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Crítica | The Light of the Moon

No heroics, please

Crítica ★★★★ de The Light of The Moon, de Jessica M. Thompson.

Bonnie es una chica normal, con todo lo que implica ser “normal” en los suburbios de Brooklyn. Dentro de la clase media afortunada estadounidense, formada por un selecto grupo de trabajadores caucásicos que pueden permitirse el lujo de no estar pluriempleados para sobrevivir en la cuna del capitalismo, la protagonista de The Light of The Moon incluso podría considerarse privilegiada; tiene un trabajo que no detesta como arquitecta, en el que es respetada dentro de un ambiente creativo e integrador, un gran amigo con quien desahogarse siempre que lo necesite y, por supuesto, un novio que la adora aunque viva demasiado preocupado por ascender dentro de su empresa. La adicción al trabajo y la necesidad de estar siempre disponible hacen que Matt no pueda acompañar a su novia y al resto de compañeros a tomar unas copas después del trabajo, sin embargo esto no es motivo de drama, todo lo contrario, la pareja demuestra una gran capacidad de comprensión y compromiso para mantener su relación en un punto intermedio, alimenta la pasión con esporádicas muestras de afecto y evita así que la frialdad aparente termine por separarles del todo. Así que, como cada noche, hoy resulta una ocasión perfecta para celebrar que ella sigue siendo igual de afortunada que ayer; se deja llevar por el espíritu jovial y, el par de cervezas inicial da paso a un chupito, otro coctel, y una copa más, hasta que la desinhibición y el desenfreno comienzan a hacer mella en su sistema motriz cuando el grupo decide que ya ha tenido suficiente diversión por el momento. Con la cabeza todavía algo aturdida, Bonnie se despide de sus amigos y decide, pese al cansancio y a los tacones, caminar las tres manzanas que la separan de su casa para despejarse. La noche resulta placenteramente apacible y la música que emiten los auriculares que se acomoda, en un gesto casi mecánico, la ayudan a vencer la fatiga y a disfrutar del breve paseo. Entonces, una humedad pegajosa y un desagradable olor la asaltan sin apenas tiempo para comprender que se trata de una mano que la agarra por la cara y la lleva a un callejón apartado donde será violada. Una escena que no se recrea en la violencia del espantoso suceso, sino en el punto de vista introspectivo de ella, viviendo la peor de sus pesadillas. La cámara de la novel Jessica M. Thompson no se moverá de la cara de Bonnie, mientras ésta se va desgarrando poco a poco por el terror y la afilada piedra de la pared contra la que ha quedado atrapada, a la luz de la luna.

La estética y la puesta en escena iniciales del filme nos llegan a confundir. La trama no nos avisa de que pueda ocurrir nada malo, todo se desarrolla como en una comedia estadounidense más, en un ambiente de estética “cool”, tanto en el trabajo como fuera de él, y será sin ese habitual incremento de la intriga, marcado por una música premonitoria o una fotografía especialmente lóbrega, cuando llegue el asalto, inoportuno como siempre, inesperado como nunca. En cualquier caso, tras el reconocimiento médico y la desagradable entrevista con la policía, se producirá una elipsis de dos semanas con la que la realizadora dejará claro que no se trata de una película sobre una violación, sino sobre la dificultad de retomar la vida tras un trauma de esas características. No habrá búsqueda de venganza, ni tan siquiera la mención a una posible y deseada represalia imaginaria, hasta el punto que la violación no tiene mayor pretexto narrativo que evidenciar sus mismas consecuencias desde una óptica objetiva, sin exageraciones, enfrentando a la víctima con la incomprensiva sociedad moderna. Bonnie decidirá ocultar a sus compañeros de trabajo (y a su mejor amigo) la gravedad de lo ocurrido, explicando que se ha tratado de un simple atraco con violencia. Por este motivo, todo el peso de la responsabilidad regenerativa –anímica– de la protagonista recae sobre Matt, único conocedor de la verdadera historia. Se trata de un compromiso mayor del que le gustaría afrontar, o mayor incluso del que le corresponde por el simple hecho de que no es un experto en psicología, pues la víctima se niega a acudir a terapia tras lo sucedido. Sin embargo, tratando de ofrecer un consuelo y un apoyo intachable, Matt consigue una reacción completamente opuesta en Bonnie, quien no logra el propósito de retomar su vida tal y como era a causa de un novio sobreprotector y extremadamente atento. Entendemos este proceso de sobreprotección como una exagerada victimización de la víctima, quien llega a ser comparada incluso con enfermos terminales atravesando las etapas del duelo. Aquí se levanta un debate bastante controvertido y lúcido acerca de lo poco detallistas que somos en nuestro día a día, y de cómo esa situación cambia con la aparición de un trauma, surge el sentimiento de culpabilidad, de pena y de protección, y empezamos a cuidar a nuestra pareja como no lo habíamos hecho antes simplemente por amor. Sin embargo, esa actitud paternalista y detallista, artificial en cualquier caso, no es más que un continuo recordatorio del trauma. Verse en una posición de víctima en su vida empieza a consumirla, pues ansía que todo vuelva a ser como era antes del asalto, cree que quizá pueda olvidar, o pasar página; no quiere recapitular para enfrentarse a lo vivido y aceptar que, aunque desee otra cosa, todavía no está preparada para dejar atrás lo ocurrido, como si nunca hubiera pasado.

«En una época en la que la reacción de la mujer ante cualquier suceso se entiende socialmente como mensaje político, donde una violación puede condenar a la víctima al antifeminismo –si muestra síntomas aparentes de depresión–, o al oportunismo –si unos detectives consiguen una fotografía de la mujer sonriendo–, la película de Thompson compone un congruente manifiesto para entender la necesidad de respetar la determinación de una persona sobre cómo enfocar el resto de su propia vida».


Sería un error asumir que, por su actitud, Bonnie no está traumatizada por la terrible experiencia, pero sobre todo, se encuentra frustrada y enfadada de que esa violación se haya tenido que convertir en parte de su vida, como un constante recordatorio de la misma pesadilla reflejado en las miradas condescendientes y afligidas del resto del mundo y, sobre todo, de su pareja. Por este motivo, y como confiesa a su amigo, no sin cierto tono de culpabilidad, lo que la protagonista quiere es al antiguo Matt, cariñosamente distante y descuidado en los detalles. Porque The Light of The Moon realiza un acertado retrato de lo que supone un trauma personal en la pareja, en el sentimiento de culpa que invade a quien no ha podido proteger al verdaderamente afectado, y cómo esa alienación consume poco a poco la rutina establecida y crea un ambiente artificial e irrespirable. Con un presupuesto mínimo, la película, con Stephanie Beatriz a la cabeza como cara conocida gracias a su papel en la serie Brookly Nine-Nine, nos atrapa en su honestidad y la dramática levedad con la que Bonnie pretende sobrellevar lo sucedido por medio de todos y cada uno de los pasos post-traumáticos, en los cuales podremos reconocer una crítica voraz a la frialdad médica, a la brusquedad y la desagradable suspicacia policial, a la falta de comprensión en el trabajo y la despreciable superioridad de los conocidos frente a cualquier persona en un momento delicado de vulnerabilidad. En una época en la que la reacción de la mujer ante cualquier suceso se entiende socialmente como mensaje político, donde una violación puede condenar a la víctima al antifeminismo –si muestra síntomas aparentes de depresión–, o al oportunismo –si unos detectives consiguen una fotografía de la mujer sonriendo–, la película de Thompson compone un congruente manifiesto para entender la necesidad de respetar la determinación de una persona sobre cómo enfocar el resto de su propia vida. Al fin y al cabo, ¿qué más nos queda si también nos arrebatan la capacidad de decisión? | ★★★★ |


Alberto Sáez Villarino
© Revista EAM / Dublín


Ficha técnica
Estados Unidos, 2017. Título original: The Light of The Moon. Director: Jessica M. Thompson. Guion: Jessica M. Thompson. Duración: 90 minutos. Fotografía: Autumn Eakin. Música: David Torn. Productora: Big Vision Creative / Stedfast Productions. Edición: Jessica M. Thompson. Diseño de producción: Lauren Helms. Intérpretes: Stephanie Beatriz, Michael Stahl-David, Cindy Cheung, Conrad Ricamora, Catherine Curtin, Susan Heyward, Craig Walker, Olga Merediz, Cara Loften, Heather Simms, Michael Cuomo, Christian Barber, Christine Spang, Mike Ivers, Patricia Noonan, Sarah Dacey-Charles. Presentación oficial: South by Southwest Film Festival, 2017.



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