Despierto a la Hora en que, supongo, piensas en mí. A partir de allí, dormir es imposible.
Por lo regular, tomo el primer café de la madrugada y miro al techo o a la ventana: a esa hora, con las estrellas adormiladas, es casi lo mismo.
Ayer fue diferente: tuve un sueño. En él Caminaba por una plaza, bajo un sol potente y sin nubes en el porvenir. Caminaba sin moverme, pero tampoco se puede decir que eso me incomodara.
A lo lejos, apareciste tú en una fuente. Estabas sentada, tomando un café y mirando a ningún lado. Supe hacia dónde tenía que ir en ese instante.
Me señalaste un lugar junto a ti, sin verme. También me diste un agua tan cristalina que la luz se doblaba en colores cuando la golpeaba. Tenía sed y no lo sabía.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí, bien visto, jamás nos hemos movido. Es tiempo, te dije, y de buena manera te preparaste para andar el camino.
No me sigas, camina conmigo. No sé quién lo dijo, porque en ese momento regresé a mi cuarto, donde la luz del día se arrastraba perezosamente.
Más o menos a la hora que, supongo, piensas en mí me despierto. Y desde entonces es imposible no soñar.