En el antiguo testamento la propiciación era un sacrificio hecho a Dios para obtener su misericordia frente a nuestros pecados. Luego, Jesús hizo el acto supremo de propiciación para redimir a su pueblo pagando con su vida. Hoy, a nosotros también se nos exige ofrenda a Dios pero pocos están dispuestos a sacrificar su orgullo, su vanidad, su ego, en el altar de la propiciación.

La bondad es propiciación, la maldad es condena. Entonces ¿por qué no obramos con amor hacia los demás más que hacia nosotros mismos?

La ley nos muestra el camino justo, por tanto también nos marca la senda del pecado y nosotros vivimos constantemente pasando del uno al otro, olvidadizos que somos de que no hay propiciación que no exija el sacrificio de nuestro tan sacrosanto libre albedrío.

La propiciación es una palabra antigua para una exigencia tan moderna como real en el mundo en el que vivimos. Sabemos que todo tiene un precio pero obviamos que nuestra salvación también. O será que a la mayoría no les importa.

Cada día es un día propicio, y una oportunidad, para reencontrarse con Dios y con Jesús, solo hay que desearlo de corazón y no con la razón. Pero hay tan poca gente dispuesta y deseosa de hacerlo que los días se transforman rápidamente en oscuridad y tinieblas para muchos sin que se percaten de ello.

¿Qué es lo más preciado para el hombre? Su libertad. Bien, pues ese debe ser el sacrificio que debemos estar dispuestos a ofrecer a Dios, entregarnos a Él sin condiciones y ser su siervo para la eternidad. Nada más sencillo y terriblemente difícil para la humanidad, renunciar a su ego, nuestra historia desgraciadamente lo demuestra.

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados. (1 Juan 4:10)

Que Dios os bendiga, Alfons
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