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La devolución de Tacna y Arica al Perú.- Juan Enrique Lagarrigue el filósofo positivista y pacifista chileno que predicó el entendimiento entre chilenos, peruanos y bolivianos.- Defendió el retorno de Tacna y Arica al seno de la patria peruana.- Denunció que no sería justo dejar a Bolivia sin salida propia al mar

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Recopilación: César Vásquez Bazán
Portada de Tacna y Arica ante el patriotismo chileno (1907)obra del filósofo positivista chileno Juan Enrique Lagarrigue


Usted sabe que desde que soy positivista no he vacilado en aconsejar a Chile, mi patria, que vuelva al buen camino, siempre que lo veo apartarse de él, como en el triste asunto de Tarapacá, en la revolución de 1891, en la entrega de Tacna y Arica”.
Juan Enrique Lagarrigue
El conflicto del Perú con el Ecuador
9 de marzo de 1894
(Lagarrigue 1894, 6-7)

“Desgraciadamente fuimos desoídos por nuestros conciudadanos y Chile se anexó Tarapacá. Ese acto indebido engendró más tarde una tremenda guerra civil que en vano nos esforzamos por conjurar con nuestras repetidas advertencias positivistas. En la vida de los pueblos y de los individuos hay una lógica muy difícil de eludir. Del mal nace el mal como el bien del bien. Por eso, tanto los hombres como las naciones deben tratar de someterse siempre a la moral sobreponiéndose a todo”.
Juan Enrique Lagarrigue
Las cuestiones internacionales
7 de mayo de 1898
(Lagarrigue 1898, 14-15)

Se mantiene a la opinión [pública chilena] en un engañoso ambiente, que impide hallar el desenlace propio del funesto conflicto [la Guerra del Pacífico].

Pártese, en efecto, de la base errónea de que se nos provocara en forma insidiosa a la guerra, cuando ella estalló por el anhelo de conquistar el salitre, como lo ha declarado, con digna sinceridad, uno de nuestros más eminentes y patriotas estadistas, en pleno Senado. La alianza entre el Perú y Bolivia era únicamente de carácter defensivo, puesto que nada tenían que quitarnos, y, en cambio, abrigaban el fundado recelo de que Chile cayera en la tentación de arrebatarles la riqueza del nitrato, lo que al fin sucedió en triste hora. He ahí el fondo de la Guerra del Pacífico, si se le considera imparcialmente; y no puedo menos de reconocerlo con penosa amargura.

Es, por cierto, deplorable que persista aún el país [Chile] en la creencia de que fuimos traidoramente arrastrados a la cruel contienda. Disipar ese falso concepto, por arduo que sea, implica una bella obra de verdadero patriotismo. Y de ello depende el glorioso porvenir de Chile, que no podrá iniciarse hasta que se reconcilie fraternalmente con el Perú y Bolivia”.
Juan Enrique Lagarrigue
Carta a Santiago Labarca sobre la libertad espiritual
11 de septiembre de 1921
(Vicuña Fuentes 1921, 218-219)

“Pocos miraban entonces en Chile la guerra [del Pacífico] con terror. La mayoría de los hombres públicos la consideraban como un gran negocio. Cuenta don Juan Enrique Lagarrigue, en un artículo publicado en El Mercurio en 1908 y reproducido en su folleto En servicio de la Doctrina Altruista, editado ese año (páginas 13 a 15), que al iniciarse la guerra [del Pacífico] uno de los estadistas más distinguidos de Chile exclamaba en un círculo de varias personas, en presencia del señor Lagarrigue: «Estábamos anémicos y esta guerra [del Pacífico] va a devolvernos nuestra fortaleza». El señor Lagarrigue le observó en vano que el régimen para la anemia es una higiene razonable y no el violentarse con excesos. Esta opinión parecía entonces una locura”.
Carlos Vicuña Fuentes
La libertad de opinar y el problema de Tacna y Arica
(Vicuña Fuentes 1921, 235)

El filósofo positivista y pacifista chileno Juan Enrique Lagarrigue (1852-1927) defendió la necesidad de la paz entre Chile, Perú y Bolivia así como la devolución por Chile de las provincias peruanas de Tacna y Arica. Publicó sus propuestas en múltiples cartas y comunicaciones breves, que vieron la luz entre 1882 y el primer cuarto del siglo veinte. Entre sus escritos sobre el tema pueden citarse La paz (1882), La cuestión de Tacna y Arica (1893), El conflicto del Perú con el Ecuador (1894), Carta a la señora Mercedes Cabello de Carbonera (1894), Las cuestiones internacionales (1898), Las cuestiones de Chile con el Perú y Bolivia (1900), Nuevas advertencias sobre Tacna y Arica (1903), La devolución de Tacna y Arica (1903), La voz de la humanidad (1905), La cuestión del norte (1907), Tacna y Arica ante el patriotismo chileno (1907), La cuestión del norte en el Senado (1921), y Carta a Santiago Labarca sobre la libertad espiritual (1921).


La paz
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 19 de agosto de 1882
(Zea, II: 204-205)

Aunque a riesgo de incurrir en el desagrado de mis compatriotas, me creo en el deber de decir una palabra, en nombre de la Religión de la Humanidad, sobre la guerra con el Perú y Bolivia. Y me parece que el haber esperado hasta este momento, es culpable debilidad de mi parte.

Si hubiéramos sido positivistas, chilenos, peruanos y bolivianos, la guerra no habría tenido lugar. Pero ya que la Religión de la Humanidad no pudo evitar la contienda, porque no era profesada por nadie, ni entre nosotros ni entre nuestros vecinos, tócale sí a esa sublime doctrina hacer fraternizar en lo futuro a chilenos, peruanos y bolivianos, a pesar de los sangrientos recuerdos que dejará el presente.

Con el objeto de acercar, en lo posible, ese tiempo de simpatía y concordia, me atrevo a dirigir un llamamiento a la generosidad de mis compatriotas. Después de la energía desplegada en la campaña, sería altamente honroso para Chile, que supiera vencerse a sí mismo, haciendo una paz que no fuera humillante para el vencido.

Sin duda, que le sobrarían ejemplos de grandes naciones con que legitimar todas sus exigencias. Pero yo desearía ver descollar a mi patria no sólo por su valor, sino también por su generosidad, a fin de que llegara a ser el más virtuoso de los pueblos.

En el supuesto que los inolvidables Prat y Ramírez pudieran hablar, serían los primeros en aconsejarnos que fuéramos generosos, pues la grandeza de alma es patrimonio de los héroes. Saben morir por la patria, pero saben levantar al vencido, pues ellos no conciben la venganza.

¿Qué nos dirían, en verdad, ahora, con Prat y Ramírez, todos los no­bles compatriotas que han perecido en la guerra? Me parece oír que nos claman a una voz: “haced la paz”. Los escucho disuadirnos de penetrar en el interior del Perú para asolarlo y disuadirnos igualmente de retirarnos a la línea de Arica y Tacna. “Haced la paz desde Lima” es su dictamen. Pero ¿con quién? Con el Jefe que hubiere. ¿Cómo? Pidiendo menos de lo que pedís; esto solamente: los gastos de la guerra, las pensiones de los heridos, las viudas y los huérfanos, y cierta indemnización de perjuicios. Nada de conquista; que hemos dado la vida por la patria y no por adquirir tierras.

El consejo de nuestros héroes es también el de la Religión de la Humanidad, que prescribe la subordinación de la política a la moral. ¿Será acaso desoído por mis compatriotas? No lo creo, que la generosidad se apodera al fin de las almas enérgicas por conturbadas que estén a causa de las exaltaciones de la guerra. Y ya veo a este viril pueblo de Chile estrechar la mano del Perú y Bolivia.

7 de Gutenberg del 28 (19 de agosto de 1882)

La cuestión de Tacna y Arica
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 12 de octubre de 1893
(Zea, II: 205-206)

En nuestro carácter de servidor de la Religión de la Humanidad damos a nuestra Patria el consejo de que devuelva espontáneamente Tacna y Arica al Perú. Cuando se trataba de hacer la paz con esa nación, pedimos en nombre de la fe altruista que no se anexara a Chile ni un pedazo de territorio extranjero. Nuestra voz fue desoída y se llevó a cabo una conquista que nos desmoralizó e hizo descender hasta la más sangrienta y retrógrada guerra civil.

Ha llegado el momento de reparar, hasta cierto punto, una gran falta internacional. Tacna y Arica deben ser entregadas, a manera de noble reconciliación con el Perú, sin plebiscito y sin la compensación de los diez millones de pesos estipulados en el Tratado de Ancón. Es para Chile moralmente imposible negarse a eso, salvo que quiera cerrarse el camino de la verdadera civilización de que se ha desviado en hora infausta.

Los debates obligan con más razón a los pueblos que a los individuos, puesto que aquéllos ejemplifican a éstos en mal o en bien. Si un país delinque en su condición de tal, los ciudadanos que lo forman se corrompen y precipitan por senderos vedados. La Religión, que es lo más sublime que existe, porque sólo ella tiende a realizar la armonía universal, habiendo pasado ahora del transitorio teologismo al eterno Positivismo, traza de un modo ineludible la conducta de todas las naciones y de todas las personas en el seno de la Humanidad, a cuyo servicio nadie puede sustraerse impunemente.

5 de Descartes del 39 (12 de octubre de 1893)

Carta a la señora Mercedes Cabello de Carbonera
(Extracto)
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 2 de marzo de 1894
(Zea, II: 206-207)

Mi querida y apreciada amiga:

En su elocuente carta pública sobre la Religión de la Humanidad, respuesta a la que yo le escribí, ha desplegado Ud. extraordinario valor moral al ser la primera persona, y eso con pertenecer a un sexo de suyo tímido para empezar las innovaciones, que levantara la voz en el Perú, tratando de interesar las almas en nuestra santa causa. Aunque no se declara usted todavía adepta de la fe altruista y disiente de ella en algunos puntos, le reconoce, sin embargo, una incontestable supremacía sobre el conjunto de las demás creencias. Nuestro Maestro Augusto Comte le inspira una gran veneración y lo defiende usted calurosa y brillantemente de los ataques tan necios como insolentes de los egoístas de todas clases que no pueden comprender la alteza de su genio. El cuadro que traza usted, a grandes rasgos, de la Religión de la Humanidad, condensa luminosamente el sublime espíritu de esta doctrina incomparable. Tiene usted palabras fervientes de profunda simpatía y gratitud para ella, especialmente por su tentativa de hace once años a fin de obtener que Chile celebrara un tratado de paz con el Perú y Bolivia, dejando intacto el territorio de esas dos naciones. Mi patria, desvanecida entonces por el éxito material, no supo triunfar moralmente y desoyó el consejo de verdadera justicia que le di corno servidor de la Religión de la Humanidad. En ese mismo carácter le he pedido hace poco, mas sin fruto por ahora, atrayéndome las pérfidas burlas de una prensa anónima e inmoral, que devuelva siquiera Tacna y Arica espontáneamente y libre de toda indemnización. Tal acto, con ser sólo incompleta reparación de la gran falta cometida, iniciaría no obstante una sincera reconciliación del Perú con Chile, pudiendo tomar desde luego ambos países, en digna concordia, la vía gloriosa de la Sociocracia…

5 de Aristóteles del 40 (2 de marzo de 1894)









Las cuestiones de Chile con el Perú y Bolivia
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 29 de septiembre de 1900
(Zea, II: 207-208)

La intemperancia de los malos instintos prevalece hoy, a menudo, en la vida pública y privada. Se ha ido hasta mirar como principio culminante, la lucha por la existencia, en que es preciso ser fuerte, no para hacer el bien, sino para sobreponerse a los demás. Pero este triunfo del egoísmo no puede ser duradero. Ya se percibe que las almas, poseídas de inmensa amargura, sienten como un vago anhelo de paz moral, trabajo honesto y goces puros.

¡Cuán importante sería no se tardara en reconocer que la única doc­trina capaz de conciliar siempre el progreso con el orden, y de producir la armonía universal, es la Religión de la Humanidad o, por otro nom­bre, el Positivismo! Se le puede caracterizar por el rasgo excelso de que prescribe a individuos, familias y pueblos, el deber supremo de la ab­negación. Los que reducen el Positivismo sólo a la ciencia, lo privan de su gran misión social y moral. Nada más contrario al verdadero espíritu de la sublime doctrina fundada por Augusto Comte, que la primacía o la independencia siquiera de la intelectualidad. La Ciencia, como el arte y la industria, no deben cultivarse, según el Positivismo, sino en vista del servicio exclusivo de la Humanidad, cuyo santo predominio es indispensable.

Sociológicamente considerada, la Religión está encima de todo. Ella se dedica, en especial, a la cultura del corazón, que es la verdadera fuente de nuestra conducta. Los afectos son indudablemente la causa íntima de los pensamientos y las acciones. Al cultivarnos el corazón, se apodera pues la Religión del fondo de nuestras almas para moralizar nuestra vida entera. Bajo la forma fetichista, politeísta y monoteísta que revistiera su­cesivamente antes de alcanzar la forma positiva, ése ha sido su propósito sagrado. En su constitución final, prosigue la misma veneranda labor, pero de un modo más perfecto.

No había terminado aún la deplorable guerra de Chile con el Perú y Bolivia, cuando tuve la felicidad de convertirme a la Religión de la Hu­manidad. Inducido por esta doctrina me permití aconsejar a mi patria que celebrara la paz sin anexión alguna de territorio. Fui desoído por desgracia. La anexión, como acto injusto, ha hecho bajar la moralidad chilena. Muchos de mis compatriotas saben ya reconocerlo. ¿Por qué no reaccionar enton­ces, aligerándonos en parte al menos de la falta cometida? Sepamos sustraernos dignamente al mal ejemplo de grandes naciones, cuyo sentido moral se halla hoy viciado. Devolviendo Tacna y Arica al Perú, sin pedirle nada en cambio, podríamos quedar reconciliados con él para siempre. Y no es la primera vez que formulo públicamente este voto.

Respecto de Bolivia, no sería justo dejarla sin salida propia al mar. La propuesta de arreglo que le acaba de hacer nuestro representante diplomá­tico, interpretando la voluntad de nuestro Gobierno, le niega eso cate­góricamente. ¡Ojalá se desista noblemente, con mejor acuerdo, de una exigencia que obstruiría el progreso de Bolivia! No basta la compensa­ción que se le ofrece de aduana independiente en algún puerto chileno. Esto se prestaría, además, a nuevos conflictos. ¿Qué decir ahora de los crueles y extraños comentarios con que nuestro representante acompaña su ne­gativa a la legítima aspiración de Bolivia a un puerto en el Pacífico? Sólo un arranque irreflexivo de egoísmo patrio pudo llevarlo a emitir con­ceptos que él mismo, en su buen criterio, reprobará si los examina con ánimo sereno. Tratemos con generosa firmeza de seguir la doctrina altruista que hermana a todos los pueblos en la Humanidad.

20 de Shakespeare del 46 (29 de septiembre de 1900)


Nuevas advertencias sobre Tacna y Arica
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 4 de febrero de 1903
(Zea, II: 208-209)

La subordinación de la política a la moral es un principio incontestable del orden humano. Sólo se le puede olvidar por una degeneración funesta del criterio. El patriotismo que pretenda violar el sentimiento de la justicia es falso patriotismo. Nadie debe, pues, aconsejar nunca, a su pro­pio país, la inmoralidad en sus relaciones exteriores. Es por eso muy ex­traño que se esté fomentando en nuestra patria el egoísmo nacional, a fin de extraviar la opinión pública. Chile, se dice, necesita de Tacna y Arica para su seguridad territorial. Esa lógica sin conciencia es indigna de un pueblo culto, por más que se trate de cohonestarla invocando el ejemplo de algunos estadistas de naciones populosas. Ellos no han servido, en el fondo, a sus patrias respectivas, puesto que las degradaron moralmente.

Entre los sucesos de la existencia humana se observa un íntimo enlace. En vano pretendería ser adentro moral un país que no lo es en su vida internacional. Leyes ineludibles del orden social lo arrojarían entonces del camino del bien. ¿Cómo puede ocultársele esto a nuestra patria? Si Chile quiere seguir la senda del progreso efectivo, que encierra felicidad y gloria, es indispensable que devuelva Tacna y Arica al Perú, y que lo haga aun en forma espontánea, sin prevalerse siquiera del Tratado de Ancón. Sepan persuadirse, mis conciudadanos, de que la verdadera grandeza nacional sólo puede alcanzarse en compañía de la virtud más alta.

No nos cansaremos de hacer votos por la devolución de Tacna y Arica al Perú. Sería una infelicidad para Chile que no diera ese digno paso, que no cumpliera en fin, con ese deber imprescindible. Si por un deplorable ofuscamiento se quedara con Tacna y Arica, ese acto implicaría una es­pecie de inoculación venenosa en el organismo nacional, que lo dejaría postrado quién sabe hasta cuándo. Medítenlo con serenidad, mis com­patriotas, fijando la vista en el porvenir, para no tener que arrepentirse dolorosamente más tarde por las fatales consecuencias que ello traería. Por el contrario, si Chile se decide a entregar lo que moralmente no le per­tenece, se sentiría purificado hasta lo íntimo de su ser, y con una energía incontrastable para elevarse a sus más gloriosos destinos...

7 de Homero del 49 (4 de febrero de 1903)


La voz de la humanidad
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 27 de octubre de 1905
(Zea, II: 209)


Desde el año 1882 se predica en Chile la Religión de la Humanidad. Si tan sublime doctrina, fundada en París por Augusto Comte, bajo la más santa inspiración femenina, hubiera sido mejor acogida de mis conciudadanos, se habrían podido evitar muy graves yerros a nuestra patria, y ella estaría hoy bien avanzada en la verdadera senda del progreso, basado en el orden que brota del amor. Se pidió primero, en nombre de la Religión de la Humanidad, que se hiciera la paz con el Perú y Bolivia, sin anexar ninguna porción de territorio extranjero. El consejo fue desoído, y de ahí dimana la decadencia nacional que engendró más tarde la funesta crisis de 1891. Mucho se esforzó la Religión de la Humanidad por conjurarla, pero no se supo, por desgracia, escuchar su voz. Repetidas veces ha aconsejado después esta doctrina suprema, aunque en vano, que se devuelva siquiera Tacna y Arica al Perú. Ojalá que Chile haga, en fin, esa devolución, para que recobre plenamente su conciencia moral y pueda encaminarse al más glorioso porvenir.



20 de Descartes del 51 (27 de octubre de 1905)

Tacna y Arica ante el patriotismo chileno
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue (1907b)
Santiago de Chile, 1907









La cuestión del norte
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue (1907a)
Santiago de Chile, 1907








La cuestión del norte en el Senado
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 2 de septiembre de 1921
(Vicuña Fuentes 1921, 132-133)

Carta a Santiago Labarca sobre la libertad espiritual
Escribe: Juan Enrique Lagarrigue
Santiago de Chile, 11 de septiembre de 1921
(Vicuña Fuentes 1921, 218-219)


Fuentes

Lagarrigue, Juan Enrique. 1894. El conflicto del Perú con el Ecuador. Santiago de Chile: Imprenta y Librería Ercilla.

Lagarrigue, Juan Enrique. 1898. Las cuestiones internacionales. Santiago de Chile: Imprenta y Librería Ercilla.

Lagarrigue, Juan Enrique. 1907a. La cuestión del norte. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.

Lagarrigue, Juan Enrique. 1907b. Tacna y Arica ante el patriotismo chileno. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes.

Vicuña Fuentes, Carlos. 1921. La libertad de opinar y el problema de Tacna y Arica. Santiago de Chile: Imprenta, Litografía, y Encuadernación Selecta.

Zea,


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