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El regreso a África




Las muertes en San Basilio de Palenque duran nueve días. El lumbalú, el rito con el que este pueblo de 4 mil habitantes despide a sus difuntos, se ha conservado vivo hasta la actualidad. En él se mezclan el baile, los cánticos, las lágrimas y el dolor. Y la muerte se llama María Lucrecia. (*)



Por Alberto Villar Campos.

Nueve días exactos tardó Ceferino Márquez en llegar a África. Su cuerpo había sido consumido por la diabetes y enterrado en el único cementerio de San Basilio de Palenque, un camposanto de muros bajos pintados de blanco y cuya puerta está coronada por dos enormes plantas de mango y una figura de la Virgen. Ceferino tenía 40 años y su Muerte no tomó a nadie por sorpresa: la enfermedad lo había golpeado mucho en los últimos meses. Todos sabían que la partida de ‘Panela’ estaba cerca.

En el primer Pueblo libre de América (fue liberado del yugo español en 1613), un rito ancestral aleja de este mundo a sus muertos: el lumbalú, una ceremonia bañada por las tradiciones africanas y que los palenqueros han conservado intacta por más de 400 años. “Es el ritual de la muerte que traduce un dolor colectivo”, explica Tailer Miranda, el principal gestor cultural de esta comunidad de apenas 4 mil habitantes.

La despedida del negro Ceferino Márquez, la última que se ha efectuado en Palenque, mantuvo el espíritu mágico del lumbalú: a lo largo de nueve días, las Mujeres de su familia, amigas y conocidas profirieron cánticos dolientes en lengua palenque y lloraron, primero alrededor de su ataúd y, luego, ante el altar con el que se recordaba su vida. Los amigos de su ‘cuadro’ –que es como se llama en el pueblo al entorno amical más cercano– se encargaron de conseguir el dinero para preparar la comida, que se agasajó a los deudos en esos días. Todos quienes alguna vez tuvieron algo que ver con el muerto deben cumplir una tarea específica en el ritual. Los niños solo pueden ser, sin embargo, testigos de las ceremonias, no conocerlas. Es peligroso hablarles de la muerte muy temprano.

Moraima Simarra y Concepción Hernández son las dos mujeres que el pueblo eligió para guiar los cánticos fúnebres en los lumbalús. Pero estas ‘rezadoras’ viajaron a Cartagena el viernes, un día después de la partida de Ceferino. Hoy es sábado y los niños juegan al trompo en la plaza principal, mientras que algunos viejos contemplan en un pequeño televisor los videos de Diomedes Díaz, el rey del vallenato. No hay sol y eso hay que agradecerlo, dice Tailer, “porque el sol aquí sale solo para devorar”.

Al igual que Simarra y Hernández, el profesor de secundaria Sebastián Salgado es uno de los que mejor conoce el ritual. Explica que empieza inclusive antes de la muerte, cuando la familia y amigos del enfermo intentan curarlo con medicinas tradicionales y, sobre todo, luchan para que no aparezca María Lucrecia, el personaje que, en la mitología palenquera, llega al lecho de muerte para “llevarse al enfermo”.

Salgado cuenta que dejar un instante solo a un moribundo equivale a abrir la puerta a esta mujer con forma de calavera. “María Lucrecia está ahí, rondando, al acecho; cuidar al enfermo crea una barrera, la persona que lo haga no puede dormir”, agrega.

Y no solo eso: en Palenque los moribundos pueden también anunciar su partida. Según cuenta Salgado, “un enfermo va a morir cuando le dice a sus familiares que ya no quiere comer porque un amigo, que murió hace años, le trajo ‘arroz de coco con pescado guisado’”. En buen cristiano, significa que un difunto lo ha invitado a seguirlo.

Cuando Ceferino Márquez murió, todas las camas de su casa fueron desarmadas y su familia tuvo que dormir en el suelo. La explicación para ello es simple: se piensa que los muertos pueden tropezar con los catres al buscar la salida. Y como cuenta el bailarín Gabriel Marimón, de 17 años, nadie puede permanecer cerca de la puerta principal durante los rezos del noveno y último día pues, "si el alma pasa por tu lado, puedes enfermar”.

El día del entierro, el cadáver debe ser colocado con los pies hacia la puerta, para facilitar su “salida” de la casa y la posterior llegada a África, el paraíso de los palenqueros, según sus creencias. Además, el noveno día del lumbalú, los cánticos y rezos deben de repetirse en las viviendas que más frecuentó: las de sus amigos más cercanos. De lo contrario, es probable que se lo vea “deambulando” por allí. Salgado explica que, según la cosmovisión del pueblo, una persona tiene tres almas: una deja que el cuerpo con la muerte y otras dos que deben irse de su casa y del pueblo.

Los palenqueros son gente que pasa la vida preparándose para morir: la mayor parte manda confeccionar los trajes y vestidos con los que quieren ser enterrados después de cumplir los 50 años, cuando alcanzan la madurez. Los cadáveres de las mujeres tendrán, a su vez, que ser maquillados y peinados por sus comadres, pues así lo exige la tradición.

El día en que murió ‘Panela’, las mujeres de Palenque rodearon su féretro y le cantaron: "Chi man kongo, chi mari luango, mi angola, juangungu me a re yama, mini ma poito o pika, mi kabesita ri alo". La despedida a un hombre sencillo era más que dolorosa: en una lengua áspera y musical, anunciaban al pueblo que el muerto había venido de Angola, que estaba perdido y que las gallinas iban a comérselo, pues se había convertido en arroz. Ceferino volvía a África por todo lo alto: con la venia de quienes más lo quisieron.

(*) Reportaje escrito para el taller "Cómo se escribe en periodismo", de Miguel Ángel Bastenier, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias.




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