Cuando me levanté por culpa del dolor de barriga comencé a revisar esos documentos extraños que tengo en mi computadora, esos que parecen ser poemas. Los revisé, los ordené, los conté, los junté; leí uno que otro. Luego los volví a dejar abandonados a sus destinos de archivos de bytes que no pesan mucho y pueden estar ahí, sin que quiera borrarlos, pero tampoco sin alguien que los saque de su sitio. Eran 133. El más viejo databa de hace casi cuatro años, y el menos antiguo tenía sólo semanas de escrito. Eso es lo que les ocurre a todos. Después de nacer son condenados a la Carpeta donde todos son abandonados alguna vez. Algún rebelde nace en otro lugar, como en el escritorio o alguna otra carpeta de nombre recontra conocido. Ahí se queda hasta que lo rescato y lo devuelvo a su destino de archivo perteneciente a una lista, a una organización inútil que parece no tener mayor relevancia que la de mi computadora. Alguno a veces sale, da una vuelta tímida sobre el mundo, y luego vuelve a la tranquilidad de su hogar, donde, la verdad, es mejor que esté, porque para Salir... ufff... para salir deberá llevar consigo a sus hermanos, o a algunos de ellos, porque muchos se disputan la supremacía de la carpeta. Los más viejos piden salir porque, dicen, son mucho más importantes que ese último que salió. Los jóvenes alegan su actualidad, su conocimiento del mundo, su "incuestionable" madurez. Al final, para evitar esas peleas tontas, vuelven todos a casa. Nadie sale. Nunca podrán salir sino por un ratito, sino para volver a su cálido hogar de archivos de bytes...