Debo escribir una ficción que retrate un aspecto particular del ser humano: su capacidad de abstracción. Poseemos esa capacidad desde que aprendemos a jugar, a hacer batallar soldaditos y volar aviones de papel. De donde surge es más complejo explicar, si yo lo supiera, y dudo que alguien lo sepa realmente. Yo Debo pensar en que tenemos una mente poderosa que imagina todo, y que mi personaje puede Imaginar cualquier cosa que yo desee, porque justamente por eso lo estoy creando. Es decir, yo debo imaginar lo que él imagina. Es una cebolla, porque su pensamiento está envuelto en mi pensamiento. Debo imaginar lo que él piensa y los límites de su imaginación, por lo tanto él está albergado totalmente en mi pensamiento. No hay nada de su mente que no lo haya concebido yo mismo. Es un Frankenstein del pensamiento.

Esto tiene algunas diferencias con el resto de la penosa tarea de imaginar personajes, conductas, hechos, voluntades. Imaginar lo que se imagina es similar a pintar un pintor frente al caballete. Muchos lo retratan de frente, solo para no mostrar lo que pinta. Menos común es pintarlo de espaldas, dejando ver el cuadro. Si desdibujo el cuadro lo suficiente, podré evitar complejidades, pero habré hecho la mitad del trabajo. Por suerte, el que escribe controla toda la historia y puede frenarse a tiempo y olvidar el asunto. Frente a eso, siento la misma sensación que al ver el infinito, una noche estrellada.

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