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Crítica | Cuando acecha la maldad

|| Críticas | Sitges 2023 | ★★★☆☆
Cuando acecha la maldad
Demián Rugna
El héroe tozudo


Carles M. Agenjo
San Sebastián |

ficha técnica:
Argentina, 2023. Título original: Cuando acecha la maldad. Dirección: Demián Rugna. Guion: Demián Rugna. Compañías productoras: Shudder, La Puerta Roja, Aramos Cine, Machaco Films. Fotografía: Mariano Suárez. Música: Pablo Fuu. Producción: Emily Gotto, Fernando Díaz, Roxana Ramos, Samuel Zimmerman. Reparto: Ezequiel Rodríguez, Luis Ziembrowski, Federico Liss, Demián Salomón, Silvina Sabater, Emilio Vodanovich, Desirée Salgueiro, Virginia Garófalo, Marcelo Michinaux, Paula Rubinsztein. Duración: 93 minutos.

Una niña juega con un dogo de Burdeos en el comedor de su casa. Abruptamente, es atacada por el perro, que le destroza la cabeza. Acto seguido, la niña aparece caminando por el pasillo sin ningún rasguño. Como si nada hubiera ocurrido. La escena, una de las más espeluznantes de Cuando acecha la maldad, podría quedarse en mera atrocidad si no fuera porque su director y guionista, Demián Rugna, sabe cómo darle la vuelta. Todas y todos sabemos perfectamente lo que acabamos de ver. Esta niña ya no puede pertenecer al orden de lo normal. Ha ingresado en los dominios de la otredad sin billete de vuelta. Pero el hecho de verla ilesa tras su muerte, abrazando a su familia con una inquietante sonrisa, permite tomarle la temperatura a este contundente relato de género. No se trata de celebrar lo macabro, que también, sino de amplificar el recuerdo que deja en la retina. No es lo mismo quedarse en el estallido que dilatar su onda expansiva. Ahí radica la gran virtud de Rugna en su quinta película en solitario. Aunque logre forjar imágenes de perturbadora fuerza, es capaz de negarlas inmediatamente después. Mejor aún, de potenciar la intriga que circula en su interior. Como si la muerte cobrase una dimensión ilógica, insólita, perversa. Como si lo satánico se infiltrara en la puesta en escena para restaurar a los personajes que acaba de fulminar. Es entonces cuando los fallos de rácord, lejos de ser un descuido, se convierten en recurso cómplice para generar tensión y el cine reivindica sus trampas para hacer del horror un acto de fe.

La primera parte es vigorosa. En pocos minutos, Rugna saca músculo, arrastrándonos a un microcosmos donde las fuerzas del averno transforman una pequeña comunidad argentina en un pozo de histeria colectiva. Como la Frances McDormand de Fargo (1996), el alcalde (Luis Ziembrowski) se pregunta, incrédulo, por qué la maldad se ha instalado en un pueblo donde (casi) nunca ocurre nada extraordinario. Lejos de invocar el humor negro marca Coen, Rugna apuesta por una violencia seca que descarna la realidad en cuestión de segundos. Toda esa crudeza inmisericorde encuentra un testimonio privilegiado en Pedro (Ezequiel Rodríguez), un cazador que vive con su hermano Jimi (Demián Salomón) en una zona rural tras divorciarse de su mujer (Virginia Garófalo), instalada en un pueblo cercano con sus dos hijos (Emilio Vodanovich y Marcelo Michinaux). Los problemas se desatan con el descubrimiento de un signo. Primero, los restos de un cuerpo desmembrado en el bosque, posible víctima de animales salvajes. Después, la apariencia mórbida y purulenta de un joven embichado –así lo llaman los autóctonos– en el dormitorio de una casa de campo. Lleva más de un año así –cuenta su madre– y las autoridades lo han ignorado por completo. Aquí empieza una posible lectura política. La denuncia de un mundo olvidado por el centralismo que se pronuncia en las ciudades y descuida los pueblos. El estado y las fuerzas del orden parecen un dios en fuera de campo, silencioso frente a una miseria que no importa. Pero Rugna nunca desarrolla esta idea. Prefiere encerrarse en su propia fiesta y celebrarla a lo grande. Por esto, llegan antes los ecos de Bryan Bertino en The dark and the wicked (2020) y su catábasis progresiva en un entorno amenazado por el demonio, que la eterna mala leche de La matanza de Texas (1974).

Desafortunadamente, no todo está a la misma altura. La segunda parte se empeña en cargar la violencia de sentido. Como si fuera necesario ampliar el mapa y dotar la narración de un trasfondo mitológico. Por esto, el héroe protagonista, en su huida constante a ninguna parte, visita una médium (Silvina Sabater) que Rugna desaprovecha –en contraste con la estupenda dupla de expertos en lo paranormal, versión porteña de los Warren, que aparecía en Aterrados (2017), su anterior película– y se adentra en una noche de niñas y escuelas, secretos y engaños, aulas y sótanos. En este sentido, Rugna se desvía del firme recorrido trazado hasta el momento y la trama deriva en revisión repentina de El pueblo de los malditos (1960). No es éste el camino a seguir si lo que se quiere es mantener altos los niveles de estrés tan logrados al inicio. Los aciertos llegan antes disparando la rabia y la locura de forma frenética que buscando sus raíces en medio de la oscuridad. En cualquier caso, la ansiedad no pierde fuelle. Rugna es un pregonero con cuernos de cabra. En su nueva propuesta –por cierto, recomendadísima por Stephen King– se alimenta de los códigos y dinámicas del cine de zombis, con personajes que mueren y reaparecen en un descenso vertiginoso a las tinieblas de la tragedia sin olvidarse de un humor esquemático pero sutil. No por casualidad, las mujeres aconsejan y alertan sobre lo que no hay que hacer en este cuento de protervia inexorable y los hombres son testarudos y no escuchan hasta que el apocalipsis les explota en los morros. ¡Qué feliz ironía, pues, la de un héroe obcecado y errático que solo tiene que permanecer quieto para vencer al mal!




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