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Crítica | La belleza y el dolor

|| Críticas | en Filmin | ★★★★☆
La belleza y el dolor
Laura Poitras
Lo real nunca desaparece


Álvaro Guerrero
Santiago (Chile) |

ficha técnica:
Estados Unidos, 2022. Título original: «All the beauty and the bloodshed». Dirección: Laura Poitras. Producción: Laura Poitras, Nan Goldin, Yoni Golijov, John S. Lyons, Howard Gertler. Productoras: Participant Media, Praxis Film. Distribuidora: Neon. Fotografía: Nan Goldin. Montaje: Amy Foote, Joe Bini, Brian A. Kates. Reparto: Nan Goldin. Duración: 113 minutos.

Las criaturas de sus fotografías no parecían personajes sino personas reales, recuerda a mitad del metraje un curador que tempranamente se interesó por el trabajo de la fotógrafa Nan Goldin en su camino hacia las grandes ligas de las galerías de arte de Nueva York, a comienzos de los 80. Puede que lo real aquí en particular alcance su brillo y madurez en la tensión permanente con el abismo: la muerte, y tras ella la adicción, la sobredosis, el suicidio, la desaparición en suma, y su otra cara del espejo: la incomunicación o incomprensión entre los humanos, por cerca que sus cuerpos se encuentren.

El documental de Laura Poitras sigue una línea temporal estructurada en base a estas tensiones cuyo centro, constituido no tanto en función de significado sino de destino, es el rostro y la voz de la fotógrafa, y por extensión la de aquellos que al igual que ella, emprenden una cruzada contra la familia Sackler, un imperio billonario formado originariamente por un trío de hermanos siquiatras que en los 70’s patentaron el infame OxyContin, analgésico responsable de innumerables adicciones y muertes alrededor del mundo, y del cual los Sackler conocían todos sus efectos secundarios desde un principio. El blanqueo de imagen de la poderosa familia se ha centrado en el mecenazgo de varios de los museos y galerías de arte más famosos en el mundo. El grupo variopinto del que Goldin forma parte, ingresa a los museos para perfomar acciones de protesta basadas en el gesto de la adicción y la muerte, de forma sencilla, directa y contundente. Poitras filma dichos gestos también de forma muy directa, buscando la intimidad en la emoción e intercalando continuamente desde el inicio, imágenes congeladas, las de la fotografía, que nos llevan a otras épocas de la vida de Goldin, desde su infancia alrededor de una misteriosa hermana rebelde y precozmente suicida, a la Nueva York de los 70’s y primeros 80’s, ilustrada con la otra familia de Goldin, la troupe de artistas, sexualmente disidentes como ella, en los márgenes mismos e instalados desde un lugar que aún no se entendía del todo y que a la vez no parecía necesitada de demasiadas preguntas o respuestas hacia su interior.

La biografía de Goldin, narrada con una voz ronca pero a la vez templada, se materializa en esas imágenes que representan su vida y a la vez son el reflejo de esta. Como pocas veces, aquí el instante presente y la memoria son una. Se suceden imágenes en las que lo real de esos seres se confunde con el talento de una fotógrafa: la hermana perdida en un pasado remoto, más perennemente presente en una memoria sentimental que vuelve al comienzo y al final a ella casi como el misterio que decanta esa otra vida, la de Nan, hacia el futuro y a la vez la delimita, y de algún modo la explica. El furor y el descubrimiento del otro a partir del arte, de los amigos creadores en la escena más subterránea de Nueva York, el destape de las disidencias sexuales que de algún modo parecen desbordar los márgenes de las fotografías con sus desplantes de piel, sudor y miradas, en un tiempo que rabiosamente se busca erigir como presente, efímero no cómo la vida sino por culpa de ella.

Hay dos grandes enfermedades que traen el abismo al centro del relato, de los cuerpos en lucha por vivir cada segundo, o por no olvidar o no poder olvidar: la erupción del Sida, con los amigos que empiezan a desaparecer a fines de los 80’s, y la sobredosis de drogas aparejada de un inenarrable dolor físico y moral. Goldin se mueve al centro de esos cuerpos y los tiempos existenciales y divergentes de la vida y el poder. El pasado, construido en base a fotografías, es estático, muy brillante y estático. El presente es ortodoxamente documental. Se mueve y es más incoloro a pesar de contar con todos los gestos de cualquier presente inmediato. En ambos tiempos el sentido de destino es la lucha contra el poder, solo que para el pasado el arte parece conferir un aura ilusoriamente invencible y en el presente la condición asumida de victimas parece, también ilusoriamente, escogida por el poder al azar.

Los viejos compañeros de juegos de Nan parecen muy reales y a la vez se ocultan tras el brillo y los gestos inmóviles de su talento estético. Goldin misma confiesa que la fotografía es una forma de ocultarse. Los seres del presente, más comunes y corrientes y ¿quizás más diversos?, que hoy dan la pelea política y legal, se constituyen como la nueva familia de una mujer capaz de dialogar con todos sus fantasmas. El sida acabó con los antiguos dioses no sin una dura pelea ante el poder, el abandono del gobierno de Reagan. Al mismo tiempo, sin que Nan los conociera, el Oxyton iba minándola a ella y a otros seres anónimos, escondidos tras las ventanas y luces de esos edificios al atardecer que tan bien recortaba como fondo en retratos de sus amigos. Puede que lo mejor del documental yazga en el poder hipnótico de sus fotos, pero el futuro que puede tal vez cerrar el círculo para volver a recorrerlo quizás cuantas veces más, necesita de la coloquial y más organizada familia de luchadores del presente. Una pelea tan seria y adulta que nos recuerda el combate más trascendente de todos, aquel que nos permita sentirnos reales y no fantasmas narrados, quizá, por otros. De ahí el tiempo cinematográfico y el tiempo detenido de las imágenes fijas. Se ha vivido para sobrevivir, se sobrevive para vivir.

Finalmente la ecuación entre realidad y desaparición se equilibra al situar todo el tiempo la presencia de la muerte frente a frente con la terrible proyección y expansión del poder político sobre los seres: el de una familia quebrada por la incomprensión, un gobierno agresivo, indolente al dolor, un imperio billonario edificado sobre la ruina de los cuerpos. La muerte y el poder parecen casi fundirse frente a una realidad, valga la redundancia, tan real que casi no tiene tiempo para el silencio. Algo paradójico en un filme cuya sección más hermosa corresponde a la expresada en imágenes fijas, fotografías, deudoras de la contemplación del tiempo.




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