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Crítica | Funny Pages

|| Críticas | FICX 2022 | ★★★☆☆ |
Funny Pages
Owen Kline
El joven Werther


Adrià Allande G.
Gijón |

ficha técnica:
Estados Unidos, 2022. Título original: «To Leslie». Director: Michael Morris. Guión: Ryan Binaco. Música: Linda Perry. Fotografia: Larkin Seiple. Reparto: Andrea Riseboroug, Marc Maron, Stephen Root, Allison Janney, James Landry, Matt Lauria. Productora: BCDF Pictures, Shaken Not Stirred, Baral Productions, Bluewater Lane Productions.

Funny pages (2022), después de todo, es la historia de cada uno de nosotros. Sobre la pasión que un día, en nuestra primera juventud y donde el deseo era un compromiso y no un anhelo, nació del más hermoso misterio para acabar, finalmente, como canta Charles Aznavour en Hier encore: «después de tanto correr y quedarnos sin aliento, perdidos sin saber a dónde ir». Pero antes de ello, de quedarnos desconcertados o, como dice la letra, sin saber a dónde ir ni a dónde regresar, en nuestro pulso se apresuraba con la intensidad de un maremoto, desbocados e inocentes, el principio de la juventud. El sentimiento obstinado de perdurar, desafiar y, en primera y última instancia, como verbo y culto, apasionarnos.

La primera película del joven director estadounidense Owen Kline, estrenada en la Quincena del Festival de Cannes, ahonda desde los sueños de la adolescencia hasta las consecuencias de sus obsesiones, necesarias e intrínsecas en el viaje iniciático del arte. Robert, el protagonista de la historia interpretado por Daniel Zolghadri, como el mismo director en cuestión, tiene un profundo amor por el universo del cómic, la ilustración norteamericana y las formas propias de la cultura de los años setenta para, finalmente, como deseo insistente, dedicarse al gremio y convertirse en dibujante. Por lo tanto, y desde una mirada autobiográfica, la película va recuperando referencias que van desde Turdeau a Partner, pasando por Haspiel o Friedman. Así, ya desde los títulos de crédito, la tipografía de Funny pages, sirviéndose de la estética propia de la novela gráfica de los años setenta u ochenta; en una imitación de la línea gruesa, enérgica y trasgresora, se levanta desde el exceso. La puesta en escena, por lo tanto, con el propósito de traducir el apasionamiento del protagonista, se presenta profusa en su barroquismo. La creación de personajes hilarantes, vibrantes líneas de diálogos y situaciones que van desde la comedia hasta la confusión a partes iguales participan de una película de mirada singular, pero que, en última instancia, no la definen. Aunque pueda parecer que la desmesura, en un primer momento, se presente como el calificativo definitorio de la película, su antónimo -el vacío- se descubre como su verdadera esencia.

El filme se inicia con la muerte del profesor de dibujo de Robert, el cual deja una profunda huella en su personalidad. Tras ella, en un acto de autonomía y, a su vez, de arrogancia, el joven descuida el instituto y se traslada al único apartamento que puede pagar con el sueldo de dependiente a media jornada de una pequeña tienda de comics a la que solo asisten cuatro preadolescentes con acné. Con su limitado salario, abandona el confortable hogar para marcharse al cuarto de las calderas de un piso en el que viven dos estrafalarios onanistas de mediana edad. Con una iluminación vaporosa por las humedades del apartamento, en un calor sofocante y un ambiente opresivo, el protagonista intenta dar con el proceso para construirse como artista. En su particular viaje para convertirse en adulto -si es que existe alguno- encuentra quien parece ser, en un primer momento, el sustituto de su profesor: Wallace, que lo conoceremos a través de proceso judicial por agresión a un farmacéutico después de que este no le recetara su dosis de ansiolíticos en una más que evidente y trasnochada adicción por las pastillas. Este, en su preparatorio procesal, asegura que, antes de que las singularidades se adueñaran de su carácter, trabajaba como segundo colorista en una importante compañía de cómic. Hecho que despierta, claro está, un profundo interés en el protagonista, el cual, a partir de ese momento, inicia una persecución para concertar de una clase con él. Robert procura, por todos los medios posibles, desde el asedio hasta la súplica, tener una conversación con él acerca del dibujo. Finalmente, y después de mucha insistencia, consigue citar al caótico colorista en su casa por la comida de Navidad, donde, en unas secuencias inolvidables por su carácter surrealista, el protagonista irá perdiendo el interés por todo lo que había luchado hasta entonces. La escritora realista Marie Von Eschenbach comentaba que «en la juventud aprendemos y de mayores entendemos». La ruptura del sueño, leitmotiv de cualquier coming of age que se precie, se da en Robert, como en la mayoría de los casos, de forma orgánica. De tanto latir el corazón se ha parado.

Es por ello que la segunda muerte a la que nos referíamos -en un sentido metafórico- resulta ser más desoladora que la primera. El protagonista lo intenta por todos los medios posibles, y su limitación, aquella que llega a convertir la pasión en frustración, lo propio en foráneo, no nace de él sino de quienes tienen que acompañarlo; terminando en el foso de la resignación, la sonrisa displicente y dar el cambio a quienes, como él mismo, vivieron en sus entrañas el deseo del arte. Funny pages es la abstracción de la propia historia del director, su intento y deseo por convertirse en dibujante para, finalmente, volviendo a la canción de Charles Aznavour: «los ojos que buscaron en el cielo terminaron quebrando el corazón».




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