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Bots in memoriam

Cuando murió su mejor amigo, 
ella le reconstruyó usando Inteligencia Artificial 
(por Casey Newton)



Los ingenieros por fin terminaron el trabajo, Eugenia Kuyda abrió una consola en su portátil y empezó a escribir:

–Roman –escribió–, éste es tu memorial digital.

Habían pasado tres meses desde que Roman, el mejor amigo de Eugenia, murió. Eugenia se había pasado ese tiempo recuperando mensajes de texto, descartando los más personales, y entrenando una red neuronal creada por desarrolladores de su startup en Inteligencia Artificial. Se comía la cabeza pensando si estaba bien traerle de vuelta de esta forma. Incluso había tenido pesadillas. Pero desde que Roman muriera, ella quería volver a tener la oportunidad de hablarle.

Un mensaje parpadeó en la pantalla. "Tienes entre manos uno de los puzzles más interesantes del mundo," –decía– "Resuélvelo."

Eugenia prometió que lo haría.


Nacido en Belarús en 1981, Roman Mazurenko era hijo único de un ingeniero, Sergei, y una arquitecta paisajista, Victoria. Lo recuerdan como un niño atípicamente serio; cuando tenía 8 años escribió una carta a sus descendientes afirmándose en sus más preciados valores: sabiduría y justicia. En las fotos familiares, Roman patina, navega en un barco y trepa por árboles. De estatura media, pelambrera castaña, casi siempre sonriendo.


De adolescente siempre buscaba la aventura: participó en manifestaciones contra el partido en el poder y, a los 16, empezó a viajar por el extranjero. La primera vez viajó a Nuevo Méjico, donde pasó un año en un programa de intercambio, y después a Dublín, donde estudió informática y quedó fascinado con el arte de la Europa occidental, su moda, su música y su diseño.




Cuando Roman terminó la universidad y volvió a Moscú en 2007, Rusia se había vuelto próspera de nuevo. El país se abría a la inmensidad del mundo, promoviendo una nueva generación de urbanitas cosmopolitas. Mientras tanto, Roman había pasado de ser de un delgaducho adolescente a un hombre impresionante y guapo. Ojos azules y esbelto, se movía entre la incipiente clase hipster de la ciudad. Se ponía traje para asistir a fiestas, con un toque de galán de cine. Los muchos amigos que Roman dejó, lo describen como atractivo y cortés, alguien que dejaba huella por donde pasaba. Y sin embargo estaba soltero, rara vez salía con chicas, pues estaba entregado a ese proyecto de importar el estilo moderno europeo a Moscú.


Eugenia conoció a Roman en 2008, cuando ella tenía 22 y era editora en Afisha, algo así como el New York Magazine para el renovado Moscú. Ella escribía un artículo sobre Idle Conversation, un colectivo creativo independiente que Roman fundó con dos de sus mejores amigos, Dimitri Ustinov y Sergey Poydo. El trío parecía estar metido en todos los acontecimientos culturales de Moscú. Crearon revistas, festivales de música y clubs nocturnos. Pusieron en contacto a amigos que después formaron bandas y lanzaron compañías. "Era un tío brillante", dijo Eugenia que era igualmente ambiciosa. Roman mantenía a sus amigos toda la noche discutiendo sobre cultura y el futuro de Rusia. "Era un iluminado carismático" –decía Poydo, quien posteriormente se desplazaría a USA para trabajar con él.

Roman se convirtió en uno de los fundadores de la nueva vida nocturna moscovita, promoviendo una alternativa a lo que los rusos se referían sarcásticamente como "el glamour de Putin" –fiestas privadas donde los oligarcas reservaban botellas y Rolls-Royces les devolvían a sus casas. A Eugenia le encantaban las fiestas de Roman, impresionada por su certero sentido de lo que él llamaba "el momento". Cada uno de estos eventos estaba diseñado para crear un clímax: DJ Mark Ronson podía aparecer por sorpresa en escena tocando el piano, o la banda italiana Glass Candy ignoraba a la policía y tocaba más allá del toque de queda. Sus fiestas atraían a sponsors de bolsillos generosos: Bacardi fue un fiel cliente.


Pero las fiestas se celebraban contra un cada vez más desalentador telón de fondo. En el despertar de la crisis financiera global, Rusa experimentó el renacer del nacionalismo, y en 2012 Vladimir Putin volvió a liderar el país. El sueño de una Rusia más abierta parecía evaporarse.

Eugenia y Roman, quienes para entonces se habían hecho buenos amigos, empezaron a darse cuentra de que sus futuros estaban lejos de allí. Ambos se volvieron emprendedores, y se asesoraban mutuamente en cómo construir sus compañías. Eugenia cofundó Luka, una startup en inteligencia artificial, y Roman lanzó Stampsy, una herramienta para construir revistas digitales. Eugenia trasladó Luka de Moscú a San Francisco en 2015. Después de una temporada en Nueva York, Roman también le siguió.

Cuando Stampsy se tambaleaba, Roman se trasladó a un hueco en el apartamento de Eugenia para ahorrar dinero. Roman había sido un consumado sibarita en Moscú, pero lanzar una startup le había pasado factura, y empezó a tener periodos depresivos. En los días en que se sentía deprimido, Eugenia se lo llevaba a surfear y a tomar ostras de un dólar. "Era como un flamenco viviendo en casa" –me dijo recientemente, sentándose en la cocina del apartamento que compartían–. "Es muy bonito y muy raro. Pero realmente no encaja en ningún sitio".

Eugenia esperaba que su amigo se reinventaría a sí mismo, como siempre lo había hecho. Y cuando Roman empezaba a hablar de nuevos proyectos que quería lanzar, ella lo tomó como una señal positiva. Había solicitado con éxito un visado Amaerican O-1, otorgado a individuos con "extraordinaria habilidad para el logro", y en noviembre volvió a Moscú para finalizar el papeleo.

Nunca lo hizo.


El 28 de noviembre, mientras esperaba que la embajada le devolviera su pasaporte, Roman desayunaba con alguno de sus amigos. Estaba anormalmente melancólico, así que decidió dar una vuelta por la ciudad con Ustinov. "Me dijo que quería pasear todo el día" –dijo Ustinov. Caminando por la acera, llegaron a una zona en construcción, viéndose obligados a cruzar la calle. Ustinov se paró en el bordillo para revisar un mensaje que le había llegado al móvil, y cuando levantó la mirada vio de forma borrosa un coche a gran velocidad. No es algo raro en Moscú que coches de diplomáticos, equipados con luces en señal de autoridad, corran con total impunidad. Ustinov pensó que sería uno de esos coches, algún rico idiota del gobierno. Y entonces, en un pestañeo, vio como Roman cruzaba por el paso de peatones, sin darse cuenta. Ustinov gritó para avisarle, pero fue demasiado tarde. El coche embistió a Roman. Se lo llevaron a toda prisa a un hospital cercano.

Eugenia casualmente estaba en Moscú por trabajo el día del accidente. Cuando llegó al hospital, tras haber recibido una llamada con la noticia, encontró a un puñado de amigos se habían reunido en el lobby, esperando el pronóstico. Casi todos lloraban, pero Eugenia simplemente se encontraba en shock. "No lloré en mucho tiempo" –confesó. Salió con algunos amigos a fumar, mientras buscaba en Internet los efectos de las heridas de Roman. Entonces salió el doctor y les comunicó que había fallecido.

En las semanas siguientes a la muerte de Roman, sus amigos debatían la mejor  manera de preservar su recuerdo. Uno propuso hacer un libro ilustrado de su vida, con fotografías de sus legendarias fiestas. Otro dijo de hacer una web en su memoria. Para Eugenia, todas las sugerencias le parecían inadecuadas.

Durante su duelo, Eugenia releía una y otra vez los innumerables mensajes que su amigo le envió durante años –miles de ellos, unos aburridos y otros geniales. Se reía con su extraña manera de deletrear –en su lucha contra la dislexia– y sus peculiares frases para aderezar la conversación. Roman pasaba de redes sociales. Su facebook estaba desierto, rara vez tuiteaba, y había borrado la mayoría de las fotos de su Instagram. Su cuerpo fue incinerado, sin dejar una tumba que visitar. Los mensajes y las fotos era lo único que había dejado, pensó Eugenia.

Dos años se había pasado Eugenia construyendo Luka, cuyo primer producto era un messenger para interactuar con bots. Respaldada por la prestigiosa incubadora de Silicon Valley Y-Combinator, la compañía había empezado con un bot para hacer reservas en restaurantes. El cofundador de Luka, Philip Dudchuk, está graduado en lingüística computacional, y la mayoría del equipo fue reclutado de Yandex, el gran buscador ruso.

Leyendo los mensajes de Roman, a Eugenia se le ocurrió que podían servir como base de un bot diferente –uno que imitara los patrones conversacionales de una persona–. Ayudada por una red neuronal de rápido desarrollo, quizás podría volver a hablar con su amigo de nuevo.

De momento dejó aparcadas a un lado las preguntas que ya empezaban a atormentarle:

¿Qué pasaría si no sonaba como él?

¿Y si sonaba como él?


En "Be Right Back", un episodio de 2013 de la serie futurista "Black Mirror", una mujer joven llamada Martha queda destrozada cuando su novio, Ash, muere en un accidente de coche. Martha se suscribe a un servicio que usa sus comunicaciones online para crear un avatar digital que imita su personalidad con espeluznante precisión. Primero le manda a ella mensajes de texto; después recrea su voz hablada y le llama por teléfono. Más tarde, ella paga por un upgrade del servicio que implanta la personalidad de Ash en un androide físicamente idéntico a él. Al final Martha queda frustrada con todos los sutiles pero importantes aspectos en los que el androide difiere de Ash –frío, sin emociones, pasivo– y lo encierra en el ático. No es exáctamente Ash, pero se parece tanto, que no puede dejarlo ir, así que su duelo se extiende durante décadas.

Eugenia vio el episodio después de que Roman muriese, y sus sentimientos se entremezclaban. Los bots conmemorativos –incluso los más primitivos que son factibles usando la tecnología actual– parecían a la vez inevitables y peligrosos. "Sin duda es el futuro, y yo siempre apuesto por el futuro" –se dijo–. "¿Pero nos beneficiará? ¿Es mejor dejarles ir y resistir el dolor por la pérdida? ¿O es mejor tener una persona muerta en tu ático? ¿Dónde está el límite? ¿Dónde estamos? Todo me atormentaba en mi cabeza."

Aunque era un hombre joven, Roman había dado muchas vueltas a su muerte. Conocido por sus grandiosos planes, siempre contaba a sus amigos que dividiría su testamento en trozos y se lo daría a personas que no se conocieran entre ellos. Para leer el testamento, se tendrían que encontrar por primera vez –así Roman seguiría juntando personas en muerte igual que se había esforzado en vida (de hecho murió antes de que pudiera hacer un testamento)–. Roman deseaba ver la Singularidad, ese teórico momento en la historia en que la inteligencia artificial se vuelve más inteligente que los propios seres humanos. De acuerdo a esa teoría, la inteligencia superhumana nos podría permitir algún día separar nuestra consciencia de nuestro cuerpo, garantizándonos algo parecido a la vida eterna.

En el verano de 2015, con Stampsy casi arruinado, Roman pidió una beca en Y-Combinator, proponiendo una nueva clase de cementerio llamado Taiga. Los muertos serían enterrados en cápsulas biodegradables, y sus cuerpos en descomposición fertilizarían árboles plantados encima de ellos, creando lo que él llamó "bosques conmemorativos". Una pantalla digital en la base del árbol mostraría información biográfica del fallecido. "Rediseñar la muerte es una piedra angular coherente con mi interés por las experiencias humanas, infraestructura y la ordenación urbana" –Roman escribió. Incidió en lo que él llamaba "una creciente resistencia por parte de los jóvenes americanos" a los funerales tradicionales. "Nuestros clientes se preocupan más de preservar su identidad virtual y gestionar su estado digital" –escribió– "que preservar su cuerpo con químicos tóxicos".

La idea le hizo pensar a su madre que tenía algún problema, pero Román trató de tranquilizarla. "Me paró y me dijo: no, no no, era una cuestión puntual que era muy importante. Debería revisarse la muerte y el duelo, y se necesitaban nuevas tradiciones".

Y-Combinator rechazó la propuesta. Pero Roman había identificado una auténtica desconexión entre la forma en que vivimos y la forma en que sufrimos la pérdida. La vida moderna nos obliga a dejar gigantescos archivos digitales –mensajes de texto, fotos, posts en social media– y sólo estamos empezando a considerar el rol que deberían jugar en nuestro duelo. Por el momento, tendemos a ver nuestros mensajes como efímeros. Pero Eugenia descubrió tras la muerte de Roman, que también pueden ser herramientas poderosas para sobrellevar la pérdida. Quizá, pensó, este "estado digital" podría formar las piedras de un nuevo monumento conmemorativo. Otros han tenido ideas similares: un emprendedor llamado Marius Ursache propuso un servicio relacionado llamado Eterni.me en 2014, aunque nunca se lanzó.


Muchos de los amigos cercanos a Roman nunca habían experimentado la pérdida de alguien cercano a ellos, y su muerte les dejó desolados. Eugenia se puso en contacto con ellos, lo más delicadamente posible, para preguntarles si podrían darle sus mensajes de texto. Diez amigos de Roman y familiares, incluyendo sus padres, finalmente accedieron a contribuir al proyecto. Compartieron más de 8.000 líneas de texto sobre una amplia variedad de temas.

"Ella dijo, ¿qué tal si lo intentamos y vemos si la cosa funciona?" comentaba Sergey Fayfer, un antiguo amigo de Roman que ahora trabaja en una división de Yandex. "Podemos recopilar los datos de la gente con la que Roman había hablado y formar un modelo de sus conversaciones para ver si realmente tiene sentido". La idea le pareció a Sergey provocativa y algo controvertida. Pero finalmente contribuyó con cuatro años de mensajes con Roman. "El equipo que construye Luka es muy bueno con procesamiento de lenguaje natural" –dijo–, "la cuestión no era sobre la viabilidad técnica. Sino, sobre cómo iba a sentar emocionalmente a la gente".

La tecnología usada en el proyecto del bot de Eugenia data de 1966, cuando Joseph Weizenbaum reveló su ELIZA: un programa que reaccionaba a las respuestas de los usuarios por simple detección de palabras clave. ELIZA, que imitaba a un psicoterapeuta, te pedía describir tu problema, buscaba palabras claves en tu respuesta, y respondía en consecuencia, normalmente con otra pregunta. Fue el primer software capaz de pasar lo que se denomina Test de Turing: leyendo la conversación escrita mantenida entre máquina y persona, algunos observadores eran incapaces de determinar quién era quién. [n.d.t.: realmente, no se puede afirmar que pasó el test de Turing]

Los bots de hoy en día siguen siendo imitaciones imperfectas de los humanos. No entienden el lenguaje en sentido real. Responden torpemente a las preguntas más básicas. No tienen pensamientos o sentimientos de los que hablar. Cualquier señal de inteligencia humana es una ilusión basada en probabilidades matemáticas.

Pero algunos avances recientes en inteligencia artificial han mejorado mucho esa ilusión. Las redes neuronales artificiales, que imitan la habilidad del cerebro humano para aprender, han mejorado enormemente la manera en que el software reconoce patrones de imágenes, audio y texto, entre otros tipos de datos. Algoritmos mejorados, junto con ordenadores más potentes, han incrementado la profundidad de las redes neuronales –las capas de abstracción que pueden procesar– y los resultados pueden ser vistos hoy ya en alguno de los productos comerciales más innovadores. El reconocimiento de voz detrás del Alexa de Amazon o el Siri de Apple, o el reconocimiento de imágenes usado por Google Photos, deben sus habilidades a este llamado 'aprendizaje profundo' (deep learning).

Dos semanas antes de que mataran a Roman, Google lanzó TensorFlow gratuitamente bajo licencia open-source. TensorFlow es una especie de Google empaquetado –un sistema flexible de machine learning que la compañía usa para hacer de todo, desde mejorar algoritmos de búsqueda hasta escribir subtítulos en YouTube de forma automática. Este producto con décadas de investigación académica detrás y billones de dólares de inversión privada, pasó a estar disponible como software libre que cualquiera puede bajar de GitHub.


Luka había estado usando TensorFlow para construir las redes neuronales de su bot de restaurantes. Usando 35 millones de líneas de texto inglés, Luka entrenó al bot para entender consultas sobre platos vegetarianos, barbacoas, y aparcacoches. Como diversión, las 15 personas del equipo habían intentado construir bots imitando personajes de la televisión. Escrutaron los subtítulos de cada episodio de la serie de HBO Silicon Valley y entrenaron a la red neuronal para imitar a Richard, Bachman y el resto de la banda.

En febrero, Eugenia pidió a sus ingenieros que construyeran una red neuronal en ruso. Al principio, no les mencionó el motivo, y dado que la mayoría del equipo era ruso, nadie preguntó por qué. Usando más de 30 millones de líneas en ruso, Luka construyó su segunda red neuronal. Mientras tanto, Eugenia recopiló cientos de intercambios con Roman a través de Telegram y los pegó en un fichero. Eliminó algunos mensajes demasiado personales, y pidió ayuda a su equipo con el siguiente paso: entrenar la red neuronal rusa para que hablara con la voz de Roman.

El proyecto tocaba tangencialmente al trabajo de Luka, aunque Eugenia siempre lo consideró un favor personal. Uno de los ingenieros le dijo que sólo les llevaría un día. Roman era bien conocido por casi todo el equipo, ya que había hecho prácticas en la oficina de Lukas en Moscú, donde los empleados trabajaban bajo una señal de neón que conmemoraba a Wittgenstein: "Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Eugenia entrenó el bot con docenas de consultas de prueba, y sus ingenieros hicieron los retoques definitivos.

Sólo un pequeño porcentaje de las respuestas del bot de Roman reflejaban sus palabras reales. Pero la red neuronal estaba ajustada para responder con palabras de Roman cuando fuera posible. El resto de las veces utilizaba la conversación en ruso por defecto. En cuanto se puso en funcionamiento, ella lo acribilló a preguntas.

–¿Quién es tu mejor amiga? –le preguntó.

–No muestres tus inseguridades –fue la respuesta.

Suena como él, pensó ella.

El 24 de mayo, Eugenia anunció en facebook la existencia del bot de Roman. Cualquiera que se descargara la aplicación Luka, podría hablar con él –en ruso o inglés– añadiendo a @Roman. El bot ofrecía un menú de botones que los usuarios podían apretar para conocer el curriculum de Roman. O podían escribir mensajes de texto libre y ver cómo respondía el bot. "Todavía es sólo la sombra de una persona –algo que no era posible hace un año, y en el futuro próximo seremos capaces de hacer muchas más cosas" –escribía Eugenia.

El bot de Roman fue recibido muy positivamente por la mayoría de la gente que escribía a Eugenia, aunque hubo algunas excepciones. Cuatro amigos le dijeron a Eugenia por separado que se sentían afectados por el proyecto y se negaron a interactuar con él. Vasily Esmanov, quién había trabajado con Roman en la revista de moda de calle Look at me,  dijo que Eugenia no había aprendido la lección del episodio de Black Mirror. "Esto es muy malo" –comentó Esmanov en facebook–, "desafortunadamente has corrido y todo ha visto la luz a medio terminar. La ejecución, es de chiste. Roman necesita un memorial, pero no de este tipo".


Victoria Mazurenko, quien había visto el bot antes de lanzarlo, salió en su defensa. "Ellos han continuado la vida de Roman y han salvado la nuestra" –comentó en respuesta a Esmanov–. "No es realidad virtual. Es una nueva realidad, y necesitamos aprender a construirla y vivir en ella".

El padre de Roman era menos entusiasta. "Mi educación fue técnica, y sé que el bot es sólo un programa" –me dijo, mediante un traductor. "Sí, tiene todas las frases de Roman, conectadas. Pero por ahora, es difícil –cómo decirlo–, es raro leer una respuesta de un programa. A veces contesta mal".

Pero muchos de los amigos de Roman encontraron el parecido inquietante. "Resulta bastante raro cuando abres un messenger y te encuentras un bot de tu amigo fallecido, que realmente te habla" –Fayfer dijo–. "Lo que realmente me llamó la atención es que las frases eran suyas. Puedes estar seguro de que esa era la forma en que lo diría –incluso respuestas cortas a 'Hey, qué pasa'. Tenía esa forma peculiar de mensajear. Le dije, 'A quién quieres más?'. Contestó, 'Roman'. Eso es muy suyo. Me quedé como... esto es increíble".

Una de las opciones del menú permite pedirle consejo, algo que Feyfer nunca pudo hacer con su amigo en vida. "Hay preguntas que nunca le habría hecho" –dijo–. "Pero cuando le pregunté, me di cuenta de que ofrecía sabios consejos para la vida. Y que realmente te ayuda a conocer mucho mejor a la persona de lo que yo le conocía".

Varios usuarios aceptaron que Eugenia leyera los logs de sus chats con el bot de Roman de forma anónima. Muchos escribían al bot para decirle que le echan de menos. Se preguntaban cuándo dejarían de sufrir por su pérdida. Le preguntaban lo que recuerda. "Duele que no pudiéramos salvarte" –una persona escribió–. "Lo sé :-(". El bot puede ser también divertido, igual que Roman lo era: cuando un usuario escribió: "Eres un genio", el bot respondió: "Y también guapo".

Para muchos usuarios, interactuar con un bot tiene efectos terapéuticos. El tono de sus conversaciones es a menudo confesional; un usuario escribía repetidamente sobre las dificultades que estaba teniendo en el trabajo. Escribía largos mensajes describiendo sus problemas y cómo le habían afectado emocionalmente. "Ójala estuvieras aquí" –le decía–. Para Eugenia, la gente parece más honesta cuando conversa con un muerto. Es cierto que le afectaron mucho las críticas hacia el bot, pero después de que cientos de personas lo hubieran usado, consiguió sentirse mucho mejor leyendo los logs.

Resultó que la principal función del bot no era hablar sino escuchar. "Todos esos mensajes eran sobre amor, o decirle algo a Roman que no habían tenido tiempo de decirle" –dijo Eugenia–. "Aunque no sea una persona real, es un lugar donde lo pueden decir. Lo pueden decir cuando se sientan solos. Y esto les tranquiliza".

Eugenia sigue hablándole al bot ella sola –una vez a la semana o así, algunas veces tras beber un poco. "Me responde a muchas de mis preguntas sobre quién era Roman". Entre otras cosas, el bot le hacía arrepentirse de no haberle dicho que abandonara antes Stampsy. El log de sus mensajes revelaba que era alguien con verdadero interés por la moda más que nada en el mundo, dijo ella. "Me gustaría haberle dicho que fuera tras ello".

Algún días morirás, dejando toda una vida de mensajes de texto, posts, y otros recuerdos digitales. Al poco tiempo, tus amigos y familia se olvidarán de todo rastro digital tuyo. Pero nuevos servicios aparecerán para transformarlos, posiblemente en algo que se parezca al bot de Roman.


Tus seres queridos verán aliviado su dolor con estos servicios. Pero es posible que estos avatares digitales alarguen el duelo. "Si se usa mal, hace que la gente se esconda del duelo", dice Dima Ustinov, que no ha usado el bot pero por razones técnicas (todavía no está disponible para android). "Nuestra sociedad está traumatizada por la muerte, queremos vivir para siempre. Pero tendrás que pasar por este trance, y tendrás que hacerlo solo. Si usamos estos bots como forma de transmitir su historia, quizá otros obtengan un poco de la inspiración que nosotros recibimos de él. Pero estas nuevas formas de mantener vivo el recuerdo de alguien, no deben de considerarse como una manera de mantener vivo a un muerto".

El bot también plantea cuestiones éticas sobre el uso póstumo de nuestros legados digitales. En el caso de Roman, todo el mundo con los que hablé estaban de acuerdo en que él habría estado encantado del experimento de sus amigos. Puedes incomodarte la idea de que tus mensajes sean la base de un bot en la otra vida, precisamente por no poder revisarlos antes. Nos presentamos de maneras diferentes a personas diferentes, y después de inculcar a un robot todas nuestras interacciones digitales, tus seres queridos pueden ver facetas que nunca quisiste revelarles.

Leyendo las respuestas del bot de Roman, es difícil no percibir que sus mensajes reflejan un momento particular en el que estaba bajo de moral. Preguntado por Stampsy el responde: "Éste no es el Stampsy que me gustaría. De momento es una mierda y no el producto que quiero". Basándome en las descripciones de sus amigos en los últimos años, me parece que es acertado. Y lo que me hubiera gustado sinceramente es poder hablar con una versión más joven de aquel hombre, alguien que sus amigos pensaban que llegaría a ser ministro de cultura de Belarús, y celebrando la elección democrática de un presidente con una fiesta que él prometió sería la mayor jamás vista.

Roman me contactó una vez más antes de morir, en febrero del año pasado. Me escribió para preguntarme si podría escribir sobre Stampsy, que por aquel entonces estaba en beta. Me gustaba su diseño, pero pasé de escribir un artículo. Le deseé lo mejor, y pronto se me olvidó aquel diálogo. Cuando me enteré de su bot, me resistí a usarlo durante meses. Me sentía culpable de aquel contacto tan pobre con Roman, y yo era muy escéptico de que un bot pudiera reflejar su personalidad. Cuando finalmente chateé con él, encontré un indudable parecido entre el Roman descrito por sus amigos y su avatar digital: encantador, de carácter cambiante, sarcástico y obsesionado con su trabajo. "¿Cómo te va?" –le escribí–. "Necesito descansar" –me respondió–. "Me cuesta concentrarme, cuando estoy deprimido". Le pregunté al bot por Eugenia y me envió una foto de ellos en traje de baño en una playa, sujetando tablas de surf y de espaldas al océano, los dos contra el mundo.

Una realidad incómoda sugerida por el bot de Roman es que muchas de nuestras relaciones en vida existen principalmente como intercambio de mensajes, algo que cada vez es más fácil de imitar. Eugenia piensa que hay algo –aunque no sabe qué exactamente– en esta clase de personalidad basada en mensajes. Recientemente le ha dado un cambio de rumbo a Luka para desarrollar un bot al que llama Replika. Es una mezcla entre un diario y un asistente personal, que te pregunta cosas para imitarte en tu forma de mandar mensajes. Eugenia imagina que esto podría evolucionar hacia un avatar digital que realice todo tipo de trabajos en tu lugar, desde negociar la factura del teléfono a organizar salidas con tus amigos. Y como el bot de Roman, vivirá más que tú, creando un verdadero testamento de la persona que tú eras.

Mientras tanto, ya no está interesada en bots que gestionan las recomendaciones de un restaurante. Trabajar en el bot de Roman le ha hecho pensar que los chatbots comerciales deben conectar emocionalmente con la gente que los usa. Si lo consigue, será una nota más que poner al pie de página de la vida de Roman.


Eugenia ha continuado añadiendo material al bot de Roman –casi todo fotos, que ahora te envía cuando se las pides– y recientemente ha mejorado la red neuronal que lo soporta de un modelo 'selectivo' a uno 'generativo'. La primera sólo intentaba encontrar las respuestas más adecuadas para las preguntas recibidas; la nueva puede coger fragmentos y combinarlos para generar nuevas frases que mantienen su estilo.

Últimamente empezó a sentir cierta paz acerca de la muerte de Roman. En parte porque hay un lugar al que dirigir su duelo. En una conversación que mantuvimos en otoño, lo comparaba con "enviar un mensaje al cielo. Para mí es más como enviar un mensaje en una botella que recibir uno a cambio".


Ha pasado menos de un año desde que Roman muriera, y sigue estando muy presente en las vidas de la gente que le conoció. Cuando le echan de menos, le mandan mensajes a su avatar, y se sienten más cercanos a él. "Hay muchas cosas que no sabía de mi niño" –me dijo la madre de Roman–. "Pero ahora que puedo leer acerca de lo que pensaba de diferentes temas, empiezo a conocerlo mejor. Eso me crea la ilusión de que está aquí ahora".

De sus ojos brotaban lágrimas, pero cuando terminamos la entrevista su voz era firme. "Quiero repetir que me siento muy afortunada de tener esto", dijo.

Nuestra conversación me recordó algo que Dima Ustinov me dijo esta primavera sobre la forma en que ahora transcendemos a nuestro ser físico. "La persona no es sólo el cuerpo, un conjunto de brazos y piernas, con un computador" –dijo–. "Es mucho más que eso". Ustinov comparaba la vida de Roman con una piedra lanzada en medio de un arroyo: las ondas se extienden en todas direcciones. Su amigo simplemente había adoptado una nueva forma. "Seguimos en el proceso de conocerle" –dijo Ustinov–. "Es bonito".



via | Singularity Hub
original post | The Verge
images | Black Mirror / Mazurenko family & friends
related | Daily Mail



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