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Garelli es el inicio

¡Hola! ¡Hola, señores!

A continuación colocaré el cuento ganador del II concurso literario sobre la vida de San Juan Bosco que se da en la Parroquia María Auxiliadora de Sarria. Esperó que lo disfruten y, aunque sea, lean las primeras tres lineas :3

Garelli es el inicio


Lo que parecía una ínfima gota rebotando contra su frente, era en realidad el ágil dedo del Padre Bosco tocando el timbre de la lucidez en el joven Bartolomé Garelli, éste lo ignoró por completo; pero el quisquilloso dedo insistía haciendo que levantara la espalda de un banquito de madera crujiente justo al frente de la iglesia San Francisco de Asís en Turín, Italia. Bartolomé miraba con el ceño fruncido en dirección al cielo colmado por un azul delicado, tenía los mechones rubios cayéndole detrás del cuello, en eso, una mano le tamborileó sobre el hombro derecho y al voltearse se encontró con el amable rostro del Padre Bosco quien mantenía abierto el libro de catequesis por el dorso, con el cual «solía» estudiar Bartolomé durante los pasados treinta minutos, antes de tomarse una siesta con el mismo texto cumpliendo la misión de antifaz para dormir.
  Juan Bosco se lo ofreció para que lo tomara y Garelli lo hizo desparramándose en el banquito, estirando las piernas y cruzándolas sobre los adoquines de piedra labrada, adoptando así una posición más cómoda. ―El aprendizaje no muchas veces implica comodidad, quizá si acomodas mejor tu postura y te mantengas despierto puedas aprender mejor tus lecciones —sugirió Don Bosco. —No tiene caso, podría estar de pie y pegado al techo, y sin embargo nunca lo entendería, sólo soy un analfabeta ―se acusó Garelli sin mirar al Padre. —Desconocía por completo esa condición tuya ¡Habérmelo contado desde un principio! ―respondió con su infinita paciencia— Comenzaremos cuanto antes y desde el principio que nuca tuviste, repasaremos el alfabeto de arriba hacia abajo y luego practicaras con un pluma entre los dedos sobre el papel. ―Usted tiene muchas esperanzas en mí, ¿no es así? —preguntó después de reírse estrepitosamente el jovencito de tez blanca. —Por supuesto que sí, la fe es la única arma bélica con un destino alentador y puro, tan inmenso, como para moldear las montañas. ―Y hacer de los ignorantes sabios unos grandes pensadores. Así como yo ―creyó Garelli haber culminado la frase que el Padre había iniciado. ―Así como tú ―aseveró Don Boso bajo su sotana oscura, animando al chico con una mirada brillante que reflejaba sueños que el niño podría alcanzar algún día―. Ven y acompáñame, empezaremos con las clases lo más rápido posible, no te retrases ―Se levantó y echó a andar por el sendero que conducía a la entrada del templo, mientras que con paso apresurado se incorporaba Bartolomé junto al veloz Padre. ―Sabe usted. No creo que tenga la paciencia suficiente para adiestrar a un zarrapastroso como yo. ―Intento lograr que mi resignación sea del mismo tamaño que el universo ―Don Bosco caminaba con las manos atrás y ladeaba la cabeza ligeramente hacia un lado para responder al chico. ―Pero empezar desde cero parece un camino muy extenso, probablemente si busco a otros chicos como yo nos podamos entender mejor entre nosotros y completemos la tarea más rápido ¿Qué dice? Mataría dos pájaros de un tiro. Que digo dos, ¡diez! ―Creo que con cinco estaría bien para empezar―negoció el sacerdote. ―¡Nah! Entonces su paciencia tardará mucho más tiempo en alcanzar el infinito. ―Muy bien, que sean diez ―condescendió Don Bosco―. Sin embargo, el chico Garelli no se bastaba con diez y en su mente se zarandeaban otras opciones.
Después de la misa de ese día el sacerdote Juan Bosco le dio clases al muchacho, y al día siguiente comenzaría con una travesía de más de una sola vida, ya que al entrar en el aula donde enseñó las primeras lecciones a Garelli, se percató de que este estaba acompañado por otros diecinueve chicos. Se detuvo en seco; pero sin poner cara larga, levantando un poco las cejas y bajando el mentón, su rostro reflejó la reacción que se tiene ante la travesura de un niño inquieto. Se acercó al escritorio y dejando en aquel el libro que usaba para las enseñanzas, inició su clase como si jamás Garelli se hubiera tomado el atrevimiento de traer un tropel de jovencitos. No obstante, el sacerdote sabía exactamente lo que hacía y que lo hacía con todo su ser, en una situación que lo hacía sentir completo y dichoso.
Y cuando esa situación se presenta en la vida, es porque hallamos el deber ser de nuestra existencia y únicamente poniéndola en práctica con los valores que nos demuestran quienes nos aman, es que podemos encontrar y caminar por la línea que surca la tierra de Dios.
…y ochenta muchachos más se lo confirmaría un mes de marzo; un año después se daría inicio el oratorio que el mismo creo bajo la santa bendición de la Virgen María Auxiliadora, el cual transciende en el tiempo en varios lugares, con diferentes personas, hasta el día de hoy.



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