A menos de cuarenta y ocho horas para que se lleve a cabo el Proceso Constituyente auspiciado por el régimen venezolano, son muchos los temas por los cuales uno pudiera mostrar desolación. Por donde se vea, el contexto que vive el país no solo llama a la desesperanza, sino que afecta cualquier cualidad vital, tanto física como emocional, de quienes hacen vida en Venezuela.Nuevamente, el 30 de julio el destino de la nación está en juego. A diferencia de otros procesos históricos, nunca como ahora se tuvo por objeto establecer las bases de un sistema colectivista para regir las funciones del Estado. Indudablemente, Venezuela tiene en sus anales numerosos regímenes autoritarios, pero ninguno de ellos, sin excepción, buscó asentar las bases de un sistema de planificación centralizada de la vida humana bajo los ideales socialistas.Por supuesto, los negacionistas dirán que lo de Venezuela es socialismo por la premisa imperante de turno. La llamada izquierda siempre busca una excusa de turno, un fallo en la doctrina, para excusar la praxis y seguir a la espera del “verdadero” socialismo.En todo caso, si bien la Constituyente no fue la razón por la cual comenzaron las protestas hace cuatro meses, dicho proceso representa una enorme incertidumbre. Si ya se tenía un endeble sistema jurídico con la Constitución de 1999, el nuevo proceso constituyente es una caja de pandora en el cual no existen garantías y certeza de cómo se respetarán los derechos humanos.El gobierno metió toda su carne en el asador. Probablemente, después del lunes sea considerado un régimen forajido, lo cual es un arma de doble filo. Por una parte, esta condición de “outlaw” bien pudiera contribuir a su final. Al mismo tiempo, sin embargo, al saberse un paria de la comunidad internacional, los personeros del régimen bien pudieran sentirse ya indiferentes a lo que piense el mundo de ellos, por lo que pueden impulsar una violación aún mayor de derechos humanos, al margen de cualquier noción de civilización.
El tiempo corre.
El tiempo corre.
