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Crítica | Antier noche

|| Críticas| 71SSIFF| ★★★☆☆
Antier noche
Alberto Martín Menacho
Las ovejas del mañana


Júlia Gaitano Mendizábal
San Sebastián |

ficha técnica:
España, 2023. Dirección: Alberto Martín Menacho. Guion: Alberto Martín Menacho. Fotografía: Sara Gallego, Sergio Garot. Montaje: Alberto Martín Menacho. Producción: Pedro Collantes, David Fonjaraz, Louis Mataré. Música: Carreño.

Un niño fascinado por la caza con galgos que lleva el pelo largo como «acto simbólico» de honra hacia sus abuelos; una chica que sueña con ser cantante mientras da el paso de grabarse y producir su primera canción desde el secreto de su dormitorio; un chaval que encadena trabajos en el campo como granjero, corchero… lo que se le presente, pero piensa en un mundo en el que no terminen explotados los de siempre; una mujer joven que intenta educar lo mejor posible a sus hijos mientras afronta la precariedad laboral en el ámbito rural, la incertidumbre de ser temporera. Podríamos decir que estos son los protagonistas de Antier noche, debut en el largometraje del madrileño Alberto Martín Menacho, aunque el retrato que este hace de los habitantes de Salvaleón, un pequeño pueblo de Extremadura, acaba de completarse con un plantel de figuras que, de lo auténticas que resultan, parecen ficcionadas. Salvaleón, además, también es el pueblo natal del abuelo del cineasta, motivo por el cual decide poner allí el foco para contar una historia que, en realidad, es fácilmente extrapolable a cualquier otra localidad que represente aquello conocido como «España vaciada». A pesar de que detrás de todas las historias que contiene Antier noche hay implícito el deseo de tener algo mejor, algo más justo, rentable, estable… se trata de una película luminosa. El carácter y carisma de los personajes, que se interpretan a sí mismos ante la cámara, sale a relucir más allá de las riendas ficcionadas que les sujetan.

En todo el filme hay una pulsión documental innegable, ya desde ese inicio a modo de entrevista a Juanfran, el niño de larga melena, que cuenta con desparpajo el motivo de la longitud de su pelo. Esa pulsión es algo que va asomándose a lo largo de toda la película. Sin embargo, a la vez, los protagonistas están interpretando a personajes ficticios y, como tales, responden a lógicas mucho más limitantes, de estructuras y escrituras de guion. La clave en esta naturaleza híbrida que propone Martín Menacho estaría, quizás, en hallar un equilibrio que no llegara a ahogar el brillo natural de los protagonistas, que en ocasiones parecen algo encorsetados dentro de su trama de ficción. La mirada del cineasta, por eso, es extremadamente lúcida a la hora de dar en imágenes con esa esencia de la vida en el pueblo. Se da cuando deja espacio para que la narración quede en pausa y los personajes dejen llevarse por una inercia que conocen bien y que en ocasiones puede resultar catártica, pero también angustiante: tenemos el baile dilatado en el tiempo a ritmo de techno, donde los jóvenes exorcizan sus tensiones del día a día; pero también los momentos de trabajo duro, mecánico (en el matadero, en la recolecta de corcho, la recogida de fruta). Y, por supuesto, un clásico de muchos pueblos españoles en verano: los ratitos de río fresco. Todo ello aliñado con un acento extremeño profundo que atraviesa todo Antier noche, empezando ya desde el propio título, apócope de «antes de ayer por la noche».

La película de Alberto Martín Menacho llega a la sublimación en su forma de poner en pantalla ese encuentro entre lo viejo y lo nuevo. Las antiguas tradiciones y las de ahora. Los rituales del día a día de contemporáneos pueblerinos y todo aquello que llevan arrastrando de las rutinas de antaño. Ahí tenemos secuencias memorables como la abuela que le cuenta a la chica joven esas «expediciones» migratorias de españoles del ámbito rural a otros lados del país e incluso de fuera del país, en búsqueda de mejor vida y trabajo, que resuena directamente con las propias migraciones de los jóvenes que también buscan mejor vida, quizás en entornos más urbanos, espacios que ofrecen más posibilidades para ellos. O también esa tirada de tarot que una vecina de Salvaleón aprovecha para poder dar consejo a los chavales sobre cómo enderezar sus vidas, y de cómo desde esas cartas llegamos a los tatuajes de Antonio, que deja dibujados en su propia piel los símbolos de otros tiempos. El juego entre ese «entonces» y este «ahora», pero también entre la mirada del madrileño sobre la gente del campo extremeño y estos, que se hacen con el foco de su película, todo ello queda resumido en una de las mejores imágenes que ofrece el filme: un rebaño de ovejas que pastan, tranquilas, en medio de un campo conquistado por enormes placas solares, imponiendo su actualidad en lo que siempre ha sido.




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