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Sobre el deseo de inmortalidad y los modos de tener (Erich Fromm)

OTROS FACTORES QUE APOYAN EL MODO DE TENER

El idioma es un factor importante para vigorizar la orientación de tener. El nombre
de la persona (todos tenemos un nombre y quizá tendremos un número, si continúa la actual tendencia a la despersonalización) crea la ilusión de que es inmortal y eterno. La persona y su nombre se vuelven equivalentes; el nombre demuestra que la persona es una sustancia duradera, indestructible, y no un proceso. Los sustantivos comunes tienen la misma función; o sea, el amor, el orgullo, el odio, la alegría causan la impresión de ser sustancias fijas, pero estos nombres no tienen realidad y sólo oscurecen la idea de que nos enfrentamos a procesos que se desarrollan en los seres humanos; pero hasta los sustantivos que denominan cosas, como “mesa” o “lámpara”, son engañosos. Las palabras indican que nos referimos a sustancias fijas, aunque las cosas sólo son procesos de energía que causan ciertas sensaciones en nuestro sistema corpóreo, pero estas sensaciones no son percepciones de cosas específicas, como una mesa o una lámpara, sino resultado de un proceso cultural de aprendizaje, proceso que hace que ciertas sensaciones adquieran la forma de representaciones mentales específicas. Ingenuamente creemos que cosas como las mesas y las lámparas existen como tales, y no advertimos que la sociedad nos enseña a transformar las sensaciones en percepciones, que nos permiten manipular el mundo que nos rodea para sobrevivir en una cultura dada. Después de que bautizamos estas representaciones mentales, el nombre parece garantizar su realidad absoluta e inmutable.

Pero quizá más que nada, poseer propiedades constituye la realización del deseo de inmortalidad, y por ello la orientación de tener ha adquirido tal potencia. Si mi yo está constituido por lo que tengo, si las cosas que tengo son indestructibles, entonces soy inmortal. Desde el Antiguo Egipto hasta nuestros días (desde la inmortalidad corporal, por medio de la momificación del cuerpo, hasta la inmortalidad espiritual, por medio del testamento) la gente ha continuado viviendo más allá de su existencia física y mental. Con el poder legal del testamento determinamos el reparto de nuestras propiedades entre las generaciones futuras; con las leyes de la herencia, yo (siempre que sea dueño de un capital) me vuelvo inmortal.

(Fragmento: Erich Fromm, (1976). “¿Tener o ser?”, Fondo de cultura económica, pp98-99).




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