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Crítica | Alemania

|| Críticas | ★★★★☆
Alemania
María Zanetti
El silencio de la mirada


Rubén Téllez Brotons
Valladolid |

ficha técnica:
Argentina, 2023. Título original: Alemania. Dirección: María Zanetti. Guion: María Zanetti. Música: Sergio de la Puente. Fotografía: Agustín Barrutia. Reparto: Maite Aguilar, Miranda de la Serna, Vicky Peña, María Ucedo, Walter Jakob, Federico Venzi, Andy Pruss.

La melancolía es una emoción que, por lo general, suele tener una raíz envenenada y, por tanto, cuando un cineasta la utiliza como cimiento para alguna de sus obras, se convierte en una semilla enferma que va pudriendo las articulaciones, los huesos y los músculos del cuerpo expresivo hasta mermarlo por completo, hasta matarlo por sobredosis de spleen, que diría Baudelaire, hasta, en fin, hacer que la cinta se estrelle contra el arrecife del sentimentalismo fácil e impúdico o de la tesis errónea. La idea de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» puede extenderse por todas las imágenes de la película hasta transformarla en un organismo necrosado que, incapaz de transmitir nada más allá de los típicos clichés argumentales ni de retratar a unos personajes que no sean estereotipos andantes, se conforma con llevar a cabo una fiel reconstrucción, cargada de polvo y recuerdos borrosos, del momento histórico en el que sucede la acción. Este tipo de propuestas están marcadas por su carácter eminentemente vacío que encuentra en la subordinación de elementos estéticos su forma de brillar a través de la apelación directa a un tipo de espectador muy concreto —los que vivieron, o fueron jóvenes, durante la etapa en la que transcurren los hechos que se narran.

Alemania, la ópera prima de María Zanetti, que, tras su paso por la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, se estrena ahora en cines, no es, ni mucho menos, este tipo de película. La realizadora cuenta la historia de Lola (Maite Aguilar), una adolescente que quiere irse a estudiar un semestre a Alemania con su mejor amiga. Para ello, primero debe aprobar todas las asignaturas que ha suspendido (que no son pocas) y convencer a sus padres para que le dejen marchar. Pese a todo, los principales problemas que alejan a Lola de su sueño son, por un lado, la precaria situación económica de sus progenitores, que planean vender la casa familiar para saldar las deudas que han contraído; y, por otro, los problemas de salud mental que encierran a su hermana mayor en una espiral de confusión y dolor.

Alemania funciona como una gramola excitada de melancolía que, a lo largo de noventa minutos, compone una retahíla de imágenes protagonizadas por una adolescente en conflicto con su entorno y consigo misma, que se deja guiar por la brújula desnortada de los sentimientos a flor de piel en su desesperada búsqueda de una válvula de escape que sea al mismo tiempo susurro de luz y horizonte estable de certezas. El personaje de Maite Aguilar camina sin saberlo entre los restos de un naufragio escondido bajo la alfombra por la incomunicación, mientras intenta comprender el funcionamiento de un mundo que se derrite frente a sus ojos, que se convierte en una flor de ceniza delante de su mirada juvenil, que deviene en sol negro de tragedia sin que pueda hacer nada por evitarlo. La directora levanta la cinta sobre el silencio de cristales rotos que se acumula en la garganta de una familia que, pese a estar completamente sobrepasada por su situación, pese a sentir el peso del vacío sobre sus hombros heridos, no deja de luchar para salir adelante y, sobre todo, para hacerlo sin dejar a nadie atrás. La idea es, precisamente, dejar la cámara rodando después de que las escenas hayan terminado, de que los personajes se hayan callado, de que se hayan marchado de la estancia en la que se encontraban o de que hayan recibido una mala noticia o un golpe duro, para alcanzar desde ahí el tuétano de su angustia; o, dicho de otro modo, la intención de Zanetti es filmar las telarañas de dolor que se van tejiendo tras la mirada de sus personajes, priorizando en todo momento la reacción antes que la acción, para comprender el sufrimiento que les oprime y que, pese a sus esfuerzos, no consiguen verbalizar.

Los rostros de los actores se convierten, por tanto, en el principal soporte de una película atravesada de principio a fin por el aroma denso de una melancolía que nada tiene que ver con la descrita en el párrafo inicial, puesto que aquí la realizadora no intenta ocultar con ella, con sus efectismos sentimentales baratos, su falta de ideas —todo lo contrario, la cinta tiene poderosas reflexiones plasmadas a la perfección en el celuloide— ni pone todo el peso de la propuesta en la idealización del pasado —los años noventa—, sino que lo utiliza como escenario en el que situar la historia, y lo retrata, eso sí, con leves puntadas de romanticismo que no resultan, en ningún caso, molestas. ♦




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