La ambición nos desbordaba. Por eso no quisimos que “nuestra naturaleza fuera ordeñada por la leche de la ternura humana”. Buscamos emanciparnos de nosotros mismos, cuerpos proscritos por el tedio, bajos fondos de almas atareadas en su ruina. Defensores de lo indefendible nos transformamos en suicidas, en obscenos paladines de la sangre. Nadie pudo detenernos: la muerte,