La lengua es un arma de doble filo que domina a todo aquel que piensa controlarla. Su fuerza es nuestra necedad.

Si no quieres ser esclavo de tus palabras, encadénalas con tu mente y si no lo consigues, encomiéndate al Espíritu Santo, él sí que puede.

Los silencios son paredes que protegen al sabio de la torpeza de sus palabras, su buen uso es más elocuente que cualquier diatriba.

A menudo los hechos hablan de por sí y hacen de las palabras elementos superfluos y redundantes.

Todo lo bien hecho puede ser tachado por lo mal hablado y a veces basta con una palabra.

El amor es obrero de buenas palabras y de silencios oportunos.

Frente a un gran dolor un silencio cariñoso es más poderoso que cualquier discurso.

La humildad es carcelera de palabras inútiles y liberadora de hechos prudentes.

Los grandes líderes dejan que sus hechos hablen de por sí, los que pretenden pero no están a la altura intentan suplir sus flaquezas con la verborrea que algunos llamamos demagogia.

La única palabra justa, es la de Dios, la de los hombres es un espejismo.

Hay quien da su palabra como quien no quiere la cosa y después gasta su vida en intentar recuperarla.

28 Pero él dijo:

—¡Antes bien, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la obedecen! (Lucas 11:28)

6Las palabras de Jehová son palabras limpias, como plata refinada en horno de barro, purificada siete veces. (Salmo 12:6)

Que Dios os bendiga, Alfons

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