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Crítica | El exorcista: Creyente

|| Críticas | ★★★☆☆
El exorcista: Creyente
David Gordon Green
El arte convertido en negocio


José Martín León
Telde (Las Palmas) |

ficha técnica:
Estados Unidos, 2023. Título original: The Exorcist: Believer. Dirección: David Gordon Green. Guion: David Gordon Green, Peter Sattler. Historia: Scott Teems, David McBride, David Gordon Green. Personajes: William Peter Blatty. Producción: Jason Blum, David Robinson, James G. Robinson. Productoras: Blumhouse Productions, Morgan Creek Productions, Universal Pictures, Rough House Pictures. Distribuidora: Universal Pictures . Fotografía: Michael Simmonds. Música: Amman Abbasi, David Wingo. Montaje: Timothy Alverson. Reparto: Leslie Odom Jr., Lidya Jewett, Olivia O´Neill, Ann Dowd, Ellen Burstyn, Jennifer Nettles, Norbert Leo Butz, E.J. Bonilla, Danny McCarthy, Raphael Sbarge, Okwui Okpokwasili.

Se cumple medio siglo del estreno de la película de terror por antonomasia, la más emblemática, la más admirada y copiada por tantas otras que llegarían después. El exorcista cumple 50 años y lo hace en plena forma, ya que no ha perdido un ápice de su capacidad para asustar al espectador, no solo por las repulsivas manifestaciones demoniacas en el cuerpo de Regan (inolvidable Linda Blair), sino, también, por aquellas inquietantes conversaciones que mantenían, a pie de escalera, el experimentado Padre Merrin (Max Von Sydow) y el más indeciso Padre Karras (Jason Miller), sobre la naturaleza del Bien y el Mal, minutos antes de enfrentarse a una cruenta batalla contra el mismísimo demonio. Aquel clásico, basado en una novela de William Peter Blatty, contó con William Friedkin en la dirección. Un realizador que se caracterizó por no andarse con medias tintas a la hora de ofrecer emociones fuertes –ahí está la polémica A la caza (1980), que tantas furibundas críticas recibió por la misma comunidad gay que retrató–, y que fue capaz de rodar escenas de terror tan extremas y sacrílegas que serían imposibles de verse en cualquier título actual proveniente de un gran estudio –la violación con el crucifijo aún no ha podido ser superada–. Pero El exorcista es mucho más que un filme violento y escabroso... Una obra maestra del género que sorprende por lo moderna que sigue siendo, por su excepcional guion (ganador del Oscar) y por unas actuaciones excelentes de todos sus actores, especialmente de Ellen Burstyn como la sufrida madre de Regan, la niña poseída. Fue un fenómeno sociológico (incluso provocó una oleada de casos de posesiones supuestamente diabólicas) y un enorme éxito de taquilla que inauguró un subgénero de lo más prolífico (aunque con pocas aportaciones verdaderamente destacables), además de contar con sus propias secuelas más o menos oficiales. Se agradece que John Boorman quisiera hacer algo totalmente distinto a la original en su maldita El exorcista 2: El hereje (1977), pero, salvo algunas secuencias brillantes a nivel visual –toda la parte que transcurre en África, con esas langostas–, le quedó un producto extraño y sin pies ni cabeza, que ya nació anticuado. Mejor parado salió el novelista William Peter Blatty dirigiendo El exorcista 3 (1990), pese a que su estatus de culto tardaría años en serle reconocido, teniendo una fría recepción crítica y comercial en su día. Una secuela estupenda, con apariencia de thriller, que regalaba algunos de los sustos más impactantes de la saga –esas tijeras a punto de acabar con una enfermera–. Del desaguisado que fue El exorcista: El comienzo (2004) mejor no hablar, ya que, tanto la «versión prohibida» de Paul Schrader, como la más comercial, obra de Renny Harlin, solo contribuyeron a enterrar la franquicia durante casi dos décadas.

El anuncio de que Universal había pagado la astronómica cifra de 400 millones de dólares por los derechos de rodar una nueva trilogía de El exorcista entusiasmó y asustó, a partes iguales, a los fans de la saga. Que el director encargado de llevarlas a cabo sea David Gordon Green también despierta sentimientos encontrados, ya que, pese a que salió muy airoso de su reinicio del clásico de John Carpenter para Blumhouse, La noche de Halloween (2018), que trajo de vuelta a Jamie Lee Curtis en su emblemático papel de Laurie contra su hermano Michael Myers, no supo mantener el mismo nivel en las otras dos entregas de la nueva trilogía, Halloween Kills (2021) y Halloween: El final (2022), siendo, especialmente, esta última, un broche final poco menos que bochornoso. Es por esto que gran parte de la crítica parecía esperar el estreno de El exorcista: Creyente (2023) con la escopeta cargada, dado el listón tan alto dejado por el clásico de William Friedkin (nunca se ha conseguido superar). Ya que la carta de la nostalgia le salió rentable, Gordon Green vuelve a traer a la franquicia a Ellen Burstyn, repitiendo su mítico papel de Chris MacNeil, ese que no había vuelto a interpretar en ninguna de sus secuelas (ni siquiera en El hereje, donde una más crecidita Regan se volvía a enfrentar a la amenaza del demonio sin el amparo de su madre). Las buenas noticias es que su presencia (¡y qué presencia sigue teniendo esta gran actriz a sus 90 años!) va más allá del simple cameo y tiene un par de escenas de gran impacto dentro de la nueva historia. Una historia que comienza hace 12 años en Haití, con una tragedia familiar que sacude al personaje de Leslie Odom Jr. Un terremoto le arrebata a su esposa embarazada, aunque el bebé logra salvar milagrosamente la vida y, una vez convertida en adolescente, siente la inquietud de “contactar” con su difunta madre, durante una sesión de espiritismo junto a su mejor amiga. Este es el sencillo punto de partida de un nuevo relato de posesión demoníaca, aunque aquí, al menos, hay una novedad que resulta, al menos, curiosa: la posesión será doble y afectará, de manera sincronizada, a las dos muchachas. El exorcista: Creyente es un producto que despierta sentimientos encontrados. Si bien como película de exorcismos es más que solvente (estas escenas están bien rodadas y repiten todos los grandes hits de la icónica Regan, desde cabezas giratorias a levitaciones, pasando por lenguaje soez y la imprescindible vomitona sobre el exorcista de turno), estando muy por encima de la media de lo visto en este tipo de cine, también deja la incómoda sensación de que una obra de culto como la de 1973 se ha visto relegada a ser una marca registrada con la que pretenden seguir llenando los cines, viviendo de las rentas y con la ley del mínimo esfuerzo.

Hay, eso sí, un buen trabajo de todos los actores, no solo de Odom Jr. y Burstyn (que se come las escasas escenas en las que aparece), sino también de las jóvenes Lidya Jewett y Olivia O´Neill, que salen bastante bien paradas de las comparaciones con la Regan de Linda Blair en sus encarnaciones de nuevas niñas poseídas –la escena de la segunda, irrumpiendo en una iglesia en mitad de una misa, sobrecoge, casi tanto, como aquella de Regan orinándose en la alfombra ante la atónita mirada de los invitados de su madre–, y, sobre todo, de una Ann Dowd, como siempre, magnífica, encarnando a una enfermera que en su juventud quiso ser monja, pero que se vio alejada del camino de Dios tras un traumático suceso. El filme se toma su tiempo en entrar en materia, pero, una vez el demonio ha entrado en los cuerpos de Angela y Katherine, los sustos funcionan como un reloj, aunque la mayoría de ellos provengan de esos fuertes golpes de sonido que tanto proliferan en el adocenado cine de terror surgido de la escuela del James Wan de Expediente Warren. De hecho, de no ser por la presencia de Ellen Burstyn y por las continuas alusiones a los hechos contados en la cinta clásica, El exorcista: Creyente podría pasar, simplemente, por una decente entrega de tantas, de ese universo de La monja, Annabelle y demás sucedáneos aún menos inspirados. Una cosa queda clara tras su visionado, y es la constatación de que este lavado de cara a la franquicia ha suavizado considerablemente los incómodos ingredientes que hicieran de El exorcista una cinta tan valiente y polémica, adaptándolos a los tiempos que corren (desde la crítica al machismo dentro de la iglesia, a la mezcla de diversas formas de entender la religión, presentes en una escena de exorcismo mucho más coral y poco ortodoxa de lo que habíamos visto hasta ahora). El resultado es un reinicio efectivo y cumplidor, pero al que parece haberle faltado una mayor ambición en el guion para conseguir provocar en el espectador esa sensación de escalofrío, apoyándose más en los diálogos, sin recurrir tanto a lo grotesco. Al menos, volvemos a oír, en algunos momentos, los inquietantes acordes de Tubular Bells, de Mike Oldfield, debidamente actualizados. Solo con ello, la película gana unos enteros.




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