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Cómo ser neotemplario hoy y la búsqueda espiritual en Occidente

NOTA previa de A. Almazán:
 
Este texto forma parte de la conferencia pronunciada por frey Patrick Emile Bracco en Sigüenza dentro de los actos conmemorativos del 880 Aniversario de la fundación de la Orden del Temple, año de 1998 de la era de Cristo; actos organizados por el Gran Priorato Español de la Orden Soberana y Militar del Temple de Jerusalén (OSMTJ). En esta reunión estaban presentes los grandes priores de España, Portugal, Escocia y Escandinavia. Asimismo había delegados de los prioratos de Hungría, Inglaterra, Francia y Alemania.
 
Patrick Emile Bracco era, a la sazón, comendador y nuncio de la OSMTJ de España en Francia, Apoderado de la Comendadoría de las Tierras Ocitnas, y representante en Niza, París, Montpellier, Toulon y Limoges-Poitiers.
 
En nuestra opinión el espíritu rector de esta disertación de Bracco plasma lo que diversos investigadores del Temple y del neotemplarismo francmasónico estiman lo que posiblemente latía en los auténticos y orales (no escritos) “Estatutos Secretos del Temple”.
 
Obsérvese la crítica que realiza a muchos grupos neotemplarios e incluso a miembros de la propia OSMTJ no inmersos en ese “espíritu templario” que él expone. Asimismo véase su reiterada insistencia en la subsistencia de un esoterismo cristiano en el seno del Temple y de su constante tener presente a Dios, a Gloria de cuyo Nombre el Temple elevó su divisa y acción.
 
La conferencia tuvo lugar el 1 de octubre, víspera de San Saturio. Reitero, por mi parte, que nunca he formado parte de ninguna asociación neotemplaria, aunque como periodista especializado en estos temas he asistido a algunas celebraciones neotemplarias como invitado e incluso conferenciante.
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CÓMO SER TEMPLARIO HOY: EL CAMINO DE UNA BÚSQUEDA ESPIRITUAL EN EL MUNDO OCCIDENTAL
 
PATRICK EMILE BRACCO
En nuestros días, a través de toda Europa o América, se constata un florecimiento de movimientos templarios, como si el hecho de añadir la palabra Temple o Templario a cualquier grupo bastara para darle título.
 
Es cierto que en el seno de algunos de estos grupos se encuentra un verdadero espíritu caballeresco cristiano. Pero al lado de esto, ¿de cuántas manifestaciones patológicas podemos ser testigos?
No hablaré de estos bravos “Templarios” que no presentan más que el aspecto de guardianes de cementerios encargados de realizar el plan de las sepulturas, o todavía de estos hiper-especialistas históricos, más ratas de biblioteca que auténticos hombres de terreno. En todos estos casos, el espíritu templario está bien lejos. Pero ¿en qué términos podemos definir hoy el espíritu templario?
 
Cuando era aceptado como templario, este último debía conformarse con ciertas obligaciones de la Regla del Temple, que eran: la obediencia, la castidad, la pobreza, la fraternidad, la hospitalidad y el servicio a los ejércitos. No olvidemos que el Temple era una orden monástica y que sus miembros debían seguir sus reglas de una manera estricta.
 
El espíritu templario reposaba sobre ellas y su respeto representaba una apuesta sublime donde el honor y la fe tenían partes iguales.
 
Este espíritu animaba a los hombres que debían ser, a la vez, santos héroes, especulativos y hombres de acción, administradores y jefes de guerra. Debían aceptar, además, que la acción personal servía a la comunidad y no a la reputación de un hombre, por alto que estuviese en la jerarquía. Y todavía más que la gloria del Temple, servir a la gloria de Dios. Se trataba de ser digno del blanco manto y digno de sí mismo, saber conducirse en este mundo de ilusiones como un verdadero servidor de Cristo.
Pero hoy día, ¿cómo se puede, por una parte, conciliar estas obligaciones con la vida profana y, por otra parte, defender el ideal cristiano en un mundo donde reina la indiferencia?
 
Nuestra Orden actual no tiene una vocación monástica, así como también las obligaciones del Templario deben ser interpretadas con detenimiento. El mundo y las cosas han evolucionado desde el siglo XII, también es preciso saber adaptar estas reglas.
 
La castidad no debe ser una ausencia de relación carnal con el ser amado, sino más bien una huida de toda impureza y de todo desahogo malsano.
 
Tratar de reencontrar el verdadero sentido del amor físico, dándole su lugar como en el amor afable, una fusión de dos seres humanos no sólo por unos instantes, sino por toda una vida.
La pobreza: tampoco es cuestión aquí de comprometer a los Caballeros en la pobreza absoluta, sino hacerles comprender que en un momento se puede perder todo en la vida, pero la verdadera riqueza no está en los bienes exteriores, sino en lo que hay en el corazón.
 
Es preciso saber también, y esto concierne a otras dos obligaciones que son la fraternidad y la hospitalidad, que el templario debe saber compartir con su hermano menos afortunado que él (recordemos el simbolismo de dos templarios sobre el mismo caballo) y que él debe saber abrir su puerta y su corazón a los desgraciados que pueda encontrar en su camino.
La obediencia: cuando se entra en una orden, cualquiera que sea, el primero de los mandamientos es la obediencia. La obediencia y el respeto por las reglas son los únicos medios de mantener las estructuras de un organismo en función, sin no la anarquía se instala y nosotros tenemos demasiados ejemplos alrededor de nosotros para querer seguirlos.
 
El servicio a los ejércitos: la Orden del Temple no está aquí para batirse de una manera física; no llevamos espada, ni armadura; no es cuestión de restituir cualquier compromiso militar. Pero recordemos que, en caso de conflicto, hemos elegido un ideal espiritual, y que este ideal haría falta saberlo defender con las armas en la mano si fuera necesario.
 
Temo que muchos Hermanos, presentes o ausentes, no hayan ponderado de una manera suficientemente seria el peso de su compromiso en nuestra Orden. ¿Cuántos no han sido seducidos más que por la apariencia, el porte del manto blanco, el título de Caballero, pero los actos, los hechos, dónde están? ¿Qué han hecho ellos por la Orden en general y por su evolución en particular?
 
Si no se nace Caballero, se puede, sin embargo, llegar a serlo y para ello se debe tomar y seguir un cierto camino que comienza por una iniciación. Esta iniciación va a permitir al hombre profano que quiera entrar en el Temple, separarse de las coacciones exteriores y de su historia personal. Va a alejarse de su medio inmediato, limitado y obtuso por confiar al Universo y a la Humanidad todo, dándole una dimensión sagrada.
 
El sentido de esta ceremonia invariable es ayudar al nuevo Hermano a afrontar la angustia provocada por un compromiso profundo y permanente. Esta ceremonia vivida por los que obtienen el título y por los Hermanos crea un lazo entre los adeptos y, si es vivida intensamente, puede provocar una auténtica comunión.
 
Comprendemos que estas ceremonias iniciales son muy importantes en el sentido de que pregonan un deseo de despertar el hombre dormido y de hacerle tomar conciencia de un posible estado superior, lo que era una de las misiones del verdadero Temple.
 
Nosotros, que hemos elegido la vía de la Caballería Templaria, sabemos que la meta que nos hemos fijado no es la Jerusalén Terrestre, sino la Jerusalén Celeste.
 
Para hacer actos de beneficencia o tener una conducta moral irreprochable, no es necesario entrar en el Temple. En nuestro caso, esto debe ser la consecuencia directa de una búsqueda situada mucho más alto. Hace falta, pues, comprender que el Temple es también el vehículo de una búsqueda esotérica para cada Caballero, y la síntesis de esta búsqueda es la formación de una encrucijada de civilizaciones y de corrientes espirituales primordiales, cuyos participantes se harían Guardianes de la Tradición, transmitida por vía esotérica desde el cristianismo primitivo (comprendemos mejor así las relaciones entre los Templarios y los musulmanes durante las Cruzadas, mucho más hechas de comprensión mutua que de traición del cristianismo por parte de los primeros).
 
Guardemos el espíritu abierto a la diferencia y practiquemos la tolerancia, así podremos tener ya un estado de espíritu apto para una comprensión más sutil de las cosas.
 
Cuando comienza a existir, el hombre se interroga sobre el sentido de su vida; desgraciadamente las respuestas que aporta a estas interrogantes son vagas e insatisfactorias, y se ve obligado a contentarse con opiniones, de creencia o de fe. El sentido de esta verdadera búsqueda existencial no será dado más que por un camino interior, guiado a la vez por la Fe, la voluntad de alcanzar el logro marcado y la intuición; tres cualidades indispensables para cualquier éxito temporal o espiritual.
 
La corriente templaria es una de las grandes vías occidentales que ha llevado en su seno los medios de desarrollar esta búsqueda espiritual y, más allá de esta simple búsqueda, ha propuesto a los templarios realmente dignos una realización mucho más importante… Quien tenga orejas que oiga…
 
Hemos dicho que nuestra meta era la conquista de la Jerusalén Celeste, la que cada uno lleva en lo más profundo de sí y que le permitirá, si llega a conquistarla, trascender el simple estado mortal que tenía hasta ese momento. Para confirmar esto, miremos el símbolo que llevamos en el hombro izquierdo: es una cruz, sin el hombre crucificado, y no por ella directa y únicamente ligada al cristianismo, pero sí a una tradición muy anterior que creía que el hombre caído estaba estrechamente atado a los cuatro elementos de la manifestación y que sólo por el centro de esta cruz podía extraerse el hombre elegido y digno de figurar con los justos a la derecha del Padre Eterno.
 
Comprender, mis Hermanos, que el Temple ofrece esta posibilidad a los que tienen bastante coraje, voluntad y perseverancia para emprender y mantener tal camino, pero el resultado al final es digno de la gracia que nos ha hecho Dios permitiéndonos estar aquí, pues no olvidemos que este trabajo no se hace únicamente en un sentido egoísta, sino también, y sobre todo, por la Más Grande Gloria de Dios: “Non nobis, domine, non nobis sed nomini tuo da gloriam”.
 
Patrick Emile Bracco
(in templariosymas.blogspot.pt)



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