El reloj marca las 15,30, el almanaque está en rojo dominguero y Mariel no saca la vista del yogur con cereales que se preparó dos horas atrás y todavía no probó. En un rincón del living del departamento cuelga la cuerda en forma de horca con la que gusta jugar con circunstanciales compañías masculinas y femeninas. Nada la conforma.