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3374. Lunes, 24 septiembre, 2018

Capítulo Tresmilésimo tricentésimo septuagésimo cuarto: “La inmortalidad es el anhelo de millones de personas que no saben qué hacer con ellos mismos una tarde de domingo" (Susan Ertz, 54 años, novelista estadounidense).

Días tan entusiastas como el viernes o el sábado son la escalera de euforia que conducen a ese colchón, presuntamente blando y cómodo, al que llamamos Domingo. Un engaño. El colchón resulta ser duro, aburrido, desagradable y la sensación de desolación y vacío que causa puede ser devastadora.

Hay en los domingos algo enfermizo, una enrarecida decadencia disimulada hipócritamente con el disfraz del descanso. Parece claro que la invención del último día de la semana encontró ya a Dios cansado, aburrido, falto de inspiración y lucidez. Eso explica que los domingos, sobre todo sus eternas tardes, sean aburridas, soporíferas, deprimentes, nauseabundas y hasta repulsivas.

Dominguero es un adjetivo peyorativo que dice más de lo que decimos cuando lo decimos. Algo siniestro tendrá cuando ningún otro día de la semana cuenta con un adjetivo tan denigrante.

Y todo por una sola razón: es la antesala del inevitable lunes. Al más puro estilo de una espera en el corredor de la muerte.


... México sin lengua.


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