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Volver a 2011

La moción de censura es una victoria de Pedro Sánchez. Y de su equipo. Si apuramos, del PSOE. Y ya. Al conocerse la votación, se oyeron gritos de “sí, se puede” en el Congreso y el grupo parlamentario de Unidos Podemos estalló de una forma más explícita que el socialista. En las redes, se vinculaba el éxito de la moción a la movilización social y, en una pirueta complicada, al movimiento 15M. ¿El éxito del 15M es volver al 15 de mayo de 2011?

Hay algo cierto: la moción nos ha devuelto a ese momento. Ha sido muy siglo XX. Las negociaciones han girado en torno a los actores tradicionales (PP, PSOE y nacionalistas) y han mostrado la irrelevancia actual de los tres proyectos de la nueva política (Ciudadanos, Podemos y procesistas). Los tres tenían poco que decir. Los segundos no podían descarrilar otra vez el tren del cambio y los últimos carecían de representación efectiva. Madrid es el único lugar donde aún existe el catalanismo político y todo proyecto político trata de pervivir.

Para Ciudadanos, la moción era despertar del mundo virtual en el que se había instalado y en el que ya ocupaba la presidencia del Gobierno, un momento en el que ya estuvo Podemos hace años. De hecho, esa ha sido la clave de la moción. El miedo al populismo nacionalista de Rivera, más Torrente que Macron o Trudeau, ha logrado aglutinar a los grupos hasta entonces dispersos.

La moción ha mostrado el poder de la política concreta, la que va sobre votos y cargos y no, sobre encuestas o editoriales de prensa. La que trata sobre aspectos materiales, en lugar de imaginar realidades virtuales, como el proceso constituyente español o la república catalana. Números en lugar de emociones. La realidad se ha impuesto a la virtualidad.

Es una victoria de Pedro Sánchez, y del PSOE, pese a que muchos la reclamen achacando pasividad al nuevo presidente. Los procesos políticos españoles no funcionan por polarización, sino por decantación, como ha explicado en varios libros Josep Maria Colomer. En el que dedicó a la transición, mostró cómo el proyecto de Suárez era rechazado por el resto de actores que, sin embargo, acabaron convergiendo en él. En cada decisión -Colomer usa la teoría de juegos-, la opción presentada por el gobierno Suárez ofrecía a los grupos alguna ganancia propia o pérdida ajena que decantaban las preferencias.

La realidad se ha impuesto a la virtualidad. De momento. Es probable que el gobierno de Sánchez se parezca al del Zapatero y tenga una crispación elevada, sobre todo, en la cuestión territorial e ideológica. Sería una equivocación no dotar a las leyes que se aprueben -todas esas que han sido bloqueadas por el gobierno- de una contundente base discursiva y copiar el tono bajo de Zapatero. Otro error sería encajarse en la M-30 y no pensar que el próximo año hay elecciones municipales y autonómicas.

En los próximos meses, es muy improbable que el PP se desmorone. Los que anunciaban que el PP iba a seguir los pasos de la UCD desconocían que no era un partido sino una coalición de casi 20 formaciones, algunas casi unipersonales. Lo que sí es bastante posible es que el PP, ya fuera del gobierno, asuma el populismo nacionalista de Ciudadanos y pase a liderar una reacción neoconservadora de tipo trumpista que consiga aglutinar tanto a la derecha vieja y nueva como a los que se sienten excluidos.



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