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Cristal (VA)

Vicente Aparicio (Foto: Christine von Diependroek) 
Tres días antes de que nos casáramos me tatué en la espalda tu bello nombre. Fue mi regalo de boda y tú lo recibiste -lo sé- con el fuego del amor iluminando tus ojos.
Después pasaron muchas cosas.
Hoy seguimos teniendo en común dos hijos que han crecido y unos cuantos álbumes de fotos.
Un día, mientras te esperaba cuando ya se había hecho demasiado Tarde, una copa de vino resbaló de mis manos al suelo y se hizo añicos.
Me arrepentí durante largo tiempo de haber barrido los cristales para que no los vieras. Algo más tarde, uno de aquellos fragmentos -minúsculo y persistente- se te clavó en la planta del pie y dejó dos huellas de sangre selladas en nuestro parqué.
Tu mirada fue una evidencia tan violenta que la siguiente copa aterrizó en el suelo de forma deliberada -pero en tu ausencia.
El arrepentimiento siempre volvía. Si tú llegabas tarde y yo sufría, vale que tú me mintieras -era lógico-, pero por qué tenía que esconderme yo. ¿Por qué siempre barrer?
En cierta ocasión, animada por la insólita duración de una tregua, cometí el error -y mira que lo sabía- de pedir amistosas explicaciones.
¿Qué hacías, cariño? ¿Dónde te metías? ¿Por qué nunca me contabas nada?
Tu respuesta fue un largo silencio. Un movimiento de cabeza, un 'no' vehemente y hasta despreciativo.
Pienso desde entonces que en realidad hice bien. Que no merecías ver aquellos cristales en el suelo. Que no merecías siquiera que esos cristales te lastimaran.
Es una conclusión triste. Al fin y al cabo, en alguna parte tienen que estar aquellos viejos álbumes.
Hoy soy feliz en otra vida, muy distinta. Conservo grabado en la espalda tu feo nombre. No pienso borrarlo jamás.




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Cristal (VA)

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