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El chavismo no es un hombre, es una doctrina

La máxima peronista también aplica a la situación de Venezuela, donde la muerte de Hugo Chávez no disolvió al movimiento y su legado hoy se debate en las calles. Desde el Ejecutivo, Nicolás Maduro tratará de cumplir el último mandato del líder para perpetuar el chavismo y no disolverlo en una democracia formal. ¿Cómo es la experiencia del PSUV y cuál es su rol en el futuro de la República Bolivariana?





         En los últimos 15 años el escenario político venezolano nunca tuvo la armonía como norma. Pero el análisis de la coyuntura actual, sin el bestial liderazgo de Hugo Chávez, se vuelve todavía más complejo. Es que desde fines del año pasado, la democracia venezolana se encuentra en estado de shock. Son momentos en los que se debate todo, momentos en los que arde todo. Y los venezolanos, otra vez, a las urnas: presidenciales en octubre de 2012, gobernadores en diciembre, la muerte de Chávez en marzo de 2013 y nuevamente presidenciales en abril. Para concluir, otras municipales en diciembre en las que vuelve a imperar la lógica plebiscitaria de lo nacional por sobre lo local. Así fue siempre con Chávez, así va a ser ahora con Nicolás Maduro.
          “Maduro no es Chávez” y “Chávez somos todos”, dicen los unos y los otros. A ese debate se le suma ese cortito punto y medio con que Maduro venció a Henrique Capriles Radonsky en abril. Por todo esto, el escenario para el chavismo no es sencillo. Maduro, un hombre de pasado sindical, es hoy el presidente que tiene por tarea domar a ese sujeto político peculiar que es el chavismo, ese sujeto arisco que supone una alianza cívico-militar. En síntesis, su desafío es administrar al chavismo sin Chávez. Conseguir la hegemonía interna, reemplazar aquel liderazgo titánico.

Tironeados

          El debate ahora está tironeado entre la urgencia de permanecer, de sobrevivir, y la inercia natural del chavismo a radicalizar, a fugarse hacia adelante. En esa tensión, Maduro, el que fuera chofer de colectivos, jugó un rol determinante. Por un lado, porque cada cual ahora tiene licencias para inventar su propio Chávez: el socialista, el conciliador, el nacionalista, el militar, el que ponía la otra mejilla, el que no perdonaba. Como Perones tenemos en Argentina, habrá Chávez en Venezuela.
         Una de las variables para analizar al chavismo sin Chávez es seguir el devenir de su partido, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Lanzado en 2007 por iniciativa del propio presidente, el PSUV encarna -como Chávez mismo- la contradicción. Esa que supone previsibilidad y subversión al mismo tiempo. Esa dualidad que tolera la figura intachable del Jefe de Estado y la trasgresión en un mismo movimiento.
       En rigor, la intención original fue la de ordenar. Después de las presidenciales de diciembre de 2006, Chávez tuvo más fuerza que nunca. Ya habían pasado los tiempos de los golpes de Estado, de los lockouts patronales, de los revocatorios, del ausentismo opositor en las legislativas de 2005. La oposición, finalmente, decidió resignarse a las reglas del juego y presentó un candidato común -Manuel Rosales, ex gobernador del Zulia- que no tuvo más salida que aceptar la paliza de las urnas. El chavismo era Chávez y, detrás suyo, decenas de partidos, movimientos y organizaciones.
         Chávez, consciente de que era nomás un ser humano, se preguntaba por la continuidad del proceso, por la necesidad de crear instrumentos que garanticen un horizonte largo. Por eso  decidió aglutinar en un nuevo partido a todos los que se confesaban chavistas, forzándolos a renunciar a sus históricas filiaciones.
        Muchos acataron y se diluyeron en el PSUV. Otros, como el Partido Comunista, resistieron. Era una etapa de “radicalización de la democracia participativa”,  rumbo al socialismo del siglo XXI. En ese marco Chávez planteó una reforma constitucional. Luego el Parlamento, controlado por el oficialismo, modificó el proyecto del Ejecutivo. Entre los 69 artículos nuevos se proponía la reelección indefinida del presidente, la creación de las milicias populares bolivarianas y se sentaban las bases de conformación del poder popular.
       Sin embargo, en diciembre de 2007, el chavismo perdió el referéndum constitucional. Por poco, pero perdió. “Mi lectura es que paradójicamente la propuesta fue derrotada en el momento de auge. Era un momento en el que Chávez tenía tal grado de maniobra que se encerró a preparar su plan de país. Era él asumiendo su rol de vanguardia y señalando el camino. Pero no lo construyó colectivamente”, señaló antes de las últimas presidenciales Reinaldo Iturriza, sociólogo y hoy ministro de Comunas.
       Pese a la derrota en el referéndum, el PSUV siguió consolidándose, aunque José Roberto Duque, periodista y escritor, no haya visto en el nuevo partido una transformación estructural del chavismo: “El Movimiento V República, que era la estructura previa al PSUV, no era muy diferente al actual partido oficial del chavismo. La situación para el chavismo y para el país ha cambiado en algo esencial, y es que ya hay una misión concreta que es la creación del Estado Comunal. Salvo ese detalle extra-partidista, la organización del chavismo oficial es esencialmente la misma desde el comienzo del proyecto bolivariano en funciones de estado desde 1999”. El detalle es que entre ese “chavismo oficial” y el legado del Chávez de los últimos meses hay un abismo.

Las Comunas

        Ese Chávez dual, ese que era en sí mismo la contradicción, se fue sin explicitar su testamento político. Tuvo tiempo sí para decidir quién sería su heredero, pero no dejó un programa claro ni un rumbo preciso sobre las formas, cadencias y ritmos de ese socialismo del siglo XXI que anunció el 1 de mayo de 2005.


       Revisionismo mediante, se pueden destacar dos documentos para entender lo que se viene. Uno es el “Plan de la patria”, que fue el programa de gobierno con el que Chávez obtuvo la reelección en octubre de 2012. Pero está también el “Golpe de timón” que es el resultado de la última reunión del consejo de ministros del pasado 20 de octubre en la que Chávez habló del “nuevo ciclo de la revolución bolivariana”. Se habla allí de buscar nuevas formas para un estado viejo en el marco de una revolución que se mueve, impaciente. Un nuevo Estado para una nueva época.
        En el marco del “Gobierno de calle” que lleva adelante Maduro, el debate sobre la momificación de Chávez fue potente. Sucede que detrás del hecho, se escondían varias metáforas. La discusión sobre si lo que viene es administración o política: “Si lo momificas gestionas el gobierno, pero no una revolución. Podrás eventualmente durar hasta el 2019 pero ¿a qué precio? Después ganarán los otros, más tarde ganaremos nosotros. Y esto se convirtió en una democracia normal, formal. Pero el chavismo nunca fue eso. A nosotros no nos interesa alternarnos en el poder con nadie. Nos interesa que la voluntad del pueblo revolucionario, convencido de que el camino es radicalizar la democracia, se imponga permanentemente: nunca el chavismo tuvo la intención de ser una democracia con alternabilidad, ni Montesquieu, ni tal. El riesgo para el chavismo es que puede tranquilamente convertirse en una suerte de PRI venezolano. Es por eso que el horizonte hoy son las comunas”, señalaba Iturriza en ese abril caliente caraqueño antes de los primeros comicios sin Chávez.
         En ese momento nadie esperaba una diferencia tan corta en las elecciones, pero todos tenían en claro que lo que venían eran las Comunas. En aquella reunión de ministros, la última que hizo Chávez, él mismo le encomendó a Maduro las Comunas como si fueran su  “vida misma”. Hasta se planteó la posibilidad de disolver el ministerio, porque la organización popular no se ejecuta por decreto. Ese horizonte, esa nueva institucionalidad, no iba a nacer producto de la buena gestión de un burócrata que cumpla eficientemente con la creación de 10, 20, 60, 100 Comunas.
          Pero lo cierto es que ni siquiera el propio ministerio tenía en claro cuál era el mapa. No había estadísticas, ni números, ni registros. Se sabía, sí, que el 10 de agosto de 2012 se registró la primera Comuna en Venezuela. Para mayor precisión se organizaron dos jornadas para censar el total de Comunas, Consejos Comunales, Salas de Batalla Social y los denominados “movimientos sociales” entre el 7 y el 15 de septiembre de 2013. El resultado: 71.521 instituciones sociales de un poder popular que avanza.
       En lo que refiere estrictamente a las Comunas “reconocidas” por el gobierno bolivariano, el número asciende a 103. A su vez, hay 377 Comunas “en construcción”. Siempre, según datos oficiales.
         El Poder Popular emerge de una tensión en el seno mismo del proceso político. En el Chile de Salvador Allende, surgió como acto de resistencia ante un golpe que se anunciaba inevitable. Fue el producto de la organización ante la adversidad. En la Bolivia revolucionaria de los ‘60 el escenario fue similar. En Venezuela, en cambio, las Comunas son la estrategia, el largo plazo, el objetivo.

La Batalla de Chile
         Y la gran paradoja es que esta “tensión creativa” se da al mismo tiempo que se engorda la burocracia estatal-oficial a paso agigantado. Así lo planteó el periodista Modesto Emilio Guerrero: “En 2001 había 1.345.000 funcionarios estatales para 14 ministerios. Diez años más tarde, crecieron a más del doble (2.530.000) dentro de 28 ministerios. En una sociedad de 30 millones de almas, es una desproporción, comparado con cualquier Estado europeo más o menos ordenado”.
        Duque, desde Venezuela y por chat intenta explicar esta paradoja: “En teoría el PSUV debería ser el motor de las acciones del proyecto llamado Estado Comunal. En la práctica, los ensayos de organización comunal se están produciendo al margen de esa estructura, lo cual me parece muy sano, por cierto. Si uno tiene claro que hay un chavismo oficial (encarnado en el PSUV) y uno popular y libertario (la gente organizándose y activándose en miles de organizaciones, y a veces incluso familiar e individualmente), es más fácil darse cuenta de que el Estado Comunal y el experimento partidista llamado PSUV son dos procesos distintos e independientes”.
         Cuando se vean en retrospectiva los comicios del 8 de diciembre se analizarán los 335 Alcaldes y más de 2500 Concejales elegidos, pero la lectura mayoritaria pasará por si el chavismo logró aceitar la maquinaria electoral o si la oposición sumó votos a nivel nacional como para evaluar la convocatoria a un referéndum revocatorio contra Maduro. El gobierno también medirá allí sus pasos a seguir y decidirá si avanzar o negociar. Mientras tanto la inseguridad, la inflación (que pasa el 30 por ciento y es de las más altas del continente), la caída de las reservas (de alrededor de un 11 por ciento), el aumento del endeudamiento (que pasó de los 40 mil millones de dólares a los 110 mil) y la eterna carencia de papel higiénico.
        “Comuna o muerte” se grita en Venezuela. Una prueba más de la urgencia de que lo nuevo, que tanto posterga su parto, termine de una vez por todas de nacer. 

Artículo publicado en Turba
Tw: @revista_turba


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