Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Cenizas

Cuando crezcan, se conviertan en adultos y traten de andar con esos pies su propia vida, se preguntarán qué hicieron para ganarse el lugar en el mundo. Qué pensamientos portaron, qué sentimientos forjaron, qué proyectos, ilusiones y sueños eligieron para sus vidas. Se preguntarán de cuáles gestos de ocasión se arrepienten, cuáles deben reafirmar, qué principios humanos soportarán sus destinos humanos.
Entonces no tuvieron un rostro, pero portaron el ajeno.
La vida se forja en sus primeros años, pero ellos no conocieron el rostro de este hombre. No le oyeron hablar, trazar planes que nunca llegaron a convertirse en algo que ellos pudieron reafirmar. No conocen la Historia, su historia, mas allá de las frívolas anécdotas de escuela, repetidas, primorosamente selectas por una religión ubicua que adoptó el apellido de ese rostro.
¿Son eternas las obras de los hombres? ¿Son invencibles?
Así lo creyeron los que levantaron la guillotina en París durante la revolución francesa. También lo creyeron los que asaltaron el Palacio de Invierno en San Petesburgo para comenzar el triste camino de la revolución bolchevique. También los que convirtieron a China en un enorme campo concentrado de rehabilitación política durante su revolución cultural.
Pero con el paso del tiempo una a una las revoluciones, Todas, fueron desojando sus pétalos para convertirse en esa broma macabra que generó hordas de fieles, apóstoles y sagrarios.
De la revolución francesa lo que más se recuerda es su guillotina, dibujada en el marco humano del alféizar de la ventana de Robespierre, mientras escribía con letras ardientes las palabras sublimes de su memoria histórica.
De todas ellas quedan memorias. De todas ellas hay quienes aplauden las palabras y esconden los crímenes que las secundaron. De todas quedan los nombres de las víctimas, sicarios y fundadores, seguidores y seguidos. De todas quedan los adoradores y los que las condenan. Y de todas, fundamentalmente, no quedan ni los más sublimes principios por los cuales levantaron sus guillotinas y cadalzos sus seguidores.
¿Quedará algo de la cubana?
Miles de personas enmarcan la caravana de la derrota en camino a Santiago. Es como si Carpentier, desde su tumba, se burlara de su ídolo reescribiendo su «Viaje a la semilla» en una farsa. Todo está calculado, hasta las lágrimas.
La pregunta fundamental es qué se recordará de toda esta comedia en el futuro de Cuba. Esas manos que portan un rostro que no es el suyo, ¿qué decidirán con sus vidas cuando lleguen a la edad adulta?
¿Escaparán de la isla en una balsa?
¿Se apuntarán en la lotería de emigración en la embajada americana?
¿Llenarán ávidos las planillas de su escape en la burocracia canadiense de su embajada en La Habana para viajar a Toronto, Quebec o a cualquier otra ciudad nevada?
¿Desesperados harán la larga cola de espera para solicitar su pasaporte español en la conocida esquina de «La Punta»?
¿Se quedarán en New York durante un aterrizaje de emergencia de su vuelo de regreso a la isla?
¿Se convertirán en «merolicos», cazadores de fortunas, oficiales del gobierno, embaucadores de esquina, profesionales en la agotadora búqueda de su mísero salario?
La realidad insostenible es que muchos de los que se han ido han tenido también sus lagrimas alguna vez por el rostro que portan esas manos. Son lágrimas de arrepentimiento y reproche hoy, ayer fueron lágrimas de júbilo. ¿Tendrán ellos también que arrepentirse?
Esta larga comedia de nueve jornadas es el epitafio ridículo de la historia de un pueblo que, aún desde lejos, cree en los déspotas.
El trágico destino de Cuba es que, por generaciones,creyó más en Maceo ignorando a Martí; creyó más a los generales ignorando a sus patriotas civiles; creyó más en la fuerza ignorando la inteligencia; creyó más en la arrogancia, la mano de hierro, la palabra ardiente, la política de cuartel y las botas de cuero, ignorando la civilidad, la virtud de la democracia y de la temperancia en el uso del poder político, jurídico y social. El pasado de un pueblo es el ladrillo, el barro, el cimiento y cantera filosófica y moral de su destino.
Los cubanos de ambas orillas siguen adorando a déspotas, aún a nombre de su propia democracia. En La Habana lloran a un difunto, en Miami aplauden a un adorador de autocracias: Trump. Es fácil descubrir la huella de esa dolosa herencia de la muerte en Dos Ríos de la verdadera civilidad cubana.
¿Habrá un futuro mejor para estos jóvenes con el rostro ajeno?
Las cenizas recorren la caravana de la derrota en su vuelta a casa. Reposarán cerca de los restos de aquel que quizo hacer de la civilidad en Cuba un templo. Es la misma disyuntiva que tuvieron los cubanos hace más de un siglo. Dos despojos humanos que no comparten nada y se diferencian en todo, en el mismo lugar de reposo.
El símil lo eligió con ironía el mismo hombre de esa foto. Convertirse en cenizas para emular a quien fue el maestro de ceremonia de la civilidad y la democracia en Cuba. Pero como todo hombre viejo, muerto en el último capítulo de su vida, la esclerosis intelectual le jugó la ironía última y fatal de su propia historia: lo sembró en la memoria como el general, pero nunca como el pastor de un pueblo.
Cuba debe elegir entre estas dos cenizas y levantarse sobre su propio cuerpo, por encima de cualquier cadáver. De quien elija dependerá su final, su futuro, su historia.


This post first appeared on Open Cuba, please read the originial post: here

Subscribe to Open Cuba

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×