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Un baño de amor y una ducha de odio (MG)

Maria Guilera
-Al indepe ese de arriba cualquier día le dejo en la puerta toda la mierda que tira al Patio. Me tiene hasta los mismísimos.
Eso dijo mi Marido mientras yo trajinaba con el niño. Guille es muy nervioso, costaba desvestirle. Pateaba enérgicamente contra mi estómago para librarse de mí, se escapaba a gatas y cruzaba la cama con una temeridad que me erizaba la piel.
-Cariño ¿has preparado el baño?
No contestó. Seguí escuchando sus amenazas contra el vecino, el que solía tirar las colillas a nuestro patio y golpear cacerolas a las diez de la noche durante un cuarto de hora exacto. El que tenía una enorme bandera estelada colgada en su balcón.
Dejé al nene en la cuna y fui a llenar la bañera. Costaba dar con la temperatura adecuada, los grifos estaban muy cascados y había que emplearse a fondo para conseguir que girasen. Escuché el gimoteo de Guille y supe que se convertiría en un berrido en cuestión de segundos.
-¿Qué le pasa al niño?, dijo mi marido asomando la cabeza.
-Tráelo ya, el agua está a punto.
Le introdujo despacio en la bañera, primero un pie y luego el otro. El niño se calmó en seguida. Chapoteaba, reía, echaba fuera uno a uno los patitos de colores y esperaba que nosotros los devolviéramos a su hábitat natural. Le gustaba la espuma del jabón y ni el champú en los ojos le molestaba. Chupaba la esponja e intentaba beber el agua en la que había hecho pis con evidente placer. A su padre y a mí nos enternecían esos minutos de juego.
De pronto, un estrépito inusual anunció la caída en el patio de un objeto no identificado. Guille se asustó y empezó a llorar con desconsuelo. Mi marido salió al patio y regresó rojo de rabia.
-¿Qué ha sido, qué ha sido?
-Ese impresentable, gritó él, ese hijo de su madre, que ha tirado una cesta de pinzas de tender, por lo menos cien.
-Se le habrán caído, hombre.
-Caído, caído… ya verás cómo le enseño yo a que no se le caigan más.
Agarró la ducha, giró el grifo del agua fría a tope y tiró del flexo hasta casi arrancarlo de la pared para conseguir que llegase hasta el patio. Al momento escuché los gritos del vecino.
-Pero tio, estás boig o què? Que no n’hi ha per tant, home!

Mi marido regresó empapado, dejando un reguero de agua por el piso.
-Yo me he mojado, vale, pero a él le he dejado peor. No le ha quedado ni la tierra de los tiestos. Y la estelada no veas, chorreando.

Yo respiré hondo y Guille dejó de llorar. Su padre le pasaba la esponja por la espalda y cada vez parecían los dos más relajados.


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