Lo recuerdo perfectamente. Le atravesaba la cara una cicatriz vengativa, como una curvatura cenizosa que de un lado quebraba la sien y del otro el malar. De tez blanca, ojos azules y glaciales y piel colorada, infundía más que respeto temor por ese vozarrón que brotaba de una boca inusualmente grande, dibujada por gruesos y repulsivos labios. Peinaba canas, y su mirada incisiva, cruel, nacía de