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El mini relato, por Merlot.



-Cristo.
-¿Cristo?

Tenía un pedo considerable, pero gracias a aquel tirito, podía mantener todavía las conversaciones que hicieran falta, y si había que hablar con aquel redentor en cuerpo de rastafari gafapastoso que invitaba, pues se hablaba. Había perdido a los míos y quería sacar algo de esa noche. Al menos acompañar a alguien al portal de casa, como en las pelis decentes. Me daba igual que fuese tío o tía con tal de que estuviese bien. En el HOTCAT había que gritar para entenderse, pero en el baño siempre había intimidad.
...Decanta el caldo


- Sí, como el de la Biblia (dijo guardando la papela en su Cartera surfera).
- No sale en la Biblia, sale en la secuela.
- ¿Qué?
- Nada. ¿Y qué haces, a qué te dedicas?
- Soy DJ.
- Pinchadiscos.
- DJ, si no te importa.
- La verdad es que me la suda.
- Bueno, chico, hasta otra (el rastas abrió indignado la puerta del WC y se largó hacia la barra).

Entonces entró en el baño de tíos la dulce y jovencita Pam, en realidad Pamela, porque a su madre le gustaba ese nombre de no sé qué culebrón americano ochentero.

- ¿Ya has conocido a Cris?
- A Cristo, perdona. Y es DJ. No le llames pincha o te duplica los panes y los peces. Oye, he perdido la cartera.
- ¿Te invita a una fila y lo espantas, colega? Cristo publica sus discos y monta unas fiestas alucinantes, eventos techno. ¡Es un máquina!
- Que es una máquina no me cabe la menor duda. Oye no sabrás si…
- Es productor, tiene una escuela de DJs y una tienda de discos en Malasaña, tronco.
- ¿Y hace pilotonos de esos?
- Oye tu eres idiota, ¿o qué?
- No te enfades, preciosa. Vengo de tomarme trescientos vinos, he perdido la cartera, me he perdido o me han perdido, os he encontrado por casualidad y las casualidades nocturnas en Madrid suelen ser cojonudas o patéticas. Hagámosla cojonuda…
- Si no tienes ni para pagarte un taxi y casi no te mantienes en pie…
- Llévame a tu casa.
- ¿Por qué no a la tuya?
- Porque me esperan.
- Pues olvídalo.
- ¿Un motel?
- Vete a la mierda.

Ésta, en vez de irse a la barra, fue directa a la pista de baile a mover sus caderas de camarera rumana en una peli de vampiros.

Salí del HOTCAT a pasear por Gran Vía. Le compré unos tallarines radiactivos Blade Runer a uno de los chainises y caminé, ya de día, hacia Plaza España. No creí que aquella noche iba a acabar así, la cena con los amigos de blog literario se había desmadrado. Me había prometido escribir y enviar esa noche el relato corto para aquel concurso del ayuntamiento de Mijas y Coipesol del que todos habían hablado (¡6.000 euracos!) y estaba sorbiendo tallarines Blade Runer por Gran Vía con medio pedo, amagado gracias a una fila de coca extrañamente cojonuda.

A pocos metros de la parada de metro, tiré la bandeja plateada de tallarines y me planté frente al escaparate de un Interten Café 24 horas. La fecha de entrega del mini relato, que se podía enviar por Internet, estaba marcada a las 9 de la mañana del 17, ese mismo día. Eran las ocho menos 6. Metí la mano en los bolsillos delanteros y encontré un euro y 10 céntimos. En los traseros, donde antes había estado mi preciosa cartera, no había nada. ‘Una hora, un euro’, rezaba el cartel fosforito del escaparate.

Entré y pedí un ordenador. Se encendió y observé el contador en el margen inferior derecho del escritorio. Iría a casa a pata y tenía una hora para escribir y enviar a la dirección que conservaba en mi Hotmail el relato más grande que la gente de Mijas y Coipesol iban a leer en su puta vida. Vamos allá:

- Cristo.
- ¿Cristo?


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