Todas las madres de Este Mundo cargamos con una suegra, madre, hermana, tía, compañera de trabajo o cuñada que piensa tiene el derecho y deber de opinar sobre cómo criar a nuestros hijos. No sabemos quién le dio esa potestad, pero ella se la adjudicó y anda convencida de su rol en este mundo: el de poner a tu bebé a salvo. Sin que nadie le haya pedido opinión, te dice cosas como: "¿te parece mandarlo al Jardín tan chiquito?, no seas mala"; "no lo dejes llorando así fue sin querer que lo hizo"; "no lo tengas todo el día a upa, eso le hace mal"; "esa comida que le das le da cuetes pobrecito, a mis hijos siempre les hice todo caserito, ¿por qué no probas?"; "¡¿al shopping lo vas a llevar y tan chiquito?!", "¡¿YA duerme solito?!"; "a ver dejame ver esas tetas para mi que no lo estas prendiendo bien". Nunca una frase te desperto tantos y tan variados y tan intensos instintos asesinos. Si no fuera por tu incipiente instinto maternal y porque en el fondo de tu cerebro hay una vocecita que te dice que algún día podrías necesitar la ayuda de este ser humano con algo relativo a tu hijo, es que no la reventas contra la pared ni le contestas: "¿y quién te pidio tu opinión? POR FAVOR ABSTENETE". Eso todas lo pensamos. Pero no se puede, porque algún día sí la vas a necesitar, porque por lo general se trata de un familiar de algún tipo y porque, -y esto es lo más importante-, no importa que le digas que esto o aquello lo leiste en una enciclopedia o te lo dijo tu pediatra o ginecólogo que son grado 5. No, nada de esto sirve porque están convencidas de que tienen la razón y que sin sus consejos tú y tu hijo estarían perdidos. Por eso en estos casos lo recomendable, -ojo no digo que sea lo mejor ni lo más educado ni políticamente correcto-, es mirarla con carita y sonrisa de tontona desbalanceada y contestarle en tono seco: "Es así porque yo sé, porque soy la madre".
A eso, no hay con qué darle.
A eso, no hay con qué darle.
