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Capítulo 10: Aislados

Al salir del despacho me asomé por la ventana de la biblioteca. El día seguía estando muy gris, el viento no cesaba y la lluvia golpeaba de nuevo, con enfermiza obsesión, sobre los cristales. Tuve que concentrarme para recordar con exactitud el día de la semana en el que estábamos. Al encontrarnos alejados del mundo normal había conseguido olvidarme hasta de mirar la hora. La falta de noticias tanto en radio como en televisión, el no poder leer la prensa, incluso el no conducir o escuchar la música de mi vecina de habitación en la pensión, me Estaba arrastrando a sentir una inexorable sensación de aislamiento. De pronto sentí una urgente necesidad de verme acompañado por otras personas, por lo que regresé rápidamente al salón, donde sólo encontré a Mary y Helen con Rodolfo.

Dado el estado de decaimiento de Rodolfo decidí darle un tranquilizante suave y acompañarle hasta un dormitorio anexo al suyo, en la zona de servicio de la casa, para que descansara. La hora del almuerzo estaba próxima por lo que decidimos tomar unos aperitivos fríos para pasar las pocas ganas de comer que en general parecíamos mostrar. El silencio se impuso durante los escasos minutos que duró la comida. Como era costumbre, Mateo no apareció. Marcus se dirigió a su despacho para intentar, una vez más, conectar con la ciudad a través de la emisora. Me senté en el sillón junto a la chimenea, estaba tan relajado que me dormí durante unos minutos. Al despertar observé que el salón estaba vacío, los demás posiblemente estaban descansando en su habitaciones. El silencio se veía, otra vez, roto por el estruendo de un trueno no muy lejano.

Me desperecé lentamente, frente a mí se encontraba el gran cuadro con la batalla entre cruzados e infieles, cuanto más fijamente lo miraba parecía que los personajes cobraban vida y ejecutaban sus acciones como si se tratara de la puesta en escena de una obra de teatro. El sopor del sueño recién abandonado despertaba mi imaginación. La figura central de nuevo me miraba con una sonrisa lacónica como si supiera algo de mí que le causaba gran placer, sobretodo por que yo no acertaba adivinar de qué se trataba. Hice un gran esfuerzo para retirar la mirada, un segundo después la pintura se había vuelto inanimada. Las neuronas de mi cerebro estaban dispuestas a darme problemas bajo la presión de las circunstancias que estaba viviendo.

Salí del salón y dirigí mis pasos hacia la habitación de Rodolfo, tenía que comprobar que se encontraba bien. Entré en la habitación que estaba en penumbra, un pesado y agobiante silencio parecía fluir de las gruesas paredes, ni siquiera se escuchaba los ecos de los fenómenos meteorológicos que arreciaban en el exterior. Me acerqué sigilosamente para no despertarle, pero segundos después pude comprobar que daba igual hacer mucho ruido, Rodolfo ya no despertaría de su sueño eterno. Incomprensiblemente había fallecido, en silencio, con el rostro contraído en un gesto de malestar más que de dolor. También se encontraba sobre su lado izquierdo, al igual que su mujer. Mi primera intención fue avisar rápidamente a los demás, pero una inspiración momentánea me llevó a investigar antes de comunicar el evento. Efectivamente y tal como lo sospechaba en su zona lumbar había una pequeña marca de aguja, qué era lo que allí estaba pasando, qué morboso interés llevaba a inyectar un desconocido líquido en la médula espinal de aquellas personas. Este nuevo óbito erizó el vello de todo mi cuerpo, me sentí realmente amenazado, mi vida estaba en serio peligro, la muerte recorría los pesados muros de aquella vieja mansión buscando nuevas presas para su colección. Cuando pude recuperarme de la primera impresión continué buscando en Rodolfo otras señales de lo que había sucedido, así encontré pequeños hematomas en sus muñecas, no en los tobillos, por último vi otro pinchazo sobre su esternón, éste más bien parecía de extracción.

Salí corriendo de la habitación y entré en la adjunta, donde estaba la esposa de Rodolfo, tenía que comprobar si había sido manipulado su pecho. Efectivamente, allí estaba la pequeñísima herida de punción con aguja. Al pensar en las agujas recordé que en mi maletín había colocado varias de ellas, temía lo peor, me dirigí de prisa a mi dormitorio donde pude comprobar que mi temor era realidad, la mayoría de las agujas, sobre todo las intramusculares, habían desaparecido. Tras un exhaustivo recuento del material del maletín no observé que faltara alguna otra cosa, todo estaba allí, incluso las cápsulas del tranquilizante que había utilizado con Rodolfo, aunque me extrañó que una de ellas estuviera rota, de pronto lo comprendí todo, habían sido manipuladas por lo que posiblemente la dosis que suministré a Rodolfo fue mucho mayor de lo que yo me pensaba, por eso no había oído llamada de socorro ni había señales de mucho forcejeo, estaba profundamente dormido cuando recibió la visita de uno o más moradores de la casa.

Bajé despacio desde mi habitación, pensando en cómo organizar mis siguiente pasos, estaba claro que algo muy grave estaba sucediendo. El salón estaba tranquilo, la familia Brandon y los invitados aún no habían dado señales de vida. Me sentía solo y perdido como en una gran tormenta en el mar, aferrado a un pequeño barco que estaba a punto de destrozarse con el fuerte golpe de cualquier ola, pero mientras el barco aguantase debía seguir estando alerta para proteger mi más estimado tesoro, mi propia vida.



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