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Poca velocidad en piernas que corren

A poca velocidad. Así corría el mundo mientras me montaba en el corcel negro y cabalgaba las llanuras ajenas.
Y veía pasar montes, estepas siberianas y nidos de cotorra; veía pasar los deseos de los demás, esos que son tan de todos pero que no puedo entender. Porque no puedo concebir el mundo más allá de mi nariz. Y porque la realidad se limita a las cuatro paredes de mi cuarto; la neblina ya cayendo porque es de madrugada y no puedo entender que las gentes se vayan a retirar a sus cuartos de invierno; y no pueda seguir metiendo esa sustancia amarilla en mis venas.

La realidad se refracta a través de un periscopio. Y me gusta verla así, teñida de un subjetivismo feroz. Y la defiendo, dientes apretados para no ver las razones que otros restregan contra mi espalda. Quiero una vida sin extensiones, sin prolongaciones de mi ser, críos que no sirvan más que para engrosar las listas de natalidad de un país que se derrumba en franca decadencia.
¿Cuál es el motivo? ¿Por qué plantar semillas en úteros libres? Y ellos que no esperan más que una ducha tierna de espermas voladores, todos pasando a saludar y luego seguir de largo porque no es momento de formar nada y porque la tierra ya está demasiado llena de cabezas pensantes que se dedican a pensar en nada.

Así estaba hoy. Y te odio, en este momento creo que te odio, hijo mío por llegar y que descansas siesta eterna en un abdomen que desconozco. Te detesto, tu vida dependiendo de mi voluntad y yo que no quiero verte el rostro. Porque no necesitás pasar a este lado. Porque no necesitás caminar horas de baldosas y que la lluvia caiga en gotas chiquitas sobre tus hombros y tiña la realidad; así está bien, vos de ese lado y yo remando por los dos, las horas jugando a las escondidas y nada para hacer.
Me miro las manos, levantando yemas enfurecidas sobre el teclado blanco y nuevo. Y creo que no soy. No. No soy yo ahora mientras aporreo las letras sin saber exactamente adónde se dirige esta frase que empieza balanceada y después se pierde en una maraña.
Y tampoco sabía quién era más temprano, cuando te visité a vos y te regalaba besos. Y después te los robaba. Y después los reclamaba para llevarlos a congelar en mi freezer, porque todo es mejor cuando el almacén está llena para degustar en unos años.

Golpeo. Golpeo sí. Golpeo eterno la frente contra el espejo que no se calla y me devuelve esa imagen de mierda, sí, ese ser que se ríe y me dice que ya no hay nada para hacer y que todo se limita a sonreír y mirar para el costado, que ya va a venir alguien que barra debajo de la alfombra.
¿Por qué no puedo mirar arriba y abajo y no dejar de verte? Verte a vos, que todavía no sé quien sos pero que te escondes entre las góndolas del supermercado; y yo que te camino de cerca pero nunca para encontrarte porque estás destinada a volar lejos y yo cayendo una y otra vez en esa trampa que está armada.
Es eso. Ahora quiero golpear la razón, quiero hacerla funcionar correctamente, el mecanismo del reloj cucú y el pajarito que salía a avisar quién venía. Todo perfecto. Todo corría como en un sinfín. Y así era más fácil, mierda, claro que era más fácil así. Porque no tenía dónde verte. Porque no estabas nunca. Sólo eras una colección de sombras que yo nunca iba a ver; sólo eras una colección de nadas muy ajenas a este ser mío que se debate entre qué hacer con los días del fin de semana.
Ya veo las horas pasar, empujándose las espaldas en horario de empleado publico. Peleando por ser algo; luchando en mi vida que se escurre rápido. Y sin las motivaciones, claro, sin las motivaciones que todos debemos tener. Porque todos somos animales de carroña que vagamos por la planicie, colmillos sangrantes y esperar la próxima víctima, vestida de blanco pureza y esperando el juramento eterno. Y un yo dice que no. Un yo dice que se niega. Entonces el resto de los ojos se gira para verlo. Y este yo que mira la pared del rincón, solo. Y este yo que quiere flotar, porque ella ya está volando sin que pueda alcanzarla.
Algo que me dice que las razones no se pintan de negro. Que solo se acumulan; papeles viejos llorando su olvido.


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