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Docentes celestiales

Criticar la clase tradicional, aunque haga eones que dejó de existir si alguna vez lo hizo, mola. En cambio, criticar determinadas metodologías innovadoras, personajes, eventos u organizaciones que quieren apoderarse de la educación, te convierte, de forma automática en un paria, sin cariño por tus Alumnos y, curiosamente, en un mal profesional por estar sometido tu trabajo a la indolencia de ese rol de docente tan mal visto por terceros que cumples, por lo visto, con creces. Uno es bueno o malo en función de si acepta acríticamente sumarse a determinados carros, flipea su clase, negocia qué y cómo dar su materia con sus alumnos y, por qué no decirlo, acudiendo a aplaudir a determinados eventos hasta que, de tanto hacerlo, se le llenan las manos de callos. Más aún en espacios donde, por desgracia, el aire acondicionado brilla por su ausencia.

Fuente: Néstor Alonso

Hay mucho docente malote que va arrastrándose por sus centros a estas alturas de curso, totalmente fundido y con ganas locas de vacaciones. Un docente que, lamentablemente, se confirma como el peor profesional posible al no presentar una sonrisa en todo momento, acudir a tropocientas charlas de autoayuda fuera de su horario lectivo y, por qué no decirlo claramente, estar fundido mientras, a lo largo del día, se van llenando de sudor sus camisas o camisetas. Sí, a estas alturas de curso tanto alumnos como docentes estamos en nuestras horas más bajas. Mentira, hay un grupillo de acólitos y gurús/referentes del cotarro que están tan frescos como el primer día. Yo, al igual que la mayoría de mis compañeros, no puedo más. No puedo, ni tan sólo, organizar grupos de trabajo con los alumnos para ir recorriendo el centro haciendo prácticas, hilvanar ninguna actividad coherente y, más allá de rezar a todo tipo de dioses para que hagan que ese reloj pase cada vez más rápido y suene el timbre que indica “hasta aquí hemos llegado” no puedo. Y aún así sigo, al igual que la mayoría de mis compañeros, ideando cosas y haciendo, dentro de lo posible, otras.

El mundillo educativo actual está plagado de ángeles. Bueno, más bien se están mediatizando como ángeles todos aquellos que son capaces de no perder la sonrisa, no se quejan por estar cansados y siguen, erre que erre, planteando que otra educación es posible. En un contexto donde parece que sólo vale aquellos que, en el contexto actual de difusión masiva de merchandising, avalados por los medios y, por qué no decirlo, arropados por un grupillo de palmeros, Algunos nos encontramos muy descolocados. Más aún al ver que da la sensación que hay un montón de altruistas por ahí que, por lo visto, son omnipresentes y omnipotentes. Con energías desbordantes. Con intereses muy alejados de le económico porque, salvo que las malas lenguas digan que algunos no quieren dar una charla en el centro donde estudiaron porque no le pagan el dinero que pide, la verdad es que son los ángeles de la educación. Y deben, dentro de sus capacidades y habilidades como influencers del cotarro (¡qué bien queda la palabreja!) delimitarnos a los pobres mortales, o demonios hechos carne, que poblamos la mayoría de centros educativos, el camino hacia la luz desde púlpitos unidireccionales. Sermones de la montaña a tutiplén. Grandes frases extraídas de Google -donde está, por lo visto todo lo que necesitan nuestros alumnos- para demostrarnos que el camino se hace al andar por una determinada senda muy marcada por baldosines amarillos.

No sólo son ángeles serafines, hay también algunos arcángeles en el mundo educativo. Sí, también hay aquellos que siguen pisando el aula, se fugan puntualmente de ella para impartir doctrina y, cuyo único objetivo más allá del pecuniario, es que se hable de ellos. Una segunda escala de poder, más o menos mediatizada y mediatizable que, es usada, para controlar esa crítica tan habitual de algunos malos profesionales relacionando alejamiento de aula con propuestas educativas. Que para controlar algo, uno debe estar infiltrado en ese algo. Por suerte hay ángeles menores en las aulas que, cual papagayos, repiten los mantras que les están vendiendo sus superiores jerárquicos. Como digo siempre, dentro de la libertad del ser humano está la de decir lo que quiera y pensar o hacer, mientras no pretenda que otros hagan o piensen igual que ellos, lo que consideren.

Dar clase no es fácil ni hay recetas únicas. Hay docentes que hacen cosas fantásticas, algunas más o menos vendibles y, otros muchos que son fantásticos. No es lo mismo. No es lo mismo hacer puntualmente algo que mole o permita que uno pueda alcanzar el estrellado que, estrellarse ante la realidad e intentar adaptarse a los alumnos para que la mayoría de ellos aprendan. Tristemente venden las cosas fantásticas que se hacen y no los docentes -que son la mayoría- fantásticos que tenemos en nuestras aulas. No vende el descubridor de la cura contra el ébola, vende el famoso que se ha ido a hacer una foto con esos niños que han superado la enfermedad gracias a la cura que inventó el primero. En educación, al igual que sucede en muchos otros ámbitos profesionales, al final vende el producto y no el proceso. En educación, las formas están haciéndonos perder de vista el objetivo de todo esto. Un objetivo básico que consiste en que nuestros alumnos aprendan, tengan más posibilidades que sus padres y puedan, dentro de sus posibilidades, cambiar la sociedad que les ha tocado vivir. Sí, a mejor porque, a peor, da la sensación que sea imposible aunque, visto lo visto, uno ya empieza a tener sus dudas.

Uno, al final, es quien decide si es ángel o demonio. Y a algunos nos va eso del caloret del infierno educativo mientras nos planteamos, entre sollozos, por qué no seremos capaces de ver todas esas bondades que nos venden acerca del cielo educativo que, entre canapés y ostras, algunos están compartiendo.

FUNDIDO, ESTOY FUNDIDOOOOOOOOO



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