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Capítulo 4: "La casa encantada"

Paré el automóvil en medio de la carretera, no creí que existiera el peligro de encontrar otro coche circulando en sentido contrario, marqué en el teléfono el número que me habían dado de referencia. Torpe de mí, era imposible que aquel lugar estuviera cerca de algún poste de telefonía móvil. Ya no sabía qué hacer, si volverme o continuar, era imposible adivinar cuánta distancia me quedaba por recorrer, y el camino cada vez era más difícil de seguir. En cualquier caso, como siempre, me equivoqué de nuevo y continué avanzando. Hubiera sido un buen momento para desechar la búsqueda de lo desconocido, por muy peligroso que fuese dar la vuelta seguro que no lo habría sido tanto como lo que me iba a suceder.

La tensión del viaje había hecho desaparecer el frío, incluso sudaba levemente. Mis ojos se esforzaban para encontrar el mínimo signo por donde debía dirigirme. De pronto, tuve que frenar bruscamente, una sombra negra se había colocado delante del coche, el cual se deslizó suavemente hasta detenerse unos pocos metros más adelante. El susto había sido monumental, un hombre muy delgado y alto, vestido de negro riguroso, y con una linterna en la mano, se había abalanzado hacia el camino, haciendo señas para parar. Después de un primer momento en el que me quedé paralizado y analizando la situación, reaccioné rápidamente, abrí la ventanilla y pregunté qué pasaba.

-- ¿Señor García? -Me preguntó con voz ronca, profunda y entrecortada-. Hace unos minutos que le estoy esperando para evitar que se perdiera.

Subió al automóvil y comenzó a frotarse las manos y los brazos, pues a pesar de los guantes y el espeso abrigo que llevaba, los cero grados que marcaba el termómetro exterior del coche había hecho mella en su temperatura corporal. Me indicaba con la mano que siguiera hacia delante.

Apenas habíamos recorrido trescientos metros cuando entre la penumbra y los copos de nieve casi no se distinguía una gran mansión discretamente iluminada en su exterior. La primera impresión fue de tranquilidad, aunque no tardé mucho tiempo en cambiar de opinión. Mi acompañante me explicaba que era el asistente del señor Brandon y que podía llamarle Rodolfo, sin más señas de identidad, también se encargaba de guardar la finca durante los largos períodos de ausencia de su propietario. Me confirmó que yo era el último de los invitados, aunque mi presencia obedecía más a un contrato que a una invitación. Además de nosotros y Marcus en la casa había seis personas más, la esposa de Rodolfo y cocinera, la amante de Brandon, su secretario personal, su sobrino y esposa, y un extraño personaje, una vidente que le acompañaba constantemente.

Rodolfo salió del automóvil para abrir la puerta lateral de la casa por la que se accedía a las cocheras. Aparqué, sintiendo vergüenza, junto a tres grandes vehículos cuyas marcas sólo sabía que existían pues las había visto en televisión. El garaje servía como muestra de lo que era la mansión, una gran casa, con diez dormitorios, cada uno de ellos con aseo, una cocina gigantesca y un salón descomunal que ocupaba casi toda la parte inferior del edificio, desde aquí salía una larga escalera que llegaba a la primera planta donde estaban las habitaciones. En el centro del salón, que también se utilizaba como sala de estar y comedor, había una gran chimenea, que por supuesto estaba encendida, con varias puertas en sus laterales que daban a la cocina, el garaje y la biblioteca. Todo muy acogedor si no fuera por la débil luz que mal iluminaba toda la casa, el generador de corriente eléctrica no daba mayor potencia.

El salón estaba en silencio sólo roto por el crepitar de la madera ardiendo en la chimenea, Rodolfo me indicó que pasara a la biblioteca, que también estaba en silencio, desapareció por una puerta de madera disimulada entre las estanterías de la pared. Apenas tuve tiempo de observar los cientos de libros, bien ordenados, que había en la sala dominada por una gran mesa ovalada en su centro con varias sillas de aspecto muy cómodo, cuando reapareció el asistente indicándome que pasara a la habitación adjunta. Era un despacho, quizá pequeño para lo visto del resto de la casa. Junto a la mesa y de pie se encontraba Marcus.

-- Pase señor García, le agradezco que haya aceptado mi invitación para acompañarnos durante unos días. Le ruego se sienta como en su casa e intentaré no molestarle demasiado, en realidad mi salud está perfecta pero no quiero que mis invitados se sientan desasistidos estando tan lejos de la ciudad, sobre todo por el mal tiempo reinante.

Con un ademán me indicó que me sentara. Su voz sonaba cansina y altiva, con seguridad en lo que estaba diciendo. Su aspecto externo no reflejaba enfermedad, de un metro noventa de alto, ligeramente obeso, con poco pelo, sin canas, nariz picuda, sin arrugas en la cara, ojos vivos y penetrantes, daba la impresión de tener bastantes menos años de los que realmente tenía. Durante unos minutos dialogamos sobre el resto de personas que ocupaban la mansión haciéndome algunas indicaciones sobre ligeras dolencias que padecían y entregándome un pequeño dossier sobre las mismas. No tratamos el tema económico, dándolo por conocido y aprobado.

Rodolfo me acompañó a mi dormitorio, una habitación amplia con una gran ventana, por supuesto cerrada, con contraventanas de madera y cortinas hasta el suelo. A pesar de la calefacción sentí un escalofrío estremecedor. El techo de elevada altura junto con las paredes de piedra transmitía una sensación de cautiva frialdad. Al menos la cama era amplia y parecía cómoda. Las paredes estaban adornadas con cuadros de motivos florares excepto uno que mostraba la figura de un arlequín con ojos fijos y penetrantes, parecía que te miraba a cualquier punto de la habitación, quizá por el efecto de la escasa iluminación, su rostro me recordaba algo que en ese momento no supe identificar. Deshice la maleta rápidamente colocando la poca ropa que llevaba en un armario grande empotrado en la pared cuyo fondo oscuro no llegaba a distinguir. La única silla del dormitorio estaba situada junto a la ventana como si su último morador hubiera pasado mucho tiempo en esa posición. Sobre la mesa y la mesita de noche había unos candelabros con velas, los cortes de luz debían ser frecuentes.

Salí al pasillo que rodeaba en su parte interior al salón. Desde la barandilla pude observar que era el primero en bajar, esperaba que los ocupantes de la casa no fueran de costumbres anglosajonas y me hubiese perdido la cena dado lo avanzado de la hora. Me acerqué con curiosidad a la chimenea, sobre un lateral resaltaba un gran papiro enmarcado y escrito en latín, con gran esfuerzo para usar mi escaso conocimiento de esa lengua muerta pude traducirlo:

“... La tercera ley no debe ser incumplida bajo ningún concepto, hay de aquel que lo hiciere pues será castigado por la eternidad...”

Extraño mensaje para adornar el hogar de una casa, pero en realidad no desentonaba en absoluto con el resto de la mansión. En la parte inferior derecha y con un tamaño mucho más pequeño había escrito una fecha que no pude distinguir con seguridad pero las dos primeras cifras eran un uno y un dos, mil doscientos y algo. La frase estaba claramente incompleta pues el papiro se notaba rasgado tanto en su parte superior como inferior, con clara apariencia de ser muy antiguo.

-- Interesante, no cree.

Me sobresalté al escuchar aquellas palabras que rompían el silencio. Se trataba de Marcus que de forma sigilosa había llegado muy cerca de mí sin darme cuenta de su presencia.

-- Estaba en la casa cuando la compré, los expertos me aseguraron que al menos tenía setecientos años, aunque no supieron explicarme el sentido de las palabras escritas, ni si pertenecían a algún texto conocido. El dueño anterior de la mansión, también su constructor, por lo visto era arqueólogo aficionado y descubrió el papiro en unas excavaciones realizadas en Palestina. Mis indagaciones personales me han llevado a relacionarlo con la VI Cruzada, organizada por el excomulgado Federico II de Alemania, que logró la recuperación de Jerusalén, Nazaret y Belén, por lo que bien podría ser parte de un texto secreto de alguna orden templaria.

Me sorprendí a mí mismo escuchando con máxima atención, pero antes de realizar pregunta alguna suspendimos la conversación ante la llegada de otros invitados.



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