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Aquellos vientos trajeron estas tempestades




Esteban Perez


Al igual que las socialdemocracias europeas que desembarcaron en gobiernos de derecha y ultraderecha, en América Latina los progresismos tibios, timoratos, políticamente correctos, que terminan transando con el capital financiero, abrieron las puertas a los Bolsonaro, Lacalle y los Milei.
    Al decir de un amigo “el peor camino es el del medio porque se termina flotando como un corcho y no se resuelve nada”.
    El progresismo, asemejándose a la forma de administrar el capitalismo de los partidos burgueses, se va alejando de las angustias cotidianas de los ciudadanos más vulnerables, que ya no ven en él ni respuestas ni soluciones claras a su padecer diario.
    En mi opinión no hay peor error ni miopía política que catalogar a los pueblos de “cornudos”. Cuando se les frustra la esperanza, no les queda otra en la timba electoral que apostar por el que promete un cambio, aunque no termine de convencer con su discurso.
    El avance de la ultraderecha no es otro que el avance de los gobiernos burgueses más cipayos del imperialismo, ladrones de las riquezas de su país, sin ningún tipo de miramientos con el pueblo trabajador ni con los ciudadanos “excedentes” del capitalismo.
    Es hora por lo tanto, de mirar a la cara al pueblo y pedir perdón por no haber generado ni conciencia ni poder popular.
    Cuando se desmovilizan las organizaciones sociales, cuando se castra la capacidad de luchar, cuando se dan señales confusas en temas como la reforma de la seguridad social o la LUC, cuando se llama a no movilizarse contra la corrupción, no es el pueblo “cornudo”, somos nosotros que nos asimilamos al sistema y dejamos al movimiento popular solito, desnudo y mirando para dónde arrancar.
    A esta altura, como que dos más dos es cuatro, está claro que un mediocre gobierno progresista no genera corrimiento a la izquierda sino que facilita el camino a gobernantes con perfiles facistoides.
    El derrotado gobierno argentino pseudo progresista, abrazado a la oligarquía y al capital, le soltó la mano al pueblo, bajó la cabeza ante el FMI y sumergió en la pobreza al 40% de los argentinos, desamparó a los descendientes de los pueblos originarios (como siempre históricamente) condenando al hambre a la inmensa masa de trabajadores informales que pululan por las calles de Buenos Aires y deambulan a lo largo y ancho de las provincias del hermano país.
    Pudieron Massa y Fernández pero no tuvieron las agallas o arrugaron ante los intereses de la clase dominante, asumir no pagar la deuda externa,  disponiendo así de una enorme cantidad de divisas que podían haber sido invertidas en gasto social, educación, vivienda, en generar genuino trabajo nacional y desarrollo con un perfil colectivo, solidario y popular.
    No pasará mucho tiempo sin que los argentinos de a pie sientan el rigor del capitalismo salvaje, no porque los gobierne un esquizofrénico, sino porque así lo exige el decadente imperialismo yanqui y el sistema capitalista que ha iniciado su etapa de agotamiento, descargando su agonía sobre los pueblos del mundo.
    Surgirán masivas protestas y sobre ellas, como lo prometió Milei, caerá todo el rigor de la represión. Veremos por lo tanto más sufrimiento que el hoy por hoy en nuestros hermanos del otro lado del río, pero también algunos de sus males llegarán a perjudicarnos.
    Debemos tener la humildad y el coraje para levantar las banderas que nos legó nuestro querido Raúl “Bebe” Sendic:
-    Distribución de la tierra y mejora para el trabajador rural.
-    Terminar con la banca privada en manos de extranjeros.
-    Terminar con la sangría del pago de la deuda externa.
-    Volcar esos recursos y lo quitado a los especuladores, para un aumento general del salario que traiga el consiguiente ensanchamiento del mercado interno.
-    Que las industrias y comercios endeudados con la banca pasen a los trabajadores.

Sólo así tendremos patria para todos.







 


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