Sabía que podía caer mal a mucha gente, era el mal asumido de cómo era. Sabía que debía estar preparado para la confrontación con los rebeldes, porque era lo que le esperaba en muchas ocasiones. También sabía lidiar con las miradas de recelo de los cobardes, porque tenía depurada la mayor de las indiferencias para ellos. Sin embargo lo que la mayoría describía como mal carácter o despotismo, era pura exigencia. Lo chabacano, lo ordinario, lo mal hecho o lo hecho a medias le sulfuraba y se encaraba con quien se atreviera a defender una chapuza. No soportaba el tedio, y a los aburridos los espoleaba cruelmente para que espabilaran. A veces parecía un tiránico césar en el circo romano, decidiendo sobre la vida o la muerte de los gladiadores. Esta era su peor faceta, no obstante, no era la única. Disfrutaba con las sorpresas, y en general con cualquier cosa que se apartara de un mundo gris. Buscaba estar rodeado de personas originales y creativas, que siempre le aportaran ese alimento que necesitaba para seguir. Su ingenio lo llevaba al centro de todas las reuniones. Pero igualmente que disfrutaba de esta existencia mundana, podía hacerlo de la soledad más absoluta. Un día me dijo: la belleza se puede encontrar incluso en los pliegues infinitos de una sábana arrugada. Y así, ajeno a ese mundo feo y cotidiano que detestaba, se podía perder eternamente.