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Crítica | Afloat

|| Críticas | Mostra de Valencia 2023 | ★★★★☆ |
Afloat
Aslihan Unaldi
Del arte del naufragio


Aarón Rodríguez Serrano
Valencia |

ficha técnica:
Turquía, 2023. Título original: Suyun Üstü. Guion y dirección: Aslihan Unaldi. Fotografía: Andre Jäger. Música: Deniz Güngör Reparto: Nihan Aker, Elit İşcan, Lila Gürmen, Oscar Pearce, Eren Çiğdem, Serhat Ünaldi. Duración: 116 minutos.

Unaldi comienza en el sopor, en el paréntesis del alta mar y el verano, en la efervescencia de los cuerpos y de los anhelos, pero también en el envés de las promesas íntimas y políticas. Reciben planos calurosos de exuberancia carnal, un melocotón y un bikini, una extraña tensión en torno a los silencios que se arrojan aquí o allá, cinco (des)conocidos que resultan ser una familia que resulta tener sus secretos que resultan ser, peor que mejor, los secretos de todos los (des)conocidos y todas las familias. De tal modo que la cinta es, de una manera directa y desconcertante, un ejercicio de tensión sostenida, una especie de thriller familiar perverso, y a la vez, el video de unas vacaciones mal exportado y que titubea.

Por allí anda Oscar Pearce, que viene de la Serie B de Marvel y del telefilm, y se le ha quedado pegado un aura de turista audiovisual confuso, de portamaletas con cara de cachorro abandonado que merodea una Turquía que le queda grande y a la que intenta agradar con el consiguiente ridículo que practicamos todos los occidentales cuando somos invitados a atravesar la línea del Bósforo. El resto del elenco, con especial mención a las portentosas Nihan Aker y Elit İşcan, se enredan en una telaraña hermética de traiciones eróticas, ansiolíticos, ensaladas suculentas y bailes bajo la luna por las que desfila la cámara de Unaldi manteniendo una distancia elegante, casi propia del clasicismo.

Afloat es un thriller, queda dicho, que uno intuye que le hubiera gustado ser manierista, o europeo, o cosa similar, porque la cinta parece estar prendida con alfileres en una serie de territorios inquietantes que se van desplazando con lentitud, pero no con morosidad. Las piezas del puzle tardan en encajar, si bien los chispazos son lo suficientemente elocuentes: un padre periodista perseguido por la justicia, un tardoadolescente lumpen de querencias religiosas y (quizá) amigo de lo ajeno, un pasaporte perdido, un par de secretos de alcoba. Unaldi sabe que a su cámara no le sienta bien la pobreza, de tal modo que casi siempre la deja en fuera de campo y se concentra en rodar lo que beneficia al relato: la desmesura de una embarcación familiar con solera, la mucha gastronomía local que cocinan y cultivan manos anónimas, los baños de la altoburguesía en el Mediterráneo y el maquillaje bien dispuesto en la piel envejecida en el espejo del camarote. Tiene pulso, y por eso puede pasar de lo histórico a lo folclórico, de la revelación al chiste rápido, del aguacate a la granada. Luego están los rumores en el contracampo (la dominación totalitaria vestida de democracia, el conflicto de los refugiados, la extrema derecha jurando y perjurando que siempre son otros los que vienen a quitarnos el trabajo y las mujeres), pero Unaldi los deja un poco a través, esbozados como las criaturas marinas salvajes que pueblan el fondo hostil sobre el que navega el pequeño barquito de los protagonistas. Zozobra, pero no naufraga. Suficiente tienen ya con lo suyo los altoburgueses con asomarse ligeramente al fondo del abismo, pero siempre con red de seguridad y con la inevitable calma de saber que los baños se los limpia el servicio. Y ahí, creo, Afloat se vuelve más inteligente de lo que podría intuirse en un primer visionado y tiene, vamos a decirlo con toda claridad, una mala leche de alto voltaje.

Por lo demás, la cinta ofrece muchas posibilidades a los que quieran perderse en ella: de la textura contradictoria que emerge de los choques de lenguaje (los diálogos en inglés y en turco tienen infinitas aristas tras las que laten jugosas reflexiones sociopolíticas) a la desencantada visión de los nexos familiares y las mascaradas que arrastran, puede ser a la vez entendida como una nostálgica reelaboración de las obras de la segunda modernidad (hay cosas de Antonioni, por ejemplo, y de su voluntariosa gelidez mediterránea), pero también como una heredera de ciertas estrategias más propias del último Michel Franco. Creo que Unaldi ha digerido con seriedad las estrategias narrativas de las obras de cámara (cinematográfica) del siglo pasado y las ha trasladado, con indudable precisión, a un contexto luminoso entre la postalita turística y la suave amabilidad costumbrista. Con esos mimbres, y también con una puntual y algo más discutible parada en el mundo onírico —ciertos planos subacuáticos no terminan de encajar en la disposición general— se acaba delimitando una cinta accesible y bien trazada, cuya ausencia de exigencias es, sin la menor duda, una brillante pieza de artesanía.




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