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Mother 4: el entierro de Perón

Seria hacia julio. El santón había muerto y el país desolado miraba por la tele, las grandes colas, que los deudos del General Perón montaban para su despedida. Llegue a buenos Aires por la mañana, era una mañana gris y lloviznaba intermitentemente. Me embarque en Córdoba,  en un bus de los tantos de simpatizantes que iban a llorar la decrepitud de un liderazgo, que había tenido al país durante 18 años, embarazado de un sueño prolífico e infausto. Con él, todo había sido posible, desde escuelas hasta casas para la clase trabajadora. Ese sueño estaba cargado de odio. Porque toda ilusión vana, arrastra tras de sí un despertar calvo, feo, sediento de venganza.

Pues así fue, en el viaje cometería la torpeza de anudar una relación con mi compañera de asiento. No nació el amor, pero si la compañía que ayudaría a sobrellevar la emoción que nos empujaba. ¿Qué vi, al General?. Hicimos una larga cola, sentimos que la historia estaba debajo de nuestras botas. E inclusive hubo tiempo para visitar algún familiar de mi compañera de estribo. Pero al llegar frente a su ataúd, no pude percibir más que un sentimiento de final de un tiempo. ¿Cuál?. Me había estrellado ante el luto. Muerto el padre, ahora nos tocaba a los hijos descarriar por las calles hasta dar un sentido a la vida y a la sociedad.

Al regresar , ofuscado por perder al progenitor, sudado, cansado y con mi nuevo amor a punto de acabar, nada supuso mas tortura que los vendedores de las calles, ponían sin cesar la última frase clarividente del General, en la cual parecía despedirse:  “llevo en mis ojos…”. ¡No soportaba aquello!. Era una letanía de país abandonado a su suerte. ¿O no?. A los apetitos de su viuda y el brujo. Pero puestos a asesinar, los demás, afilaban con fuerza su maldad: el clero, los militares y la guerrilla.

Que el general se había ido, no teníamos duda. Con él se llevo 18 años de discursos maniqueos, oscuros intereses y borrosos horizontes. La República se había liberado. El festín de muerte y odio estaba preparado.

 

 

Notas

Años después un mayordomo me confesó en España, que nada era más rentable que en los años 60/70 sacar a pasear a los perros del General  cuando llegaba de vacaciones, a una ciudad de moda de la jet europea, pues –según mi contertulio, le soltaba 1.000 pesetas. ¡Una fortuna de la época!.

El sueño ya estaba definitivamente roto…



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