Este es el único Restaurant en Lima que puede ofrecernos un ambiente tan dramático y espectacular. Un regalo para los sentidos.

Y aunque parece ser un templo del relax y de los disfrutes, también puede ser escenario de pintorescas historias, como la primera vez que allí cené.

Viaje a Lima con unos amigos, norteamericanos que radicaron una temporada en Arequipa . Necesitaban realizar algunos trámites en la embajada de Estados Unidos, para su hija recién nacida en Perú y decidieron al mismo tiempo tomarse unas pequeñas vacaciones.

La familia era numerosa, una pareja de esposos y sus 7 hijos de 12, 11, 9, 7, 5, 3 años y 3 meses de edad respectivamente, en ese Entonces.

Llegamos a Lima en la tarde, nos instalamos en el hotel, lo cual debido a los niños tomo varias horas y como a las 7 de la noche mi amiga me dijo que tenían ganas de probar comida peruana.

Yo les debía una invitación y pensé que aquella era la ocasión perfecta para conocer el restaurant en la Huaca. Los niños hacían tanto alboroto que no me detuve a reflexionar sobre los alcances de nuestra visita al Lugar.

Llegamos y me di cuenta de que olvidé hacer la reservación, a pesar de ello el gentilísimo personal nos atendió con esmero y nos pidieron esperar en la antesala mientras preparaban una mesa para el grupo, contando conmigo éramos 10.

Los niños se entretuvieron con las ruinas durante la espera y luego nos sentamos a la mesa.

El ambiente me agrado desde el primer momento. Reinaba un ambiente de general sosiego.

Entonces, trajeron las canastas con deliciosos panecillos y mantequilla, llenaron las copas de agua y mi tranquilidad se esfumó. Los niños tomaron la mantequilla y la untaron como pudieron en los panes, migajas por todos lados, el mantel manchado por doquier y los niños zumbaban como abejas. Decidieron también hacer música con las copas y mientras los más pequeños metieron las manos dentro de ellas y derramaron el agua, los mayores frotaban los dedos en los bordes humedecidos.

No estoy seguro de si fue el personal o yo quien sintió más horror.

Finalmente tomaron nuestras órdenes, la espera se me hacía eterna. Me levante de la mesa y fui a conocer el bar, pedí una copa de vino blanco y me senté a disfrutar de la increíble magia que destila el ancestral lugar. El restaurant y la Huaca están separados tan solo por un grueso cordón. Véanlo de este modo, te paras en el borde: es el bar o la terraza y un paso adelante es una ruina precolombina. Eso no tiene precio. El estrés se fue y la comida llegó.

A los padres les pareció delicioso, pero sus hijos no quisieron comerla. Me sentía indignado. Siempre me repito a mi mismo que un cosmopolita es aquel que se puede adaptar con facilidad a cualquier circunstancia, de modo que decidí asimilar la situación y deleitar mi paladar con el suculento Chupe de Camarones que ya estaba frente a mí.

Sin lugar a dudas el mejor que yo he probado jamás. Mejor que en Arequipa (Este plato es típico de Arequipa), una hermosa cacerola de barro con interior de porcelana contenía el colorado caldo con un gigantesco camarón cuyas tenazas parecían querer sacarlo de allí.

Una copa de vino más, no recuerdo el postre que pedí. Creo que fue algo de frutas, aguaymanto quizás.

Entonces la bebé de 3 meses devolvió la leche en el piso…pero ya no me importo.

Continué deleitando mis sentidos. La música, el postre y el vino me hicieron casi flotar por el aire mientras contemplaba los magníficos cuadros, hechos de multicolores plumas de guacamayo, que en ese momento me parecieron como sacados de un hermoso sueño.

Espero volver pronto con la compañía idónea.