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Viajar con hijos I

Somos la pandemia, los paria, los indeseados. La gente nos detesta. Intimamente incluso, nos odia y desearía vernos Lejos, muy lejos de ellos, o por lo menos, en otro avión. Cuando una viaja con Hijos, el tema del traslado se convierte en una expedición temeraria, cargada de aventuras y desventuras, llantos, estrés, gritos y forcejeos, negociación mucha negociación, caramelos, galletitas, juguitos y cualquier otra perversión que conquiste y distraiga a esots pequeños durante las interminables horas de espera.

Cuando una sube a un avión con sus hijos y encara el largo Pasillo que la separa de su asiento, puede apreciar la cara de espanto y horro de cada uno de los Pasajeros. En cuanto te ven subir, cada uno de ellos, en silencio y de manera penitente, empieza a rezar, a suplicar: "por Favor Dios (sea de la religión que sea), no permitas que esta mujer y sus niños se sienten a mi lado, por favor, por favor, por favor Dios no lo permitas".

A medida que avanzas por el pasillo del avión, podes sentir el suspiro de alivio de los pasajeros que vas dejando atrás y ves también cómo aumenta el pánico en las caras de los pasajeros que quedan y a los que te acercas con paso lento.

Muchos coinciden en que prefieren sentarse al lado de un loquito desbalanceado con problemas de claustrofobia y paranoia combinados, que junto a una madre con hijos chicos, y peor aún: bebés. Porque en el mejor de los casos, después de mucho llanto y de un par de horitas de vuelo, esos niños finalmente queden agotados y dormidos a upita de mami, y quizás, también a arriba de tu compañero de asiento.


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