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Fin de la payasada, por Hermann Tertsch, ABC

Haenen fue enviado a España porque habla español, una lengua que cada vez hablan más cientos de millones. Imaginen lo que harían los holandeses con una lengua así. O los alemanes.

Hemos llegado al final del camino con las payasadas. Ya es cuestión de vida o muerte.

Fin de la payasada, por Hermann Tertsch, ABC

MARCEL Haenen es un periodista holandés bregado en mil frentes que trabaja para el reputado periódico «NRC Handesblad». Como buen políglota sabe lo prácticas que son las lenguas para crear puentes. Lo que no sabía Marcel Haenen y lo tuvo que aprender aquí en España, ya casi sesentón, cuando llegó el otro día a cubrir la información del atentado de Barcelona, es que las lenguas también sirven para no entenderse. Para agredirse. Atrincherarse. Y para hacer el payaso.

Llegamos a tener a dos políticos andaluces hablando en el Senado con traducción simultánea. Porque uno hablaba la lengua común a ambos y otro una lengua que ambos desconocían y él chapurreaba lastimosamente. Veo a gente que hace vida en un vascuence de 250 vocablos en el que viven encerrados de forma primaria y lamentable, como decía un jesuita vasco euskaldunzaharra, vascoparlante nativo y culto. Algún día se condenará esta mutilación a niños a los que se arrebata una patria colosal y se adoctrina en la mezquindad del resentimiento de lo menor. Estas payasadas regresivas las pagamos caras. En dinero y en una corrupción social y moral que produce sin cesar órganos y administraciones dedicadas a fabricar mentiras y mitos, a desarrollarlas, gestionarlas y vigilarlas. Lingüísticas, políticas e históricas. Con un denominador común: la hostilidad absoluta a España y a una verdad histórica que desmontaría todos sus negocios. España es la enemiga porque es la única idea de libertad real y legalidad que queda tras 35 años de degradación y disgregación tribal en la mentira y la arbitrariedad.

Y todo el absurdo lo pagamos sin rechistar. Eso a un europeo normal hay que explicárselo. Y disculparle si no lo entiende. Haenen fue enviado a España porque habla español, una lengua que cada vez hablan más cientos de millones. Imaginen lo que harían los holandeses con una lengua así. O los alemanes. Volcarían todo su orgullo y su proyección exterior hacia los países que compartieran la lengua y a su vocación de liderazgo histórico de la gran comunidad que comparte un tesoro así. Aquí, como dice el filósofo argentino Alberto Buela, renunciamos al liderazgo del gran milagro de la Hispanidad y somos tan cobardes que dejamos se persiga esta lengua en su tierra de origen. A Haenen le ofendió tanto ese desprecio al español que se negó a compartir la humillación a la que se someten los españoles a diario en su patria. En aras de una ideología que impone de forma implacable y totalitaria la supremacía artificial de lenguas menores. Haenen preguntó: ¿Por qué no hablar el idioma que todos entiendan? Pues mire, porque se desmontaría una inmensa mentira en la que se han instalado millones desde hace 35 años.

Las máquinas de mentir y coaccionar: partidos y sindicatos, empresarios y sociedades, parlamentos regionales, universidades de titulaciones inútil. España, un país roto gobernado por débiles cuya supervivencia depende de respetar las mentiras de todos. Pero se adivina el fin del ciclo delirante. La disgregación ya pone en peligro nuestras vidas y las de nuestros hijos. Ya no es lo que perjudica al desarrollo, al bienestar, a la calidad y la racionalidad. Afecta directamente a nuestra seguridad física. A nuestra supervivencia. El atentado de Barcelona lo ha demostrado. El separatismo ha sido determinante para que hubiera muertes. Y los separatistas han demostrado que ponen en peligro las vidas de los españoles por negar la mínima lealtad al Estado y la Nación. Eso cuando comienza una guerra contra el islamismo radical que sacudirá Europa las próximas décadas. Hemos llegado al final del camino con las payasadas. Ya es cuestión de vida o muerte.

ABC


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