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Agustín, rebelde sin causa




La tienda de El Che se ha convertido en marca registrada en la Ciudad Amurallada de Cartagena, pero Agustín Orozco, su dueño y la viva imagen del guerrillero argentino, apenas sabe quién es ese personaje con el que se tropieza cada vez que se mira en el espejo.

Por Alberto Villar Campos

Un buen día Agustín Orozco decidió que iba a pasar el resto de su vida desconociendo al hombre que veía en el espejo. Lleva una guayabera blanca acribillada por la mugre, carga –como un equilibrista– 49 años en las espaldas y confiesa, sin el menor asomo de culpa, que el Che Guevara es apenas “un hombre igualitico a él”. Las barbas negras, gruesas y desiguales esconden su cuello chamuscado por el sol, y de la sucia boina que corona su cabeza emergen unos cabellos grasos y ondeados. Agustín dice que no sabe casi nada del guerrillero argentino, pero de algo sí está seguro: hace 20 años armó una revolución en la Calle de la Necesidad.

Su imagen de Rebelde Sin Causa es una marca registrada en Cartagena. Cuando llegó al barrio de San Diego para abrir su tercera tienda, en la que ofrece abarrotes y licor, El Che tenía ya el rostro quemado de un veraneante, usaba esa boina pequeña y maloliente, y en su semblante se multiplicaba la felicidad de quien se sabe extraño, pero querido. En ningún lugar como este Agustín Orozco se había sentido tan bien. Era perfecto. “Yo nunca fui inteligente –sostiene–. Sé leer, pero no escribir: cuando lo hago, al rato vuelvo y leo y no entiendo lo que puse; fui siempre un hombre de monte, pero me aburrí y a los 18 años vine pa’ Cartagena, arrimado a unos hermanos”. En el bolsillo de la guayabera, dos lapiceros duermen el sueño de los justos.

Agustín, el décimo de 13 hermanos, de rostro avejentado y ojos marrones, nació en San Vicente de Antioquia y solo estudió la primaria, pero a los 8 años se había convertido ya en el mejor vendedor de frijoles y papas del pueblo. “Mi niñez fue maluca porque había poca comida –refunfuña–; me pasaba un año entero trabajando en la tierra, no salía del monte, era muy fastidioso, pero, eso sí, nadie vendía tan rápido y tan a mejor precio sus cosechas”.

Dice que, aunque es un hombre pacífico, jamás dudó en rastrillar su Ruger calibre 38 para espantar a los bandidos de sus negocios.

– A quien me trataba de atracar se la iba quemando enseguida, le daba fierro enseguida. Siempre tiré al aire, y los ladrones se iban de mi tienda diciendo ‘qué ‘jueputa cachaco, vive haciendo tiros’.
– ¿Nunca pensó en ser un revolucionario como el Che Guevara?
– De pronto de joven, pero para hacer respetar las leyes, nada torcido.
– ¿Qué le parece injusto en Cartagena?
– Que atropellan mucho al turista, hay lugares en donde les cobran el triple por las cosas. ¡Oiga, pero si ellos tienen plata es porque se la han ganado!

En 1963, año en que Agustín Orozco nació, la Revolución Cubana llevaba apenas cuatro de instaurada y Ernesto Guevara enviaba un primer grupo de guerrilleros a Argentina para tentar la lucha armada. Se lo cuento para hablar un poco del origen de su fama, pero el paisa ni se inmuta. Frente a ambos, varias botellas de cerveza vacías se amontonan en una de las mesas de la tienda, mientras dos tipos prueban sonrisas de media mañana y hablan tonterías. “Hace treinta y pico de años a mi hermano mayor lo mandaron a pintar la foto del Che en el colegio, pero yo ni sabía quién era. La verdad he leído poco de él, sé que era médico, guerrillero, que estuvo en Colombia pero que no le gustó nuestra guerrilla, y que lo mataron en Bolivia”.

Lo que sí sabe es, sin embargo, que viajeros de todo el mundo llegan a su bar para conocerlo, para tomarse una foto con él y beber cerveza mientras oyen boleros y rancheras. Si Juan Valdez es el café preferido por los turistas en la Ciudad Amurallada, la tienda de El Che es el bar de mala muerte que más extrañan al irse. Cada noche allí es una juerga fulminante: hay baile, borrachera, desenfreno. Y los vecinos de este tipo bajito y gozón solo saben agradecerle por algo que ni aún hoy él entiende: Agustín trajo de vuelta la alegría a una calle necesitada.

Si algo tienen en común, además del semblante, El Che de Cartagena y el guerrillero argentino, muerto en octubre de 1967, es su interés por las plantas. “Me gusta coger hierbas y probar a ver a qué saben y para qué sirven”. Sus últimos experimentos buscan apaciguar la gastritis que le diagnosticaron en febrero pasado. Aún así, Agustín Orozco afirma que no se resigna a llevar una “vida sana”, pues el único deporte en el que asegura que es bueno es en el de tomar cerveza, gaseosa y jugos ácidos.

El Che puede contar con los dedos de una mano las veces en que, por necedad, se cortó la barba y los cabellos, pero ahora, frente al retrato que le hizo su buen amigo Serbio Tulio Cirka en 1996, jura que ya no lo hará más, “porque la última vez que ocurrió, una niñita que me vio por la calle me dijo: ‘Tin maluco, así no te conozco”. A pesar de que le gustaría tener hijos, Agustín confiesa que hace tres años unos médicos le dijeron que su esperma era de baja calidad. “Por eso tengo que conseguir a una mujer que quiera hacerse una inseminación”, se franquea. Luego ríe.

– ¿Y ha tenido muchas mujeres en la vida?

Con falsa modestia, responde:

– Las tengo salteadas: una viene un día, otra al siguiente y así. Ahora tengo tres. Ser El Che me ha dado fama, todavía no con las extranjeras, pero las que sí ya ni me recuerdan por el nombre.

El hombre más famoso de la Calle de la Necesidad sirve cerveza todo el día, dice que no quiere volver a los montes de Antioquia y recuerda que alguna vez, en Venezuela, un “cobarde” le gritó, antes de subirse a un taxi: “Qué viva el Che… pero enterrado”.

Esa fue la única vez que lo insultaron. Y quizá porque el guerrillero más querido en Latinoamérica es apenas un rostro con el que se tropieza cada mañana en el espejo del baño, Agustín Orozco ni siquiera vio de dónde, cómo ni por qué le cayó el golpe. Y vaya que no le importó.

(*) Reportaje escrito para el taller "Cómo se escribe en periodismo", de Miguel Ángel Bastenier, organizado por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en Cartagena de Indias.




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