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La revolución y su momia

Hay momentos en los que todas las tensiones irresueltas se condensan y la sociedad parece a punto de estallar. Los dados vuelan por el aire. Es el tiempo de la definición. Así se vive el presente venezolano, desde la muerte del heredero de Bolívar. La oposición oscila entre pudrirla y mimetizarse como el camaleón. El chavismo será mausoleo o será comuna.



No se lo esperaba nadie, ni gobierno ni oposición. Todas las encuentas decían que Nicolas Maduro iba a sacar entre 7 y 12 puntos de margen sobre el opositor Enrique Capriles Radonsky. Pero no, la diferencia fue de 1.5.Poco, muy poco. Y las cosas se precipitaron. La noche del lunes fue siniestra. El cacerolazo convocado por Capriles la noche del lunes derivó en movilización nocturna y la violencia se apropió del país. Se quemaron casas del Partido Socialista Unido de Venezuela y hubo hostigamientos a varios funcionarios. Se presionó sobre los centros neurálgicos del sistema social que edificó el Chavismo, como los centros de Salud, los edificios de la Misión Vivienda, los edificios de la televisión estatal y Telesur. Según la fiscal general de Venezuela, Luisa Ortega Díaz, los hechos registrados el 15 y 16 de abril, tuvieron un saldo de 9 personas muertas y 78 lesionadas.
Para el martes y miércoles estaban planeadas movilizaciones opositora sobre el Consejo Nacional Electoral, lo que en código venezolano, representaba al apocalipsis. El CNE, sobre la plaza Diego Ibarra, está en el centro de Caracas, en el casco histórico. Y, como la sociedad, la ciudad está dividida, polarizada. Las concentraciones opositores son en el este. Esa es su zona, su área. Ir al centro implica un desafío, un quiebre. Una aventura que, con los nueve muertos del lunes el chavismo no iba a permitir. Fue por eso que, bien temprano, ese martes, Maduro anunció que la marcha no pasaría. Horas después, Capriles decidió suspender formalmente la convocatoria.
A partir del miércoles, dio la sensación de que la balanza se equilibró. La intentona del lunes naufragó y el golpe de estado que denunció el oficialismo fracasó. El viernes, con presencia de presidentes de la región y del mundo, Maduro asumió ante la Asamblea Nacional y el domingo designó al nuevo gabinete para el período 2013-2019. El país parecía encarrilado.

El sujeto arisco 

El escenario de acá en más es complejo para el chavismo. Maduro es un hombre de pasado sindical. Es decir, un civil al mando de un sujeto político complejo en el que las fuerzas armadas tienen un rol vital. El desafío va a ser administrar al chavismo sin Chávez. Conseguir la hegemonía interna, reemplazar aquel liderazgo bestial y renovar objetivos. Misión nada sencilla en un país que resultó más polarizado de lo esperado y que depositó en su presidente cualidades casi místicas, trascendentes
Hoy en la calle se habla del comandante supremo y en la campaña las imágenes de Chávez casi duplicaron a las de Maduro. Los cánticos fueron “Chávez te lo juro, mi voto es pa´ Maduro” o “Chávez por siempre, Maduro presidente”. Todos tienen su anécdota al lado del comandante e incluso se le empiezan a atribuir milagros cotidianos, como que llegue de un taxi a tiempo o una garúa en esta Caracas de calor húmedo y constante.
Y paradójicamente ese endiosamiento lo pagó caro el propio chavismo y lo capitalizó la oposición. Se estima que entre octubre y abril, 600 mil venezolanos que votaron por Chávez migraron directamente rumbo a Capriles. La otra opción es que no haya habido migración directa, sino que, ante la ausencia física de Chávez uno se hayan motivado y otros hayan caído en el desánimo. Los primeros, entusiasmados, habrían ido masivamente a las urnas. Los otros, todo lo contrario. Un dato: en un país donde el voto no es obligatorio en abril hubo un participación del 79 por ciento, similar al record histórico del 81 de octubre pasado.

La juramentación de Maduro. A su lado, Diosdado Cabello

Maduro compite con ese vendaval, Maduro no es Chávez. Es que la comparación, y el pueblo chavista lo asume, es odiosa. El mismo Maduro es el que pide ayuda al tiempo que busca ganar carisma como en un curso acelerado. Incluso se le atrevió al canto en los actos de campaña y silba en casi todos los discursos, como si el pajarito-Chávez merodeara la zona.
Al mismo tiempo, ahora arranca un debate sobre el legado. Y cada cual tendrá su Chávez propio. Van a estar los que levanten al socialista, también los que enarbolen al conciliador. También los que defiendan su nacionalismo. Los que pongan el acento en su faceta militar, y los que incluso encuentren su Chávez de derecha. Como Perónes tenemos en Argentina, habrá Chavez en Venezuela.
                Es que ese Chávez dual, ese hombre que encarnaba la contradicción, ese que era el hombre de Estado y el subversivo al mismo tiempo se fue sin explicitar su legado. Tuvo tiempo para hacer pública su decisión de quien sería su heredero, pero no dejó un programa preciso ni un rumbo nítido. En este sentido, existen dos documentos fundamentales para entender lo que se viene. Por un lado, el Plan de la patria, que fue el programa de gobierno con el que obtuvo la reelección en octubre pasado. Pero también está el “Golpe de timón” que es el resultado de la última reunión del consejo de ministros del pasado 20 de octubre en la que Chávez habla del “nuevo ciclo de la revolución bolivariana”. Ahí hace referencia a la crítica, la autocrítica, la eficiencia y la aceleración en el proceso de construcción de las Comunas.
                Este punto es el eje central sobre el que se apoyan las organizaciones populares y los movimientos sociales venezolanos. Esa búsqueda por crear un nuevo andamiaje institucional Comunas mediante que dé forma al futuro de los bolivarianos. La construcción de un nuevo Estado para un nuevo período.
Es por eso que el sociólogo Reinaldo Iturriza cuestionaba antes de las elecciones esa idea casi religiosa de Chávez que va tomando forma porque, argumenta, “la fuerza de Chávez fue desacralizar. Incorporar la política a lo profano. Chávez desmitifica la legalidad burguesa, las instituciones, etc. Por eso ahora la política está en todos”.

Reinaldo iIturriza, por entonces un analista político. Luego sería
nombrado ministro de comunas

En esta línea aquella idea de embalsamarlo era el plan perfecto. Implicaría un modo de momificar al proceso, de quitarle vitalidad. De volcarse a la gestión y a la administración, subestimando el legado, desoyendo a ese chavismo que surge a borbotones, desordenado, crítico y vital. “Si lo momificas gestionas el gobierno, pero no una revolución. Podrás eventualmente durar hasta el 2019 pero ¿a qué precio?-, agrega Iturriza. Después ganaran los otros, más tarde ganaremos nosotros. Y esto se convirtió en una democracia normal, formal. Pero el chavismo nunca fue eso. A nosotros no nos interesa alternarnos en el poder con nadie. Nos interesa que la voluntad del pueblo revolucionario, convencido de que el camino es radicalizar la democracia, se imponga permanentemente: nunca el chavismo tuvo la intención de ser una democracia con alternabilidad, ni Montesquieu ni tal. El riesgo para el chavismo es que puede tranquilamente convertirse en una suerte de PRI venezolano. Es por eso que el horizonte hoy son las comunas”
Iturriza fue nombrado ministro de comunas. Antes de que fuera designado, pensando el porvenir de la revolución bolivariana ya subrayaba que “las comunas son lo estratégico.  Las comunas no es la gestión, la comuna no es la tarea de cumplir 50 comunas y decir que el ministerio cumplió. Son el horizonte, la nueva institucionalidad. En la medida que vayamos combatiendo este estado y eventualmente derrotarlo, lo que tiene que surgir de sus cenizas es ese estado comunal”, decía en el teatro Teresa Carreño de Caracas.
                Lo que se viene de acá en más es una gran incógnita. La tarea principal de Maduro presidente será traducir ese grito de unidad previo en hegemonía efectiva hacia adentro. Domar a al chavismo que desde su orígenes fue siempre crítico de los partidos y sus estructuras. Un sujeto político arisco, que no cree en nadie. Lo cual es virtud y defecto en un mismo movimiento.
Pero Maduro va a tener por delante desafíos no sólo con el “gobierno de calle”, sino también dentro del palacio. Se habla de muchas internas. Se dice que Nicolás Maduro representa al ala civil, mientras que Diosdado Cabello, el presidente de la Asamblea Nacional, es el exponente de las Fuerzas Armadas. Se trata de un fantasma que la oposición se encarga de agitar en cada oportunidad. Pero lo cierto es que, por ahora, nadie sacó los pies del plato: “El poder es algo muy chévere como para ponerlo en riesgo ahorita”, piensa, pragmático, Iturriza. Por delante están las elecciones municipales que todavía no tienen fecha. Pero lo más probable es que sean en este 2013 y ese va a ser un buen momento para ver cómo se encolumnan y cuán díscolas son las estructuras del partido para con el nuevo líder.
                Mientras tanto, el cuerpo de Chávez yace en el emblemático barrio 23 de enero, ese donde Chávez votaba y desde donde comandó el frustrado levantamiento del 4 de febrero de 1992 contra Carlos Andrés Pérez. Todo indica finalmente que el plan original de momificarlo pasó a mejor suerte. Quedará por discutir ahora si el cuerpo se queda en el Cuartel de la Montaña donde está ahora, o si se lo llevan a su tierra natal en el estado de Barinas o si bien se lo llevan  al panteón junto a Simón Bolívar. Lo que seguro no se mueve, entre los elefantes de hormigón que componen el 23 y varias canchas de beisbol, es la humilde capillita improvisada a San Chávez del 23 de enero. No se mueve ni aunque la jerarquía de la iglesia católica venezolana reincida en sus quejas e insista en que Chávez para el Vaticano todavía no es santo.

El chavismo salvaje


Somos pa los poderosos
chusma, turba, lumpen, monos,
malandros, zarrapastrosos,
borrachos, vagos y flojos;
los sarnosos, las cachifas
los macacos, el perraje;
nosotros somos chavistas,
nosotros somos la calle.
Gino González, cantante de joropos




En los barrios venezolanos es como si cada casa hiciera un manifiesto público de principios al colgar en el lugar más alto y visible la foto de su hombre. Vanessa Gutiérrez tiene 29, trabaja en radio y es del combativo 23 de enero, barrio chavista por excelencia. Vive sobre el monte, a unos pocos minutos de donde Chávez votaba. Le pregunto cómo llegar en taxi a su casa y se esfuerza, pero las direcciones acá en Caracas son raras: "dile que vienes a los flores de catia pasando la clínica popular que esta después de la avenida, pero si viene por la autopista es pasando el tunel de la planicie a la derecha siempre y luego recto hasta la parte baja que sube al lugar". Es morena, tiene rulos, y es imposible charlar con ella sin que Chávez aparezca en la conversación. Se niega a cruzar la ciudad, no le gustan nada los sifrinos (gente de plata, pituca, chetos en el argot argentino) del este. “Son todos majunches”, los descalifica.  Vive en el 23, pero “en una zona medio escuálida. Yo los tengo a todos calados. Sé quién es quién. Es que siento como la tarea que nos encomendó el comandante de estar mosca, alerta. Si cualquier vaina pasa, yo sé a qué vecinos llamar”, dice mientras levanta la cabeza y señala los carteles de Maduro y las imágenes de Chávez en las casas. Fotos de Capriles acá no hay, en estas casas bajas, de colores tropicales, algunas de ladrillo pelado y con muchas rejas. Pero lo que se respira en el 23 es que si no estás con Chávez, estás en su contra.
                Los días más complicados, esos en que las cacerolas tronaban en toda Venezuela, también estallaron en el barrio de Vanessa. Hubo tiros, plo plo plo, en los flores de Catia donde ella vive. Hubo incluso una movilización espontanea en el barrio. Vanessa les puso Ali Primera lo más fuerte que pudo, les tiro plátanos maduros desde su ventana y les cantó el himno. Pero la calle esa noche fue opositora en el barrio. En EL barrio.
                Con el correr de los días el clima se fue aplacando y ya para el jueves, la vecina de arriba, Aura, la que vende helados, la vino a buscar a Vanessa porque a las 19.30 había una reunión en la comuna del barrio. La idea era estar listos de antes, para a las 20 recorrer el barrio a pie, esquina por esquina. Retomarlo.
                Ese mismo jueves, Teodoro Petkoff, un hombre que militó en la izquierda venezolana pero hace años se volcó al antichavismo más furioso, desde su oficina del diario Tal Cual hacía su propio balance: “Las cacerolas se acabaron, ahora hay que oponerse y listo, sin discutir demasiado. Ganó Maduro, por poquito pero ganó. No debemos desgastarnos más con esto del recuento, la urgente para nosotros ahora es capitalizar esos votos que sacamos el domingo”. De fondo suena edl muy opositor Globovisión  y sobre la mesa hay un estudio comparativo entre el fascismo europeo y el socialismo del siglo XXI.

Teodoro Petkoff en la dirección del diario Tal Cual 

                Efectivamente, da la sensación de que la victoria no formal, pero sí política fue para la oposición y su estrategia de acercamiento al chavismo. Sectores de esa nueva clase media venezolana fueron seducidos por el discurso del Capriles que se reconoce progresista, que dice admirar al ex presidente brasileño Inacio Lula da Silva, que no plantea hacer borrón y cuenta nueva, sino que admite ciertas virtudes del chavismo. Su crítica es por la inseguridad, por la ineficiencia, por la gestión, corriendo así el eje debate con una oposición que recién dirimió sus internas en las presidenciales de 2006 presentando un candidato unificado que aspiraba a llegar a Miraflores con votos. Hasta ese entonces, hubo golpe de estado, lock out patronal, referéndum revocatorio y abstencionismo electoral. En 2006 fueron a elecciones y perdieron de un modo arrasador. Hoy el gobernador de Miranda representa el giro retórico de una nueva oposición que ahora encontró un líder pero que sabe que no maneja ni las Fuerzas Armadas, ni la Asamblea Nacional, ni las gobernaciones (en diciembre de 2012, con Chávez ya en Cuba, ganaron en sólo 3 de las 23 que se pusieron en juego a nivel nacional) ni ese núcleo duro militante convencido.
La estrategia es alejarse de la ortodoxia dura en lo discursivo, sin dejar en claro qué haría concretamente un gobierno opositor en lo estructural. Y es por eso que habla de capitalismo salvaje, que llamó a su comando de campaña Simón Bolívar y hasta en sus actos pone música de Alí Primera, símbolo indiscutido del bolivarianismo. En el masivo cierre de campaña de Capriles en Caracas una semana antes de las elecciones, flameaban banderas cubanas. Es que forma parte de su programa de campaña dar nacionalidad a los miles de cubanos que trabajan en Venezuela. Incluso más, en el tramo final de la campaña reconoció que Chávez sí era un líder de fuste, pero “Maduro no es Chávez”.
“Este es un gobierno débil. Maduro es un hombre tranquilo, sosegado, no agresivo. Es decir, no posee las cualidades que el país asoció a cómo se gobierna. Porque acá se gobierna como gobernaba Chávez, desde la agresión verbal total. Y si Maduro opta por ese camino sin ser Chávez no tendría la capacidad de controlar las consecuencias de un gobierno que no valore a la convivencia”, proyecta Petkoff, que detrás suyo tiene un mini busto de Mao. Y agrega: “Yo creo en la combinación de todas las formas de lucha… menos la armada. Hay que acudir a las instituciones y movilizar al pueblo siempre que sea preciso y necesario”.
Sin embargo, al calor de los hechos, alarma una pregunta: ¿tiene chances reales la oposición de llegar a Miraflores? Si se avanzara en el recuento y los números le dieran una ventaja ínfima a Capriles, ¿podría gobernar este país revolucionado hace 14 años en el que se habla de socialismo y revolución con una cotidianeidad asombrosa?
“Los venezolanos olvidamos rápido, eso es virtud y defecto. Pero para nosotros, hoy, es virtud” dice sobre la plaza Altamira, el epicentro opositor, Fanny Rodríguez. Muy maquillada y de un rubio estridente, Fanny desconfía de este cronista mientras a dos cuadras estudiantes se enfrentan a la guardia nacional.  Ella saca fotos y controla lo que se escribe en el anotador. Está convencida de que el fraude fue total, grosero.
-          “Nos robaron varios millones de votos”, se indigna y arranca a cacerolear.
Esa es la postura de una mitad de la sociedad venezolana. En el medio, los ni-ni que en abril cansados de las falencias del proceso, optaron por la oposición. Ellos hablan de corrupción, inflación, delincuencia, ineficiencia, burocratismo.
Pero también está el chavismo duro, el chavismo salvaje. El que no quiere pactos ni concesiones, el que entiende que hay que avanzar. Néstor Ramírez es albañil, llegó de un pueblo a 800 km de Caracas, al occidente. Tiene las manos grandes, una gorra roja rojita, barba de dos o tres días y le faltan un par de dientes. Se prende el grabador y se enciende, levanta el dedo, los suyos nos rodean y en los mejores momentos de su discurso lo agitan: “Acá el pueblo está claro. Usted se pude ir hasta cualquier rincón, a hablar con los indios y te van a decir lo mismo. El pueblo está rodilla en tierra y vamos palante. Ganamos porque se demostró que el modelo capitalista excluye a las grandes mayorías de los recursos. El comandante nos enseñó que la salida es el socialismo y ahí vamos”. Aplausos en la esquina caliente, en el centro, ahí, entre la Asamblea Nacional y la Plaza Bolívar .


Nota publicada en la revista Crisis de mayo/junio 2013




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