Veronika Voss no se puede mover, hace años que no se puede mover. La Dra. Katz la secuestró en una casa de paredes blancas. La controla a base de morfina. Sin su dosis de canción de cuna, Veronika Voss se desespera. Su nombre significaba algo para el Tercer Reich. Una obediente vamp de pelo ario, cejas de arcos perfectos, pérfidos estiletes como labios. Una vampira sin reflejos en los espejos, que hoy no encuentra su sombra, que no sabe de qué hablan esas nuevas canciones que transmite la radio. Sin cruce de frontera ni cambio de vestuario, Veronika Voss se convirtió de pronto en extranjera. Vive en el limbo del anonimato.
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Veronika Voss tosió y se quedó parada. Parada. Pegada. Cosida al fotograma de la fama, que apesta al conocerse el revés de la foto.
La última dosis es fatal.
(Fatal es todo lo que se toma sin negociar un precio).
Veronika Voss se traga las pastillas y se va al pasado, donde nada se puede mover. Donde ella mataría por volver a ver, con los ojos cerrados.
El velo puesto y nadie que nos diga cuánto es, nadie que ponga un número y cobre el paraíso.
El velo puesto y nadie que nos diga cuánto es, nadie que ponga un número y cobre el paraíso.
(Rehenes, en construcción)