertecnologizado. Otra conclusión atañe al hecho de que gran parte de la motivación de las personas para participar y deslizar su agencia en un complejo circuito psicosemiótico de subjetividad simultánea y no precisamente compartida o compenetrada, tiene que ver con el hecho de que la libido al catectizar emociones y experiencias, busca escapar del registro de los simbólico en aras de alcanzar el goce primigenio. La conclusión más contundente y quizás la más controvertida atañe al hecho de que el capitalismo hoy por hoy no solo es un medio de circulación y producción, o un sistema semiótico, como afirma Guattari. El capitalismo es también hoy un sistema psíquico intersubjetivo e interagencial.

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Autor: Miguel Ángel Guerrero Ramos




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El circuito psicosemiótico de la subjetividad contemporánea: reflexiones en torno al sentido y la extimidad en la sociedad de consumo

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