Monseur Periné sonaba en el fondo, cualquiera desearía tener la Misma alegría con la que bailaba el viejo y empolvado Parlante, o el ritmo, por lo menos. Ya nadie usaba este equipo, estaba olvidado en un rincón de la sala, pasó a ser uno de esos objetos que se quedan sólo porque no sabes qué hacer con ellos, y entonces se vuelven un recordatorio casi invisible de la indecisión. Antes mi viejo incluso le mandó a hacer un forro, para que nada lo dañara, a la medida, como un vestido de quinceañera cuando es lo suficientemente consentida y los padres lo suficientemente adinerados. Ese forro está mal puesto, porque tuvo la misma suerte, no que la quinceañera, si no la del parlante, o peor que esa misma, y ahora, aquí en la sala, veo como flotan pequeñas partículas con cada canción, es como si tosiera, pero tose contento, eso es, es un anciano que se ríe con ganas y que tose con las mismas ganas porque está demasiado feliz como para detenerse.
Mi parlante ríe, y tose, y tiene un vestido hecho a la medida, y su risa llena la sala, y reímos juntos y luego tosemos juntos también… hay que ajustar ese vestido.